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Ilustración: Arturo Cervantes

Yotzi Venegas

Como cada noche te observo. A través del marco tengo una visión clara de tu habitación. No puedo perder detalle, ya la conozco de memoria; al centro, la cama. Al lado, el escritorio, del otro lado, pegado a la pared, el buró. Sé de donde sacas cada una de las prendas que te visten diario; tengo aprendido cada uno de los conjuntos secretos que escondes en la intimidad. Vivimos una complicidad, tú naciste para ser admirada y yo te admiró. Ese es el trato, trato sin palabras porque es así en lo implícito donde se encuentra el mayor entendimiento. Son incontables las noches en que te he espiado, no, no, espiar es una palabra horrible, te contemplo. Además si usáramos el anterior adjetivo significaría que lo hago contra tu voluntad y eso no es cierto, tú sabes que estoy aquí, lo notó en la mirada que me lanzas a veces, en las palabras que dices cuando estás sola en la habitación y entonces yo siento que hablas conmigo, pero yo nunca me atrevería a contestarte, es mejor así, conviene que yo intervenga lo menos posible con sensaciones inútiles.

Llevo bastante tiempo encerrado aquí, no sé por qué, realmente no tengo memoria antes de mi encierro, no me explico bien si he cometido algún delito, si estoy aquí por un experimento perverso, no lo sé. Lo que recuerdo bien es el primer día que te vi, tan linda, fantástica, sólo tú le das sentido a este suplicio. No, hoy estoy muy desatinado con los adjetivos, decir que es un suplicio es ofender tu imagen. El verte no es un sufrimiento, es el mayor placer del mundo; tengo que soportar tu ausencia en este cuarto inmóvil, pero mis captores, quizá Dios mismo, ya que a Él le gustan este tipo de pruebas, son tan benevolentes que me han permitido tu paisaje.

Claro que tú si puedes salir, te vas diario a cumplir tu rutina, rutina tuya y mía, porque mientras tú no estás yo me desvanezco en los más despreciables pensamientos

Muero mil veces pensando que ya no podrías regresar, es por eso que al oír la puerta de tu cuarto me emociono tanto que casi llego a las lágrimas. No me confundas, soy un sensible fastidioso. En el ver está mi goce, cuando al pasar de las noches en ocasiones has traído algún acompañante, créeme, te juro que ni un atisbo de celos me ha rondado la cabeza. Te he oído suspirar, gemir, llorar, pelear, gritar, reír, maldecir, gozar y en todos esos momentos siempre has tenido una mirada cómplice hacia a mí. Por eso no tengo celos, cuando en medio del acto sexual desvías los ojos a mi dirección y me miras, sé que estás diciendo un quedo “esto también es para ti” y entro en un éxtasis inimaginable.

Varias veces he pensado qué pasaría si yo intentara tocarte, romper el cristal que nos separa, presentarme ante ti, poseerte quizá, moldearme a tu cotidianidad, ser contigo, vivir por ti, pero rápidamente he desechado tal blasfemia y es por miedo, tal vez sea la punzante homogeneidad del encierro, probablemente este volviéndome loco. Temo que si llego a tocarte te desaparecerás. Siento que sólo existes como una proyección de mi deseo ante este encierro maldito, que a una palma de tocarte te descubriré convertida en humo y no serás más y si tú no eres, yo tampoco seré.

Tengo la manía de pensar que yo te he creado, que yo te he dotado de vida y de cuerpo, de movimiento, toda tu biografía la tengo grabada en la mente, cuántos años tienes, donde naciste, todo tu árbol genealógico. Laura es un nombre que yo inventé para ti, seguramente, porque así he escuchado que te llaman. Así es como debe sentirse Dios. Dios es el perfecto voyeur, observando, así como yo, a través del marco, miles y millones de vidas, una tras otra, ese es el placer divino, ya lo he descubierto. Yo soy un igual a Dios, yo estoy aquí diario en el cielo y me atreví a llamarlo suplicio. Sé el secreto celestial, el placer de la contemplación, tan frágil, tan fácil de desequilibrar, sólo traspasando mi limite. No, discúlpame, disculpa mi cobardía, pero no puedo arriesgarme a perderte, no, me conformo sin quejarme en esta meditación que parece infinita, no romperé nada. Seguiré lo más quieto posible con tal de volverte a ver a la noche, empezar el rito de tu cuerpo desnudo y después observarte dormir hasta la mañana, me pregunto qué soñarás, yo no duermo por verte, yo vivo para verte, el cielo es la contemplación de una mujer.

Estoy a la expectativa, pronto llegarás. La emoción me embarga.

Supongo que hoy será otra noche de compañía, oigo tus pasos, pero vienen acompañados, asegúrame un buen espectáculo ¡Oh, Venus! ¡Oh, Laura! Hermosa, sensual, tierna, plácida, complaciente, eterna…

La puerta del dormitorio se abre, una mujer y un hombre entran:

—Oye, Laura, crees que podamos quitar ese cuadro de la pared, me incomoda, es que siento que no deja de seguirme con la mirada.

Autora

Yotzi Venegas

Yotzi Venegas

Ilustrador

Arturo Cervantes

Arturo Cervantes

Ilustrador

Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.

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