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Ilustración: Sofía Olago

QÜIJOTE

1

Pulpero de origen y de apellido Delgado, Olivio era más conocido como «el gaucho Alambre», vestía bombacha gauchesca, de marca Pampero la misma y alpargatas bigotudas, esas que crecen despacito como barba descuidada.

El ardiente sol de la tarde se hizo sentir y el gaucho Alambre decidió dar un paseíto por el río para refrescarse las tabas.

Se quitó las alpargatas y las medias con rombos de vivos bordó, el agua estaba espléndida, miró de un lado a otro donde el río formaba una herradura, se desprendió de sus prendas colgándolas en el alambrado y entró al agua así, como Dios lo trajo al mundo.

Metida hasta la rodilla, Clementina estaba a escasos cincuenta metros, pero ninguno de los dos notó la presencia del otro.

Mas de media hora estuvo el gaucho hasta que arrugó sus extremidades todas, por su lado, Clementina se había calzado las ojotas cuando escuchó un grito masculino, bueno, casi masculino.

Alambre sintió un tirón justo en la bragadura, el mejor cebo para pescar anguilas es la carnada pequeña, un ardid para el engaño son las diminutas larvas y los peces muertos, fue ahí que el pez confundió la entrepierna de Olivio con una mojarra y pegó el chupetón.

El gaucho Alambre salió corriendo del agua con la anguila retorciéndose de un lado pal’ otro; Clementina abrió tanto los ojos que casi se le salen de sus órbitas: jamás había visto tanta masculinidad junta, claro que a esa distancia no apreció la fisonomía, tampoco se esforzó mucho, de la cintura para arriba la vista estuvo fuera de foco, pero del medio para abajo, el enfoque la ruborizó.

Y Olivio salió a los piques, tomo las prendas, las alpargatas con las medias dentro y corrió para el monte tratando de desprenderse del depredador, por suerte a los cien metros logró soltarla, la anguila dejó su marca en la extremidad arrugada.

Clementina fue al lugar del avistaje y notó un jirón de tela enganchada en el alambrado, como en el cuento de Cenicienta debía encontrar el calzar de ese pequeño retazo, sus años de costurera no fueron en vano, sabía exactamente qué tipo de genero buscar, claro que su lengua no guardó mucho silencio, al otro día el pueblo entero murmuró tal búsqueda.

2

En la pulpería, el gaucho Alambre acomodaba la mercadería que había llegado temprano, cuando también se enteró de la noticia, sus oídos percataron el susurrar de dos damas, que hicieron hincapié del susodicho buscado y escuchó más de un costado, porque del otro andaba sordo, que un varón muy bien dotado estaba levantando suspiros, más de sesenta centímetros según dichos de Clementina, que llevaba en su retina, el inesperado encuentro, donde lo vio muy adentro correr a campo traviesa.

Ya a la semana el pueblo era otro, rebosante de intrigas y habladurías llenaban las calles de murmullos, ¿Quién era el beneficiario de semejante atributo?, ¡no podía pasar por alto en un pueblo tan pequeño!

Los cortes de luz y las altas temperaturas caracterizaron ese verano, Clementina andaba con el retazo en el bolsillo cuando entró a la pulpería a comprar velas, Olivio la atendió como de costumbre.

–¿Como dice que le va Doña Clementina?, –¿que anda buscando?, –¡¿Como está, Alambre?!, –¡estoy necesitando unas velas, vio que cada dos por tres se está cortando la luz!, –¡Es cierto! –dijo Olivio, mientras daba la vuelta para agarrar una caja de candelas, fue ahí donde Clementina notó el pequeño faltante de tela en la bombacha del gaucho

y gritó: –¡¿Es usted?!, –¡Olivio Delgado!, Alambre giró sobre sus talones y le dijo: –¡Y si Clementina!, –¿quién voy a ser?… –¡Quiero decir!, –¡es usted muy!… Y cayó como bolsa de papas desparramada en el piso.

El gaucho que siempre tenía orujo de uva sobre el mostrador, le dio de olfatear el aguardiente el que al instante la revivió, como si estuviera de pie sobre un colchón esponjoso, recordó su corretear, para un lado y para otro golpeaba su remembranza hasta que al fin se incorporó, –¡Parece que le dio un vahido!, –¡la calor debe ser! –dijo Olivio.

Ese día pronosticaban cuarenta y dos- Clementina ya repuesta, comentó con disimulo: –¡Esta linda la tarde pa’ refrescarse en el rio!, –¡Ajá!, –¡capaz que me dé un chapuzón!, –acotó Delgado.

Y ahí lo vieron al Alambre, con las bermudas floreadas ceñidas al cuerpo, ahí donde el rio formaba una herradura.

Las mozas se amontonaron para ver tal magnitud, lógico que ingresó con tres pares de medias encima, bajo el ombligo llevaba esa zona protegida, no vaya a ser cosa que, en un descuido, le den otro chupetón.

QÜIJOTE

QÜIJOTE

Autor

Mi nombre es Rodolfo Alberto Micchia, mi seudónimo es QÜIJOTE, tengo 65 años, nacido en Quilmes, provincia de Buenos Aires, Argentina en el año 1956, si bien hace mucho que escribo, habiendo cumplido mi ciclo laboral establecido, me dedico mas de lleno a la pasión por la escritura, agradezco la oportunidad que nos brindan, incentivando al escritor, como así también la lectura.
Sofía Olago

Sofía Olago

Ilustradora

Mi nombre es Diana Sofía Olago Vera, para abreviar prefiero ser llamada Sofía Olago. Tengo 19 años y nací en Lebrija, un pequeño municipio del autoproclamado país del Sagrado Corazón de Jesús: Colombia. Sin embargo, desde pequeña he vivido dentro del área metropolitana de Bucaramanga, capital del departamento de las hormigas culonas.

Soy una aficionada del diseño que nutre su estilo y conocimientos a base de tutoriales y cacharrear softwares de edición. Actualmente, soy estudiante de Comunicación Organizacional, carrera que me dio la mano para mejorar mi autoconfianza y mis habilidades comunicativas.

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