Fotografía de Ixkozauki Hermosillo / Templo Mayor
Víctor Frías
Quienes nos dedicamos a escribir en el género del terror tenemos que hacer una fuerte declaración y, no nos dejarán mentir: la palabra «terror» está prohibida o es, cuando menos, susceptible de un rechazo seguro. Es innegable, tenemos como evidencia la reacción de cada persona que ha preguntado por nuestro trabajo, la cual va desde «Ay, no, puras cosas desagradables» a una más decente como «preferiría mil veces leer otra cosa». Desde que recibo la primera de ellas con más frecuencia, sé a qué mundo me enfrento como autor de relatos de terror.
Hay que reconocerlo, el motivo no se reduce a una cuestión de gustos, que sería lo más amigable, sino que hay un contexto que nos supera por lo arraigado que se encuentra en nuestra sociedad. El terror literario, si bien es ficción, ha sido juzgado como escritura profana, fuente de perversidad y receptáculo de mentes perturbadas, cuando existen bibliotecas y hemerotecas enteras que plasman esta realidad atroz, un reflejo que por ignorancia la gente tiende a apartar.
Si tuviera que describir la situación actual en una palabra, diría que el terror literario está encasillado. Sí, tal cual, encerrado en una categoría de «lo que hay que rechazar por incómodo y controversial». Las personas mencionadas, que suelen quedarse con lo que la sociedad les ha puesto enfrente, lo relegan a una conclusión fácil, a una fealdad injusta que lo coloca como vertiente indigna de la creación artística, espina que arruina un jardín hermoso. Es, por tanto, en vano el esfuerzo de comprender o empatizar con este prejuicio.
Nuestra misión como escritores es revelar y difundir la esencia de este trabajo: transformar las situaciones humanas en una ficción digerible, manejable a través de los arquetípicos monstruos y situaciones fuera de lo ordinario. Eso es el terror literario, la conversión de todo lo que a la mayoría no nos gusta ver a la cara en un agente movilizador. El monstruo, uno de los elementos centrales del terror, ni siquiera es considerado por su complejidad. Es la manifestación de nuestros problemas más profundos, una criatura tan incomprendida como nuestra naturaleza misma.
Sin ir más lejos, me atreveré a decir que este género tiene tanto que ofrecer que se adapta a todos los gustos e ideas. Destaco por ello el terror gótico, por la calidad de sus atmósferas, sus narraciones tan ricas en detalle, elegantes y llenas de una pasión tal que (¡y atención aquí!) se podría considerar un subgénero de Romance con monstruos.
Cito para este fin un fragmento de Clarimonda o La muerta enamorada del autor Théophile Gautier, un relato sobre una mujer vampiro que atrapa a su amado en las redes del delirio para obtener su sangre:
«Hubiera querido poder juntar mi vida para dársela y soplar sobre su helado despojo la llama que me devoraba. La noche avanzaba, y al sentir acercarse el momento de la separación eterna no pude negarme la triste y sublime dulzura de besar los labios muertos de quien había sido dueña de todo mi amor.»
Y claro, para que no quede duda, he aquí una cita más que proviene del relato La casa de Camden Hill de la autora Catherine Crowe:
«A la mañana siguiente, volvieron a la habitación de Rose y encontraron las sábanas revueltas sobre la cama; el cubrecama, de gruesa lana, estaba intacto, pero las sábanas estaban hechas jirones. La señora B… se negó a repetir la experiencia, pero su esposo, obstinado, volvió a instalarse en la habitación embrujada.»
Por eso me pregunto: ¿en qué cabeza cabe privarse de tremendas experiencias? De aquí se deriva uno de los desafíos más grandes de dedicarse a escribir en esta década del siglo XXI: obtener la oportunidad de ser leídos ante un público que se comporta como un océano de indiferencia. Quienes escribimos terror no nos doblegaremos ante tal reto, ni mucho menos vamos a enmascarar nuestro trabajo para entregarlo como una ficción insípida.
Stephen King, uno de los autores más consagrados de la actualidad, se ha enfrentado a esta resistencia desde la publicación de su novela Carrie. El autor estadounidense aborda aquí la historia de Carrietta White, una joven de Chamberlain, Maine que, en plena transición de la niñez a la juventud, no comprende los procesos de su cuerpo, sufre maltrato por su madre fanática religiosa y sus compañeras de escuela le juegan bromas hasta llevarla al límite. Durante el baile de fin de año, sus poderes telequinéticos despiertan por completo.
Carrie es sin duda una novela destinada a visibilizar la situación que muchas mujeres llegan a atravesar en el ámbito escolar. ¿Cuántas de ellas habrán querido que toda esa rabia que guardaban dentro se desatara como un poder sobrenatural que ordenaría todo? No faltarán las que se sientan identificadas con la joven aquí plasmada y, sientan de alguna manera un refugio emocional. Por supuesto, esta novela no estuvo exenta de innumerables dedos índices que la señalaban por ser tan controversial para la época.
Sin embargo, ahí continúa Stephen King, produciendo, siendo un referente del terror y viviendo de escribir. No fue un golpe de suerte, sino el resultado de su persistencia combinada con la gente indicada, que estuvo ahí para leerlo tras una decena de rechazos. No necesita máscaras ni perseguir aceptación. Por ser él, ya hay expectativa.
Cierro con una última declaración: llegará el día en que el terror literario deje de ser no solo tabú, sino un ámbito de excepciones. La comunidad lectora abrirá las puertas a todas las plumas que serán inevitablemente descubiertas.
Víctor C. Frías
Autor
(@victorc.frias en Instagram)
Es un escritor mexicano de terror dedicado a explorar subgéneros como el sobrenatural, el psicológico y el horror cósmico. Cada sábado a las 14h (México) transmite en vivo a través de Instagram Live para narrar sus escritos y abrir un espacio para quienes quieran compartir lo propio en pantalla. Tiene cinco libros publicados en Amazon y relatos exclusivos a la venta en la plataforma Ko-Fi.
Ixkozauki Hermosillo
Director de Edición
(Guadalajara, 1996)
Experto en garabatos, poeta, aventurero, ladrón de momentos, fotógrafo aficionado, músico en paro y cocinero de ocasión. Ganador del concurso Creadores literarios FIL Joven 2012 y coautor de la antología La voz de los pasos (Mano Armada, 2018).