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Ilustración: Lizeth Proaño

Natalia Cantarell

Me dejé caer en el sillón de gamuza morado. Solté un suspiro y cerré los ojos, la tranquilidad después de un trabajo bien hecho me recorría el cuerpo. Enfrente de mí, pegada en la pared, había una pintura dominada por el color naranja. Simples pinceladas llenaban ese pequeño lienzo que junto con un tono blanco hacían una revoltura que no parecía tener sentido.

Dedicaba mis ratos libres a esperar que esa pintura cambiara, que los tonos se volvieran más brillosos, más opacos, más feos, más hermosos, pero hasta la fecha seguía siendo la misma de siempre.

Cerré los ojos, recosté mi cabeza en el respaldo del sillón y comencé a meditar mis pasos, no quería arruinar mi mañana por haber dejado algún pendiente.

En cortos flashazos fui recordando. Después de terminar el trabajo volví a casa, dejé toda mi ropa en la entrada, desnudo subí las escaleras hasta llegar a la ducha. Hice hasta lo imposible por sacar la tierra que tenía entre las uñas, para poder limpiar la larga herida que tenía en el muslo, ¿qué puedo decir?, un gaje del oficio. Me atendí la herida que comenzaba a sangrar de nuevo para después sentarme en el cómodo sillón.

Volví en mí, me puse de pie y caminé despacio a la cocina. Saqué la única taza que había en la alacena, tenía más de 20 años conmigo, estaba despostillada y ya no era igual de brillante que antes, ¿qué había de diferente entre esa taza y mi pintura?

La misma pregunta me abrazaba siempre, pero qué podía esperar, había razones por las que era imposible cambiar, esa pintura era igual que yo. Por más que intentara dejar de ser ese hombre, ese criminal, ese maldito asesino, no podía evitar sentir ese deseo, esas ganas de sangre, de ver el último aliento de una persona.

Dejé la taza sobre la barra de la cocina y caminé a la ventana. El cielo tenía un tono verdoso, el amanecer sería en pocas horas.

Caminé a la entrada y metí todas las posibles evidencias en una bolsa de plástico de la que me tendría que deshacer en un rato. Regresé a la sala, el sillón morado tenía una marca justo en el lugar dónde me sentaba desde hace años. Eché un último vistazo a la pintura naranja, seguía igual que hace unos minutos. Sonreí, la estúpida pintura se burlaba de mí, igual que siempre. Rendido regresé a la entrada y salí de mi casa. No lo sé, quizá mañana será diferente.

Natalia Cantarell

Natalia Cantarell

Autora

Mi nombre es Natalia Cantarell, nací el 3 de noviembre del 2001 en la Ciudad de México, México. En julio del 2020 publiqué mi primer libro “Las damas no tienen edad” en Amazon, además de eso recientemente se ha publicado uno de mis cuentos en la revista 135 magazine y actualmente estoy trabajando en una colaboración con la editorial Caza de Versos.

Lizeth Proaño

Lizeth Proaño

Ilustradora

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