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Ilustrado por: Paola Rodríguez

Victor C. Frias

El día de hoy es mi penoso deber comunicarte que las apariencias van ganando. Es inminente el triunfo de las vidas perfectas adornadas con frases triviales, sobre el verso catártico de quien escapa de una noche tormentosa. Va ganando un hedonismo frágil y que, sin embargo, cierra las puertas a estímulos que fabricarían memorias, ideas dignas de compartir.

Tú, que también persigues la realización literaria (¡aportar algo al mundo!), sabes lo hostil que es el campo de batalla de crear contenido en redes, pues, de un tiempo para acá, son el ámbito dominante en el cual es posible darse a conocer. Fue inevitable… henos aquí. Llegamos hace una década, por lo menos, a la Era de la gratificación instantánea y del ritmo enfermizo al que nos someten las redes. La humanidad se está encaminando al peligroso borde de dejar de asimilar para solo mirar y desechar. Se ha borrado una línea que antes estaba bien marcada, evidente; y ahora ya no se sabe quién consume a quién. Pronto serán más las horas de inmersión que las de existencia, y el contenido con esencia será relegado por la avalancha de lo repetitivo y volátil.

En el comienzo, todo era una oportunidad. Al terminar de escribir, contemplábamos nuestro texto como la criatura recién nacida que era, lo siguiente era colocarlo en un fondo que llamara la atención, y lo compartíamos en nuestra cuenta para el mundo. Era un granito de arena con intención de entregar una experiencia positiva a la gente, y tenía la esperanza de trascender. Ahora nos rodea un océano en el que es muy fácil disolverse. Siendo realistas, el rumbo que ha tomado el mundo de las redes sociales apunta a la valoración cada vez menor de las publicaciones que lo han implicado todo, no solo inspiración, sino también una esmerada preparación, porque el público lo merece.

Como ya sabemos, una publicación pierde su frescura en un par de horas. Así, el destino al que muchas plumas quedan condenadas es ser el primer eslabón de esta cadena alimenticia digital… A quienes escribimos también nos interesa aprender, por tanto, observamos a nuestro alrededor y estudiamos la dinámica que siguen las cuentas más exitosas. No hay día que no queramos replantearnos todo aferrándonos a nuestro trabajo, llorando por dentro. Sin ir tan lejos, hay frases que han sido copiadas tantas veces que las vemos desgastarse de cuenta en cuenta, con un reciclaje brutal de marcas de agua que sigue recibiendo el apoyo de un público de cinco o seis cifras. Tampoco olvidemos las cuentas que reutilizan contenido de celebridades verificadas y continúan escalando sin parar y sin aportes originales. Aquí es donde nos preguntamos qué es lo que la audiencia piensa de quienes escribimos y cuáles son sus prioridades, qué es lo que busca para voltear a vernos.

Con estas preguntas viene a mi memoria un documental de HBO llamado «Fake Famous». Un interesante experimento colocaba a tres personas comunes y con pocos seguidores en posición de celebridades, con la ayuda de recursos para aumentar números y crear apariencias. No tardaron en aparecer seguidores reales que querían enterarse de lo que estaban haciendo, y así de sencillo fue jugar el juego de las redes. Tras bambalinas, tres humanos sorprendidos se convertían en el foco de atención e instrumento para demostrar un punto: en la actualidad, se valoran más los números y las fachadas que lo esencial. Es un motivo claro para este crecimiento dispar que afecta a las cuentas literarias, y en general, a las cuentas que proponen novedad.

Puede haber muchas razones para ello, pero es demasiado notable la apatía por lo nuevo, el desplazamiento de lo original, el reemplazo de las voces sensibles que crean, por el material del instante que se olvidará y no dejará huella. Tal cual, así es como funciona el mundo en la actualidad. Tus estadísticas en redes sociales hablan mucho sobre ti y tienen la última palabra. Pueden marcar la diferencia entre ser nadie o alguien.

Vale añadir, como autores que nos reflejamos enteramente en nuestros textos, que en este ámbito el trabajo creativo que realizamos queda muy por debajo de todo lo demás; desvalorizado con respecto al positivismo tóxico que se promueve con las publicaciones de vida resuelta, mínimo esfuerzo y palabras de molde, inundadas, por supuesto, de un falso sentido de pertenencia.

Un factor que vale explorar es la competencia desleal. Sabemos que hay gente que no tolera la creatividad, la propuesta, el pensar más allá de lo que tenemos enfrente, y me presento como un caso. Mi primera cuenta, que se acercaba al segundo millar de seguidores, reunidos con mucho esfuerzo, fue bloqueada por la simple intención de una persona. Dependiendo de una inteligencia artificial, desde luego que no encontré protección como creador. Tuve que empezar de cero con una nueva cuenta. Mi pareja también se vio involucrada en un incidente: la denuncia de su cuenta por el uso de una canción, la cual era de uso público, situación en la que no había absolutamente nada que reprochar, pero alguien tuvo una intención y ella salió sancionada con una reducción de su alcance.

Si hacemos una observación objetiva de las redes, no sabríamos dónde colocar el trabajo literario en la escala de valoración. Eso sí, sería casi en el abismo. Gente que expone su atractivo físico llega a tener una cantidad descomunal de interacción, claro. Pero ¿dónde quedamos, por qué el desbalance tan marcado ha afectado a los textos llenos de sentimiento? ¿Qué pasará con todas las sensaciones que la humanidad tiene por experimentar?

Crecer en redes es una batalla a sangre fría, mente y corazón contra las apariencias, y estas últimas van ganando.

Víctor C. Frías

Víctor C. Frías

Autor

(@victorc.frias en Instagram)

Es un escritor mexicano de terror dedicado a explorar subgéneros como el sobrenatural, el psicológico y el horror cósmico. Cada sábado a las 14h (México) transmite en vivo a través de Instagram Live para narrar sus escritos y abrir un espacio para quienes quieran compartir lo propio en pantalla. Tiene cinco libros publicados en Amazon y relatos exclusivos a la venta en la plataforma Ko-Fi.

Paola Rodríguez

Paola Rodríguez

Autora

Estudiante de psicología, 37 años de edad, resido en la ciudad de Montevideo,
autora del poemario letras del destino, y la novela Lara Glasgow el comienzo.
Empece a escribir a los diez años pequeños relatos, pero en la adolescencia descubrí a poetas como Julio Herrera y Reissig, Delmira Agustini e Idea Vilariño, y me enamore de la poesía, empezando mis primeros poemas a los dieciséis años.

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