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Ilustración: Caro Poe

Gabriela Alfred

Tarija, septiembre de 2020

Estimada Señora S.A.:

Le escribo como una amiga aunque usted no me conoce, pero yo la conozco a usted y para comenzar una carta eso me basta. Usted me ha acompañado con sus palabras en mis horas solitarias y felices, por eso la considero cercana, tan cercana al menos como cualquier persona que me órbita físicamente, y aún más porque usted me ha hablado siempre directo al corazón.

Estoy consciente de la inmensa posibilidad de que usted no me lea, ya que nos separa una gran distancia, sobre todo cultural, pero a pesar de ello o, tal vez, justamente por ello, le escribo estas líneas como quien lanza una botella al mar, pero sin apuro de ser descubierta en esta cálida isla en la que habito.

He decidido dar un paso adelante, y disculpe que se lo diga de manera tan ceremoniosa, pero la decisión apunta a un cambio vital en el que usted ha sido parte importante, por eso quiero contarle por qué.

Después de una vida, para algunos muy corta pero que yo he sentido extensa, de leer, descubrir y absorber, me había dejado arrastrar a un estado de resignación. Al estilo salomónico había creído concluir que no hay nada nuevo bajo el sol —y mejor que no lo haya— ya que todo lo esencial se había dicho y de las más bellas maneras. ¿Cómo puede una simple persona como yo aspirar o si quiera creer que hay algo más que pueda aportar a lo pensado por las grandes mentes de nuestro pasado? me he maravillado de tales y tantas maneras leyendo a las y los gigantes inmensos de la literatura y filosofía universal, que me había dejado arrastrar por el encantamiento de los dioses terrenales. Estimada señora S, existen libros que han colmado de tal manera mi espíritu, que con gusto he aceptado el destino de Ícaro y me he dejado quemar por completo con lo que irradiaron los ídolos del pasado. No le aburriré con una lista, porque sé que usted y yo coincidiremos en esas grandes obras en tanto que somos humanas y compartimos la misma historia, aunque si esta correspondencia es fructífera, me encantará que nos descubramos la una a la otra lo que hay más allá de lo «universal».

Si, admito una vez más, que me he dejado obnubilar, que he cedido a tal grado a la abstracción que me he olvidado de lo que estaba a mi lado, de quiénes, más bien, estaban a mi lado. ¿De dónde surgen las historias que merecen ser contadas? había partido creyendo que las ideas, al estilo platónico, existían en un más allá al cual pocos tenían acceso, esos eran los «elegidos» que traspasaban el umbral y volvían con la idea perfecta para presentárnosla a quienes no teníamos ese derecho de visita. Era una manera inmadura y romántica de ver la vida, ahora sé que esto no es así y usted me ha ayudado a terminar de descubrirlo, y hago énfasis en terminar, porque, aunque yo a usted la tenga en todo lo alto, debo admitir que este proceso había estado echando raíces años atrás, inconscientemente, a partir de una lectura en particular: Frankenstein. Empiezo, por tanto, agradeciéndole a Mary Shelley y termino con usted.

Pero ya que estamos, también le otorgaré un guiño de gracia al destino, que me ha alejado por la fuerza de la filosofía, necesaria pero enajenadora si no se tiene la madurez para encararla, y me ha puesto cara a cara con la realidad. Lo que usted me ha legado no habría podido entenderlo jamás sino aceptaba de una vez por todas, que para mí también regía la ley de la gravedad, y para Shakespeare y Shelley también. De ahí en más fue empezar a comprender y buscar las correspondencias, resulta que la idea copiaba al objeto y el objeto a la idea de manera circular, lenguaje y realidad intersubjetiva, adiós a Platón y los grandes extremistas. Resulta que las historias no eran lluvia celestial, sino semillas que germinaban de la tierra misma, regadas con palabras compartidas y maduradas a golpes de sol y lluvia. ¿Usted sabe lo que fue para mí descubrir esto? encontrar la correspondencia entre Mary Shelley y Adán, entre usted y los cientos de voces que ha plasmado, entro yo y mi otro, tanto tiempo despreciado, ahora horizonte de nuevas esperanzas.

Escribir porque hay cientos de historias que merecen ser contadas, voces que necesitan ser escuchadas, injurias que no pueden ser olvidadas. Todos tenemos historias que contar, un escritor no lo es porque tenga más ideas que los demás o más capacidad de inventiva, ¿es realmente el escritor un artífice, un gran demiurgo?, ¿o más bien un simple peón de la palabra? Yo concibo la escritura como un oficio, quizás unos de los trabajos más esenciales que hemos asumido como seres humanos, y quienes pueden y tienen las habilidades para traducir lo dicho y expresado en un papel, ¿por qué no lo harían? una canción dice «la vida no vale nada si yo me quedo sentado, después que he visto y soñado que en todas partes me llaman», pues eso, usted me entiende, ¿verdad?, ¿o acaso no es lo que ha hecho todo este tiempo? Acudir una y otra vez a desenterrar recuerdos, a traducir coloquios, y a llenar espacios en la memoria de cientos de personas.

Creo que, si tradujera alguna experiencia significativa de una manera hermosa, al menos una vez en la vida, daría por realizada mi labor. Ese es el paso del que le hablé al principio, significa una determinación: intentarlo sin importar el tiempo que tome, porque mientras haya experiencias vivas, y las habrá mientras exista la humanidad, no todo está dicho. Cada historia es una responsabilidad, eso lo aprendí de usted y para mí la escritura es un trabajo muy serio, aun cuando sea un juego, uno debe jugar con seriedad, como lo hace un niño.

Como prometí, terminaré esta carta agradeciéndole profundamente por haberme mostrado otro tipo de quehacer del escritor, por haberme dado, inconscientemente, un norte y, porque, aunque usted no lo crea, me ha dado la pieza que faltaba para animarme a escribir: un horizonte ético, terrenal y humano. Ahora estoy en la búsqueda de esa historia que yo pueda contar y, para que no me pille desprevenida y me encuentre trabajando, como decía Picasso, trato de pulir todas las herramientas necesarias para otorgarle la dignidad que merece.

Espero de corazón que usted pueda ser partícipe de esa historia.

No me queda más que enviarle un sincero abrazo y desearle, un poco egoístamente, que me siga hablando a través de nuevos libros.

Con afecto, Gabriela.

Gabriela Alfred

Gabriela Alfred

Directora de Redacción

Soy de Bolivia, nací rodeada de montañas y agua dulce. Me licencié en Filosofía y Letras por purito placer y hasta el día de hoy sigo buscando profesionalizarme en saberes inútiles. Escribo porque me hace feliz, leo porque no puedo vivir siempre en mi propia mente. Me gusta tejer, las historias ñoñas de amor, la fiesta y las conversaciones en la madrugada.

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

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