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Ilustración: Caro Poe

Andrés Martínez

What did you dream?

It`s alright we told what to dream.

(…)So Welcome to the machine.

Pink Floyd

Es un hecho que el tiempo pasa y con él las relaciones se transforman, incluyendo, desde luego, la más básica de las formas de organización social: la familia. Poco tenemos ya que ver, al menos en apariencia, con las primeras y difusas familias que acampaban en las cavernas del periodo lítico. De igual forma, si algún caballero medieval por azares cuánticos se perdiera en el tiempo para después reencontrar su aldea (pero en nuestra época), le sería indescifrable la dinámica familiar de sus descendientes del siglo XXI.

Aunque, para ser justos, no es necesario recurrir a los extremos para dar cuenta de las mutaciones familiares. Sin ir tan lejos, la mayoría de nuestros abuelos a menudo se sienten confundidos respecto al presente que habitan. El mundo para el que fueron criados ya no existe, sólo un par de ruinas del pasado se asoman. Ellos existen en la delicada frontera entre la sociedad actual y el olvido.

Pero, regresando al tema central, la metamorfosis de las dinámicas sociales nunca había sufrido alteraciones a tan abrupta velocidad como en la época moderna. Es como si la Historia se acelerara y en un año ocurriera lo que en el pasado tomaba un lustro (o más). Desde luego que el gran catalizador no ha sido otro que el factor tecnológico*, que ha venido desde la antigüedad barriendo las formas de sociabilizar.

Estas transformaciones pueden verse reflejadas, en su mayoría, en la composición o disposición de objetos que hay dentro del espacio arquitectónico denominado como sala. Del teléfono pasamos a la radio, del radio al televisor y, más actualmente, a los servicios de streaming y la asistencia inteligente (como Alexa o Siri) . La transición de un aparato a otro ha modificado las interacciones en las salas familiares, hecho que no es para nada menor, puesto que dicha habitación comprende el punto principal de encuentro de todas las familias. Puede que en otras habitaciones confluyan dos o tres personas, pero únicamente en la sala es donde la totalidad de individuos se reúne con fines de ocio o de charlas serias.

Debido a esto, me atrevo a decir que la sala cumple la función de núcleo regulador de la familia. Todas las actividades realizadas en colectivo fuera de ese espacio se encuentran mediadas por la experiencia previa adquirida en medio de los sillones y el televisor. Pero cabría preguntarse: ¿Qué actividades se realizan? ¿A qué aspiran los miembros de las familias? ¿Cómo se conciben frente a los demás? ¿Y qué tanto el consumo regula sus relaciones?

Para responder dichas preguntas, en primer lugar, debemos comprender cual es la concepción actual de los objetos en una sala. Lejos quedaron ya los tiempos en los que un objeto podía verse/utilizarse bajo una individualidad absoluta. El televisor no restringía ni ampliaba el uso del teléfono, así como este a su vez este poco tenía que ver con el óptimo funcionamiento de las bombillas eléctricas. Hoy, por el contrario, puede hablarse de un “sistema de objetos” (Braudrillard, Jean, 1981: 15) en la medida en que estos se encuentran interconectados. De tal forma que su valor de uso es anulado o decae si no están conectados con otros, tal como funciona un ecosistema.

Así pues, la sala tecnológica del siglo XXI tiene el potencial de contener el conjunto de la vida familiar dentro del hogar, al igual que la drugstore o el centro comercial pueden abarcar la totalidad de actividades fuera de casa, en la medida en que estas actividades se orientan al consumo (Braudrillard, Jean. 2009: 7). Nunca antes han existido estas selvas predatorias del capitalismo en tan reducido espacio. Y el hecho de que las personas acepten y construyan estos ecosistemas, no responde a la irracionalidad del ratón glotón que cae en la clásica trampa de madera; más bien es producto de la racionalizada necesidad de consumo fabricada por objetos mobiliarios.

Es decir, que la sala tecnológica es un ecosistema que se construye a sí mismo. Podríamos rastrear los orígenes de esto en alguna publicidad de inicios del siglo pasado que invitara a adquirir (por decir algo) una radio. De tal manera que, sin pensarlo, dicho objeto en apariencia noble sería el primer eslabón de una cadena de consumo. La radio llamó a la tele y esta a su vez invitó al DVD y luego a la consola de videojuegos, quienes a su vez corrieron la voz para que acudieran la iluminación controlada o el asiento autoajustable. Y así, tras una serie de concatenaciones, un día la familia despierta con celulares en mano, separados por la espesura de los cables; y ante la impotencia de comunicarse, acuden al lenguaje de Spotify que es respondido por el idioma de una serie de Netflix.

Dicho la anterior, no cabe duda de que la sala es el regulador de la vida familiar. Sin embargo, su control va más allá de administrar las compras materiales del hogar. No es un simple lugar que media las idas al supermercado. Al igual que regula y promueve ciertos productos, publicita ciertos estilos de vida que favorecen su reproducción. Los teóricos de la escuela de Frankfurt, más específicamente Theodor Adorno y Max Horkheimer, ya habían descrito el peligro que representaba la denominada “industria cultural”. La cual penetra actualmente, de manera amigable, proyectándose en los contenidos de los objetos que conforman la sala tecnológica moderna. De tal manera, que llega el punto en que el discurso de la ideología del consumo controla el ocio (W. Adorno, Theodor y Horkheimer, Max. 2007: 143) por medio del dominio del espacio colectivo de relajación que es el living room.

La familia despierta y se encuentra atrapada por una serie de lianas, con bocinas bluetooth incluidas, y pájaros azules que repiten al unísono el devenir individual de cada uno de sus integrantes. Pero para ello, primero es preciso crear nuevas nociones de la diversión y otras emociones, se va irguiendo una industria del amussement. La cual construye a través de las series, videoblogs, podcast y otras expresiones culturales, un nuevo diccionario simbólico. Donde el significado de diversión se emparenta con la palabra compra y se posiciona como antónimo de reflexión crítica.

Y es aquí donde me gustaría hacer un énfasis en las infancias que se desarrollan dentro de la sala tecnológica. Después de ser concebidos, crecer y relacionarse mediante medios que incentivan al consumo, los hijos de las familias tenderán a buscar caminos de vida que satisfagan su necesidad de consumo, disfrazada de realización personal. Se embarcarán en proyectos de vida donde intenten emular a los personajes o podcasters que admiran, enfocándose en imitar en primera instancia sus instrumentos superficiales: ropa de marca, equipo caro, etc.

Su vida no pasara a ser más que un mal remake de toda la producción ficticia con la que fueron alimentados en la niñez. La sala tecnológica es un catalizador de la ficcionalización de la vida. Esto en la medida que los miembros de las actuales familias hacen poco por salir del guion escrito por los aparatos tecnológicos, en aras de proteger aquello que los mantiene cautivos. O, en palabras de Adorno y Horkheimer:

«En lugar de exponerse a este fracaso, se han contentado a la repetición. Solo se realiza aquello que ya es seguro, la experimentación, aquello que no es redituable queda excluido (…) Cuando llega al punto de determinar el consumo, descarta como riesgo inútil lo que aún no ha sido experimentado» (W. Adorno, Theodor y Horkheimer, Max. 2007: 139).

Caso contrario a lo que ocurría en las cavernas donde, pese a ser menos inteligentes (en apariencia), se apostaba por la experimentación como forma de supervivencia; hoy, tras convivir con las consecuencias de la deformación del pensamiento ilustrado, es preferible no reinventar el fuego si este es capaz de arrasar con el papel moneda. La supuesta innovación de nuestros tiempos no es más que una actualización a la selva que es la sala tecnológica. Simples parches que no reinventan nada, pero que hacen más espectacular el despliegue de la estética del consumo.

Tomamos como original recorrer el mismo camino que otros miles ya navegan ¿Cuántos potenciales Lobos de Wall Street o doctoras Meredith Grey hay allá afuera? Nuestra supuesta individualidad no es más que una pseudoindividualidad fabricada en la sala tecnológica. Incluso aquellos que optan por un camino “alterno”, los estudiantes de humanidades y ciencias sociales, sueñan con llegar al mismo muelle; con poder gritar “revolución” mientras ajustan la temperatura de su sala tecnológica. O como diría el rapero Kase O: «Ahora ya no es nada nuevo, quiero ser rico».

Es en este punto donde se coincide con lo planteado en El hombre unidimensional (Marcuse, Herbert; 1998), el cierre del universo. Nos hemos construido socialmente de tal manera, que incluso las supuestas oposiciones no representan un peligro verdadero para el sistema. Las 4 áreas en las que dividimos el conocimiento tributan al mismo dios. En apariencia todos siguen un camino diferente, pero en la práctica todos contribuyen a la reproducción de la industria cultural.

Pero volviendo a las consecuencias de este devenir trazado por la ideología del consumo, proyectada en el sistema de objetos de la formativa sala familiar, sólo pueden recaer en dos finales posibles. El primero de ellos es aquel que le depara a la gran masa de la población. La inevitable decepción de quien se da cuenta de la imposibilidad que significa satisfacer todo lo que la sala tecnológica le ha enseñado a desear. No sólo a un nivel de cosas materiales, que por demás nunca tendrá la última gama a su servicio. Es más frustrante cuando esta insatisfacción se da un nivel social, cuando la ficción se queda en lo que es: utopía.

Sin embargo, el otro resultado tampoco es benevolente. Aquella minoría que logra proveer su sala tecnológica con el más moderno equipo de diversión y entretenimiento, tampoco escapa a la decepción. La familia despierta rodeada por el ecosistema de objetos, tiene a su alcance una gran variedad de estímulos y pese a ello no siente satisfacción. La diversión y el goce que proporcionan los aparatos eléctricos no tarda en petrificarse en aburrimiento. Es una constante repetición de contenidos y comodidades que no dejan un aroma, una contemplación, algo más allá del mero deslumbramiento.

En conjunto con esta banalización de los objetos, se presenta la banalización de la familia: o al menos en la medida en que esta se encuentra conectada/construida gracias a las relaciones que se dan a partir del sistema de objetos de la sala. La sala tecnológica es una paradoja, puesto que sigue cumpliendo su función de aglomerar a los integrantes de la familia, pero los separa debido a que corta cualquier otra forma de interacción más allá del consumo.

Todo lo anterior queda perfectamente representado en el video musical «In this cold place»** del artista visual Moby, donde se narra la historia de un niño cuya vida transcurre a través del televisor (y sus futuras salas). De fondo se desarrollan dramas familiares, pero al niño no le interesa, crece observando los otros problemas proyectados en la pantalla. Es incapaz de hacer algo por los otros, debido a que es incapaz de salvarse a él mismo. Su vida se marchita en la sala y no importa que afuera todo este en ruinas, mientras los objetos tecnológicos le sigan proporcionando entretenimiento, él seguirá ahí sentado sin hacer nada, salvo consumir.

La familia sueña que despierta.


Fuentes:

Braudrillard, Jean. (1981). El sistema de los objetos. Madrid, Siglo XXI Editores

Braudrillard, Jean. (2009). La sociedad del consumo. Sus mitos, sus estructuras. Madrid, Siglo XXI.

Marcuse, Herbert. (1998) El hombre unidimensional. México, Grupo Planeta.

W. Adorno, Theodor y Horkheimer, Max. (2007). “La industria cultural. Ilustración como engaño de masas” Dialéctica de la ilustración. México, AKAL. 133-182

*Para ser más claros, puesto que tecnología ha existido desde siempre, quiero mencionar que por tecnología me refiero, bajo este contexto, a todos los desarrollos tecnocientíficos a partir del siglo XX; los cuales se caracterizan por un proceso de producción en serie.

**Disponible en: https://www.youtube.com/results?search_query=in+this+cold+place

Andrés Martínez

Andrés Martínez

Autor

Alumno de 6to semestre del Colegio de Estudios Latinoamericanos (FFyL: UNAM). Ha publicado artículos en El tecolote y en Revista Horizontes. Está próximo a ser publicado en la antología Nido de Poesía. Cuarta Generación.

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

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