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Ilustrado por: Lizeth Proaño

María Alejandra Luna

 

Omisión. Es una palabra que asocio al pecado (el catolicismo y la lingüística constituirían un temario larguísimo) y también a la mentira. ¿Por qué, a la mentira? Porque omitir información, por ejemplo, equivale a mentir. Sin embargo, hay una mentira que está pactada por ambas partes y que, por ende, es hermosa: la ficción. La ficción en su versión literaria se apoya en diversos recursos y uno de ellos es la omisión o la elipsis.

En el ámbito de la polisemia, la carencia es muy significante, muy significativa. Que una palabra o que una construcción íntegra se ausente dice mucho y, sobre todo, abre una galaxia de posibilidades para ese decir. Pero la omisión no es exclusivamente ausencia: para que, como leyentes o escuchantes, sepamos que hay tal elipsis, debe presentarse una huella de lo que pudo haber estado.

Hay omisiones que son más efectivas que otras. La literatura no es efectividad, no se mide por resultados, así que me refiero a otra cosa. Digo que hay omisiones cuyas huellas nos orientan más y nos limitan un poco la invención y hay otras cuyos indicios nos ofrecen más de una opción y dan alas más emplumadas a la imaginación. Esas pistas efectivas tienen residencia en una expresión polisémica.

Es más: esas pistas efectivas tienen residencia en una expresión polisémica que retroalimenta tal condición con la omisión. Explico mejor: la expresión es polisémica, por un lado, porque en sí lleva varias cargas y, por el otro, porque la omisión aumenta la cantidad de cargas. Los adjetivos, por ejemplo, adecuan sus significados al sustantivo que modifican, pero cuando no hay sustantivos gozan de mayor libertad.

Quiero trabajar con dos textos muy claras al respecto. El primero pertenece a la canción «Ayer te vi» del disco Enchastre de Louta. Esta es interpretada por los músicos y compositores Louta y Zoe Gotusso. La narración se construye enteramente sobre elipsis y sobre dos yoes líricos que se intercalan. Las estrofas son cantadas por él, el estribillo es cantado por ella y en este mismo quiero sumergirme:

Ayer te vi y no es cualquiera

me convencí que soy primera

puedo verte cerca de cualquier lugar

puedo hacerme cargo de lo que no está

Ayer te vi y no es cualquiera

me convencí que soy primera

lo puedo ver de lejos, muy lejos

lo puedo ver de lejos, muy lejos

«No es cualquiera» indica que el evento no es cualquier cosa, sino que, por el contrario, es bastante importante. «Me convencí que soy primera» es el verso donde aparece el adjetivo ordinal que me interesa. ¿Soy primera? ¿En qué sentido? Los versos precedentes introducen a alguien que está angustiado por diferentes situaciones banales y que, a su vez, recibe un par de presiones externas. ¿Ella vio al angustiado y se dio cuenta de que le lleva ventaja en la carrera vital que nos impone la adultez? ¿O en cambio lo vio y dedujo que era prioridad para el angustiado?

«Puedo verte cerca de cualquier lugar» induce a pensar en la omnipresencia del amado. ¿O no? O del que preocupa. Pero me quedo con la hipótesis del amado. Asimismo, puede tratarse de una simple invitación: nos vemos donde te parezca bien. «Puedo hacerme cargo de lo que no está» puede ser una respuesta a esos versos precedentes donde figura la angustia: es una angustia que surge por cosas que faltan (teca, feka). De eso que necesitás y que no tenés, yo puedo hacerme cargo, dice la yo lírica.

«Lo puedo ver de lejos, muy lejos» manifiesta y repite. Al repetir, le da más entidad a esa proposición. ¿Puede ver de lejos que es primera? ¿Puede ver de lejos el amor de él? ¿Puede ver de lejos lo angustiante de la existencia? Los pronombres son igualmente imprecisos como delatores de una omisión, de algo que tendría que estar para concretar un mensaje y que intencionadamente no está.

El hecho de que la voz lírica masculina hable de un tercero antes del estribillo y luego se dirija a una segunda persona como lo hace siempre la voz lírica femenina presupone otra omisión: ¿de quién están contando la historia? ¿A quién le hablan? ¿Por qué una de las voces oscila de una persona a la otra, pasando de ser testigo a interlocutor después de la intervención de ella? ¿Por qué el testigo es omnisciente? ¿La segunda persona es el angustiado o es ella? ¿El interlocutor que aparece tras el estribillo es el primer yo lírico o es el angustiado?

El segundo texto da inicio a la canción «La primera» del disco Post mortem de Dillom. Es una pieza conceptual: todos los temas tienen un hilo conductor y van tramando un argumento común. «La primera» sensatamente es el primer título en la lista, lo cual añade una alternativa en la búsqueda semántica. ¿Se llama así por ser la primera canción? ¿Y además por lo que no está diciendo la letra? ¿O una sí y la otra no?

La primera nunca se olvida

Baby, yo te regalo mi vida

Nena, el infierno yo lo vi en vida

No necesito tu bienvenida

(…)

Me parece caro estar encerrado

Entre lo que quiero y lo que hago

La primera nunca se olvida

Es para siempre

«La primera nunca se olvida» es una oración que porta una connotación popularmente asimilada. El primer beso, la primera relación sexual y el primer amor nunca se olvidan. No se olvidan porque es imposible que haya otras primeras veces de esas veces. La condición de primera es irreversible. Las siguientes son primeras veces con. La primera es la vencida, entonces. No hay segundas y terceras que sean inolvidables por ser la primera, por inaugurar la trayectoria de mejores o peores.

Cabe aclarar que la primera no significa la mejor. «Nena, el infierno yo lo vi en vida/ No necesito tu bienvenida» son versos que emanan una sensación de pesadilla, de desagrado, de duelo. Duelo de unos ideales. Duelo de unas emociones. Duelo de les otres que se cambiaron las máscaras. Y duelo de une misme post mortem. La primera es la vencida y une en vida se muere por primera vez. La muerte en vida es tan impactante que la conciencia la hace inolvidable. ¿Cómo te vas a olvidar de la primera vez que te moriste?

 

 

María Alejandra Luna

María Alejandra Luna

Subdirectora General / Directora de Redes Sociales

Buenos Aires le dio el soplido de vida a mi existencia. De origen hebreo, mi primer nombre. La Antigua Grecia me dio el segundo. La Luna alumbró mi apellido. Escritora de afición, lectora de profesión, promotora de poesía y de los márgenes de la cultura. Dicen que soy quisquillosa con las palabras, que genero discursos precisos y que sobreanalizo los discursos ajenos. Y todo esto se corresponde conmigo. Pueden ser tan expresivos los textos que escribo como los gestos que emito al hablar. Y esos rasgos trato de plasmarlos en los ámbitos donde me desarrollo, como las Redes Sociales.

Lizeth Proaño

Lizeth Proaño

Ilustradora

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