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Ilustración: Caro Poe

Alejandro Zaga

El misterioso sujeto aguardaba por una respuesta, pero Ernesto se encontraba contrariado, ¿Qué propuesta era esa? Lo más posible era que se tratara sólo de una broma, pero… Si acaso fuera real ¿Podría permitirse perder la oportunidad?

Dijo por fin que sí, y ese hombre, sin que algún músculo de su cara se moviera tan sólo un milímetro y alterara la sólida expresión, abrió el portafolio violeta. Comenzaba a nublarse, la lluvia no tardaría.

Ernesto tomó la fotografía, pero la mantuvo bocabajo. Miraba el cuadrado negro del reverso sin atreverse a voltearla. Instintivamente pensó en su hermano, quien, a pesar de ser fotógrafo profesional, pocas veces disparó en su dirección. Él se encargaría de capturar la boda de su amiga un par de semanas más adelante ¿Sería ahí? O tal vez faltaba mucho tiempo y se tratara de su propia boda. Aunque para eso primero tendría que tener pareja. Hay tantos momentos en la vida en los cuales las cámaras te pueden acosar…

Un trueno lo sacó del ensimismamiento y alcanzó a ver al hombre del portafolio, lejos, a pesar de su lento andar. Él también debería comenzar a irse a casa.

—¿Quieres saber cuál es la foto donde lucirás mejor en toda tu vida? —la manera tan seria en que el viejo se lo había dicho hizo pensar a Ernesto que se trataba de un promotor de algún estudio de fotografía cercano, haciendo mal su trabajo, claramente, pero su grave voz y lo colorido de su atuendo lo hizo detenerse a escucharlo —Piénsalo, puede ser una antigua, si es así, te garantizo que no lograrás tomarte una mejor ¿Te arriesgarías?

En su mente se dibujó la puerta de la habitación de su madre, la que tenía una mano pintada con stencil. En aquella puerta posó una vez… tenía que tratarse de esa. ¡Sí! La fotografía que sujetaba con la mano, aunque estuviera metida en el pantalón seguro era en la que, con diecinueve años y unas gafas de sol, asemejaba un poco a Matt Le Blanc. O podría ser más triste aún y tratarse de una de cuando era niño, las fotos más bonitas son en las que salen niños. Repasó en su memoria todas las fotos de los festivales de día de las madres con todos los disfraces de animalito; la única donde abrazara a su abuela pues poco tiempo después la internarían en un asilo; definitivamente en la adolescencia no. Ninguna foto de su adolescencia era agradable. Además, no tenía ni quince cuando sufrió el accidente que le dejó la cicatriz. Desde entonces cada vez que vio una lente frente a él, rápidamente giraba su cabeza hacia la derecha, intentando ocultar esa franja marrón que sobresalía desde el cuello de la camisa, ello hacía que su postura se percibiera innatural, pero nadie sabía describir por qué. Sintió la cara mojada y creyó por un instante que había comenzado a llorar en público sin darse cuenta, pero era la llovizna.

Llegó a casa. Fue a su estudio y dejó la fotografía sobre el escritorio, puso algún libro sobre ella, por si el viento la levantaba y la veía por accidente mientras la buscaba. Se retiró la gabardina, que lucía brillante gracias a las diminutas gotas que se habían atorado en las fibras de su superficie, como rocío en un jardín. Entró al baño y se miró al espejo, escondiendo su cicatriz de su propio ojo con la barbilla en cierto ángulo. Se sintió feo. Definitivamente la foto que estaba en el escritorio era una muy antigua, debería estar muy lejos de cómo se veía en ese momento para considerarse siquiera buena. Esta vez sí estaba llorando.

Decidió ocultar la foto. Tenía por ahí un marco vacío, regalo de algún pariente con mal gusto. Colocó en él la fotografía al revés, cuidadosamente, dispuesto a nunca averiguar cuál era la fotografía en que mejor se vería (o acaso en la que ya se vio). Y es que el sujeto del portafolios violeta no podía inventar una treta así. Pasó unos minutos con la cara recargada en sus manos sin lograr concretar un pensamiento; entonces pensó en llamar a su hermano.

—¿Quihubo, mano? —preguntó al contestar, pero Ernesto no respondía —¿Cómo estamos, chiquillo…? ¿mal?

—¿Estás libre? Pasa por mi casa, trae una de tus cámaras —el tono que usó era serio y demandante, lo que le molestó; estaba a punto de reclamarle cuando se dio cuenta de que Ernesto nunca se había comportado así, entonces se trataría de algo importante. Antes de colgar casi pregunta si alguna en especial, pero no hubiera significado diferencia para su hermano.

Ernesto se salía del baño después de bañarse y afeitarse cuando encontró a su hermano sentado en la cama. Cubrió con sus manos la cicatriz que le nacía en el pecho y que formaba una curva hasta casi llegar con su oreja derecha, mientras giraba el cuerpo, ocultándose.

—Gilberto ¿qué vergas haces en mi cuarto? —le gritó, justo antes de descubrir parte de la cicatriz y llevar su mano hacia la toalla de su cintura, pues la sintió aflojarse por el movimiento de un momento antes.

—Neto, yo nunca te voy a decir que es bonita, pero no está bien que la ocultes, te lo digo como alguien que captura imágenes para vivir

—Te pregunté que qué haces aquí ¿no puedes esperarme en la sala? ¿Sabes qué? Dame tu llave.

—Primero hazme caso, quiero que un día puedas ir a la playa y que no te importe que los niños por ahí te miren o señalen, que si te preguntan puedas decirles lo que te pasó como una lección. Quiero que camines sin buscar cómo se ve menos y que tengas las manos libres… como ahora —Ernesto había bajado la otra mano mientras su hermano hablaba, se veía vulnerable, pero hacía muchos años que su mirada no mostraba esa firmeza. Por esa mirada Gilberto decidió retratarlo justo en ese instante, sin que su hermano lograra reaccionar.

—Borra eso —le dijo mientras corría hacia él, pues el flash le hizo recordar lo que había desencadenado toda esa tarde — ¡Que borres eso, mamada!

En ese momento comenzó a llorar y le tuvo que explicar lo sucedido, por más absurdo que sonara.

—No me crees ¿verdad?

—¿Puedes culparme?

—Está en el marco de mi escritorio, metida al revés.

Gilberto salió de su habitación y tras segundos comenzó a reír.

—Es un cartucho sin usar —dijo al entrar de nuevo a la habitación. Ernesto tardó varios minutos en emitir un solo sonido, hasta que por fin preguntó

—¿Puedo ver la foto que me tomaste?

Alejandro Zaga

Alejandro Zaga

Director Jurídico

Nacido en 1995 en Distrito Federal (hoy CDMX). Estudió teatro y la licenciatura de Estudios Latinoamericanos, en la UNAM. Ambas truncas. Permanente estudiante/escrutiñador de la comedia, pues la risa es la prioridad. La ironía lo llevó a inscribirse en Derecho, también en la UNAM.

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

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