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Ilustración: Arturo Cervantes

Alejandro Zaga

Hoy vi a la Muerte paseando a su perro. Un schnauzer negro, enteramente negro salvo los ojos plateados. Es ciego. La Muerte no llevaba sombrero, eso me sorprendió, en todos lados la he visto con sombrero. Me miró directamente a los ojos, sentí que me estaba esperando al otro lado de la calle. No le daría el gusto de encontrarla de frente voluntariamente, esperaría al siguiente semáforo. Mi corazón tocaba Lágrimas negras. El semáforo se puso en rojo y el schnauzer comenzó a caminar, guiado por algún aroma. Detrás de él, la Muerte venía, sin dejar de mirarme. El perro se detuvo junto a mí, el aroma que seguía era el mío. Al sentir a la Muerte a mi lado todo quedó en silencio por un instante, la temperatura de mi cuerpo bajó y me dijo en voz baja: Espera a la próxima semana.

Cuando nací ya se le decía la Muerte. Me dio mucho miedo desde niño siquiera escuchar de ella. Piel clara, vitíligo en cuello y pecho. Huesuda. Sus ojos negros muy delineados y sombreados. Principios de alopecia que ocultaba con un sombrero de ala ancha. En el mundo hay muchas así… muchas Muertes. No era su físico lo que me daba miedo y era solo una excusa para decirle la Muerte. Lo que me aterraba, era lo que decían mis padres y amigos de ellos. ¿Cómo no tener miedo de una señora que se come a los hombres que rondan su casa? Yo más bien la miraba con respeto, dando los buenos días y las buenas tardes (era raro mirarla de noche), pidiendo permiso al pasar junto a ella. Era muy amable conmigo, me sonreía y me llamaba por mi nombre. Eso me asustaba más. Quien es amigo de la muerte, es amigo del poder… yo no quiero tener poder, seguro me corrompe.

Cuando dejó de sonreírme y hablarme, fue cuando notó que la evitaba.

Tenía una buena razón: Si antes daba espacio para la duda, ahora confirmaba que se comía a los hombres. Escuché a papá contarle a su nueva mujer (mamá murió dos años atrás), que su compadre se había muerto por cruzarse con la Muerte. Entonces yo seguía vivo de milagro, porque nos cruzábamos a cada rato. Ella me saludaba desde lejos, pero tras saber que si me cruzaba con ella podía comerme allí mismo, solo le respondía con la mano y cambiaba de acera. No la miraba, pero sentía en mi nuca sus ojos siguiéndome, sentía a la Muerte colgada de mi nuca.

Ray, su schnauzer no nació ciego, le oí a mi segunda madrastra decir que se lo había regalado el Diablo. A ella le pareció gracioso, a mí me alarmó ¿Qué plan traerá la Muerte con el Diablo? Tan malo uno como misteriosa la otra. Al perrito lo atropellaron. Fue el que vende la fruta en la parte de atrás de su camioneta, la anuncia con un megáfono en su capó. No entiendo cómo matar a un hombre que solo se cruzó con ella pero deja vivo al que le apaga la luz a su perro. Trabaja de un modo muy extraño la Muerte.


La Muerte tiene sombrero nuevo. Me encontró volviendo de la escuela, había sacado su mecedora a la calle. Suele hacer eso los domingos, pero no los jueves.

― ¿Ya viste qué bonito sombrero, Iván?― Me preguntó con los ojos escondidos bajo el ala de su sombrero.

―Lo es, señora… es muy bonito― le contesté titubeando y avanzando –Con permiso.

― ¿Ya se te olvidó lo que te dije el otro día? Han pasado cuatro días y no te veo muy preparado para la Muerte…

―Aún hay muchas cosas que desearía antes de la muerte y sinceramente…

―¡Ah! Tonterías –Me interrumpió y tomándome la mano en la suya, huesuda y llena de anillos, añadió –Después de la Muerte no hay algo más…

Asentí con la cabeza sin mirarla a la cara, si lo hacía probablemente me comía ahí, en plena calle. No quiero morir.

Llegué a casa hace un rato y papá me preguntó por qué no hablaba como acostumbro, pero no me di cuenta de que me hablaba hasta que se había ido. La muerte está cerca, no podré huír.


No era un sombrero nuevo, era el mismo, pero arreglado, lo mandó enmendar el día que la vi sin sombrero. Lo había remendado, me di cuenta cuando se lo quitó.

Yo iba para la escuela, sin ganas, porque no había hecho la tarea. Una cuadra antes de llegar, la vi en una esquina con su vestido de principios de siglo pasado con una sombrilla abierta a pesar de que ni llovía ni había salido el sol entero. Quise hacer el que no la veía y pasar de largo, pero me detuvo el paso con su sombrilla.

―No te ves con muchas ganas de ir a la escuela… si yo, La Muerte, hablo con todos tus profesores, incluso podrás faltar más sin tener problemas.

Solo acepté ir con ella por miedo, si la obedecía tal vez no me haría daño o me perdonaría. Ahora, escondido en el baño pienso en qué fácil habría sido hacer la tarea. Escucho ladrar a Ray hacia acá…


La muerte también me ha comido a mí como se comió antes a tantos hombres, pero es algo que no contaré a nadie.

Alejandro Zaga

Alejandro Zaga

Director Jurídico

Nacido en 1995 en Distrito Federal (hoy CDMX). Estudió teatro y la licenciatura de Estudios Latinoamericanos, en la UNAM. Ambas truncas. Permanente estudiante/escrutiñador de la comedia, pues la risa es la prioridad. La ironía lo llevó a inscribirse en Derecho, también en la UNAM.

Arturo Cervantes

Arturo Cervantes

Ilustrador

Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.

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