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Ilustración: Caro Poe

Santiago Clemente

En uno de sus célebres juicios críticos, Harold Bloom proclamó que los mayores novelistas estadounidenses de su tiempo eran Thomas Pynchon, Don DeLillo, Philip Roth y Cormac McCarthy. La agrupación obedece más a una cuestión generacional que estética, porque, salvo ciertas características en la obra de los dos primeros que llevan a encasillarlos como posmodernistas, poco y nada tienen en común. Si Pynchon y DeLillo cultivan con entusiasmo la narrativa laberíntica y totalizante, resultando en novelas larguísimas y que pretenden abarcar toda la densidad de lo real (y que en el caso de Pynchon alcanza unas cotas de exigencia al lector que producen tantos fanáticos como detractores), Roth optó por centrarse en la condición humana, y en cómo la sociedad ejerce (re)presiones sobre ella, desde lo político y lo religioso hasta las instituciones sociales. McCarthy, en cambio, es un solitario, y aunque no llega a los extremos de un Pynchon o un Salinger, pertenece a esa estirpe de escritores que cultivan el bajo perfil y no se preocupan demasiado por su presencia editorial (su última novela, con la que ganó el Pulitzer, se publicó hace catorce años). También, podría decirse que es el menos intelectual de los autores citados. No tiene la erudición esquizofrénica de Pynchon, ni la amargura neurótica de Roth, demasiado propia de un hombre de ciudad. Como Faulkner y Hemingway, McCarthy es un hombre del campo, y sus personajes son seres solitarios, antihéroes, locos mesiánicos, fugitivos de la ley o, simplemente, personajes sin pasado y sin nombre que sólo tienen el camino por delante como única referencia.

La narrativa de McCarthy se suele dividir en dos períodos, distinguibles tanto por el escenario como por el tipo de personajes: en sus primeras cuatro novelas, la acción está ambientada en la región del Sur, más concretamente en Tennessee, donde el autor se crió. Con muchos tópicos del gótico sureño, son novelas que acusan notoriamente la influencia de Faulkner, aunque más en los temas y las tramas que en el estilo, que sin embargo, no deja de mantener cierto barroquismo. Los protagonistas son seres gregarios, solitarios, antisociales que son perseguidos por la sociedad. En Hijo de Dios, por ejemplo, el protagonista, Lester Ballard, es un antisocial que sufre un proceso de degradación mental que lo despoja cada vez más de su humanidad hasta reducirlo a poco menos que una bestia, un depravado sexual con fetiches necrofílcos e incluso pederastas. El segundo período, al que pertenecen sus obras maestras, está ambientado en paisajes del Medio Oeste, en la frontera con México. De este período se suele destacar sobre todo Meridiano de sangre, con la que obtuvo un primer éxito de público y aún hoy está considerada una de sus mejores novelas. La temática de “western crepuscular” de la obra le permite a McCarthy dotar de un aura épica y al mismo tiempo patética, a la gesta de un grupo de hombres liderados por un juez al mejor estilo del capitán Ahab de Moby Dick, que recorren las llanuras soportando desde las inclemencias del tiempo hasta los ataques de los comanches. Finalmente, en La carretera, su última novela hasta la fecha, incursiona por primera vez en una temática de ciencia ficción post-apocalíptica, tomando como protagonistas a un padre y su hijo que intentan sobrevivir en un mundo donde parecen ser los únicos sobrevivientes.

En un mundo en el que la sobreinformación y la superación constante de sus horrores nos insensibiliza cada día más, los elementos truculentos del gótico americano puede que pierdan cada vez más su efecto. Escenas que hace setenta, cincuenta o apenas treinta años nos producían escalofríos y nos escandalizaban, hoy ya son parte de la comidilla de todos los días en no pocas partes del mundo. Incestos, embarazos adolescentes, mutilaciones, descuartizamientos, torturas, formas y técnicas de suplicio y desaparición de cuerpos cada vez más sofisticadas. Sin embargo, estas escenas, en los libros de Faulkner y McCarthy (y también, en los de Donald Ray Pollock) nos siguen produciendo esa extraña mezcla de asombro y estremecimiento, nos siguen emocionando. ¿Cómo es posible? Sencillamente, porque la efectividad de tales truculencias no reside en lo crudo o en lo perverso que se pueda llegar a ser, sino en la capacidad del autor para producir un efecto estético a través de su escritura. Y en eso McCarthy es tal vez el mejor autor vivo. Alguien capaz de asomarse a los abismos más oscuros del alma humana y crear algo que pueda sacarnos un temblor de horror y emoción, en una escritura que combina el genio literario con una intensidad visceral, es un más que claro merecedor del Nobel, y de los últimos que quedan con una obra que lo justifica de principio a fin. Lo contrario sería una omisión en la que la Academia Sueca no puede seguir incurriendo sin arriesgarse a caer por enésima vez en un descrédito que cada vez le pesa más.

Algunas obras:

El guardián del vergel (1965)

La oscuridad exterior (1968)

Hijo de Dios (1973)

Sutree (1979)

Meridiano de sangre (1985)

Trilogía de la frontera (Todos los hermosos caballos, 1992, En la frontera, 1994, Ciudades de la llanura, 1998)

No es país para viejos (2005)

La carretera (2006)

McCarthy en sus propias palabras:

  • Si analizas los clásicos de la literatura, están construidos en torno a la idea de la tragedia. Uno no aprende demasiado de las cosas buenas que le van sucediendo. Pero la tragedia está en el centro de la experiencia humana y es a lo que tenemos que enfrentarnos, es lo que hace que la vida sea difícil y es de lo que queremos aprender, es aquello a lo que queremos saber cómo enfrentarnos, porque es inevitable, no hay nada que podamos hacer para prevenirlo. Así que, ¿cómo te enfrentas a ello?
  • Toda la literatura clásica habla de cosas que le suceden a individuos que habrían preferido no experimentarlas.
  • Al congregarse todos para dormir, y crepitar al viento las llamas bajas de la hoguera cual si estuviera viva, seguían los cuatro en cuclillas en los márgenes de la lumbre, rodeados de extraños enseres y viendo combarse las llamas bajo la ventisca como si fueran absorbidas al vacío por alguna vorágine, un vórtice en aquel desierto con respecto del cual quedaban derogados el tránsito del hombre y todos sus cálculos. [Meridiano de sangre]
  • La verdad sobre el mundo, dijo, es que todo es posible. Si no lo hubierais visto desde el momento de nacer y despojado por tanto de su extrañeza os habría parecido lo que es, un juego de manos barato, un sueño febril, un éxtasis poblado de quimeras sin analogía ni precedente, una feria ambulante, un circo migratorio cuyo destino final después de muchos montajes en otros tantos campos enfangados es más calamitoso y abominable de lo que podemos imaginar”. [Meridiano de sangre]
  • Las cicatrices tienen el extraño poder de recordarnos que nuestro pasado es real. [Todos los hermosos caballos]
  • Pero no hay absolutos en la miseria humana y las cosas siempre pueden ponerse peores. [Suttree]
  • Al final todos llegamos a curarnos de nuestros sentimientos. Aquellos a quienes no cura la vida, les curará la muerte. El mundo es totalmente implacable en la selección entre el sueño y la realidad, incluso cuando nosotros no queremos serlo. Entre el deseo y lo que el mundo está esperando. [Todos los hermosos caballos]
  • Hace tiempo leí en un periódico de aquí que unos maestros encontraron de casualidad una encuesta que enviaron en los años treinta a varias escuelas del país. Incluía un cuestionario sobre cuáles eran los problemas de la enseñanza en las escuelas. Y encontraron unos formularios que habían enviado desde varios puntos del país respondiendo a estas preguntas. Y los mayores problemas mencionados eran cosas como hablar en clase y correr por los pasillos. Mascar chicle. Copiar los deberes. Cosas por el estilo. Cogieron uno de los impresos que estaba en blanco, hicieron fotocopias y los volvieron a enviar a las mismas escuelas. Cuarenta años después. Y he aquí las respuestas. Violación, incendio premeditado, asesinato. Drogas. Suicidio. Me puse a pensar en eso. Porque la mayoría de las veces cuando digo que el mundo se está yendo al infierno la gente simplemente sonríe y me dice que me estoy haciendo viejo. Que ese es uno de los síntomas. Pero lo que yo creo es que cualquiera que no vea la diferencia entre violar y asesinar gente y mascar chicle tiene un problema mucho mayor que el que tengo yo. Y cuarenta años tampoco es tanto. Tal vez los próximos cuarenta sacarán a la luz algún problema más. Si no es demasiado tarde. [No es país para viejos]
  • No se empieza de nuevo. Ese es el quid. Cada paso que das es para siempre. No puedes borrarlo”. [No es país para viejos]
  • Todas las cosas bellas y armónicas que uno conserva en su corazón tienen una procedencia común en el dolor. El hecho de nacer en la aflicción y la ceniza. Bueno, susurró para el chico que dormía. Yo te tengo a ti”. [La carretera]
  • La guerra siempre estuvo aquí. Antes de que el hombre estuviera, la guerra le esperaba. El último oficio que espera a su último practicante. [Meridiano de Sangre]
  • Y los sueños tan llenos de color. ¿Cómo si no te reclamaba la muerte? Al despertar en el frío amanecer todo se volvía ceniza al instante. Como ciertos frescos antiguos sepultados durante siglos y expuestos de repente a la luz del día”. [La carretera.]


Fuentes

Cuando Werner encontró a Cormarc

Autor

Santiago Clemente

Santiago Clemente

Redactor

Ilustradora

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

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