Adrián Fuentes
Tomar la decisión de interesarse por el mundo de la lectura implica un riesgo al que muchos prefieren rehusarse, en especial en un país como este, donde las estadísticas de promedio de lectores no están de nuestro lado. Mas no piense, querido lector, que el texto que tiene usted en sus manos se sumará a la tan nutrida lista de argumentos del por qué le hace tanto bien a la población leer y por qué la mayoría de los mexicanos debería sentirse avergonzado de no hacerlo; sino de un factor decisivo que establece una barrera prácticamente infranqueable que separa a los no lectores de los lectores, del que éstos últimos hemos sido los mayores causantes y que, sin embargo, se considera una ley intransgredible que pocas veces se cuestiona.
Asumir como indiscutibles los beneficios que por lo general se le adjudican a la lectura —entre los que se pueden mencionar el de aumentar la inteligencia, la concentración, las oportunidades en la vida y hasta volverte mejor persona—, conlleva, a más de una larga lista de errores de percepción y falacias insostenibles (el propio autor afirma conocer a personas terribles con muy buenos hábitos lectores y él mismo se asume como un idiota que no ha dejado de leer durante los últimos veinticinco años), dos condiciones de alta peligrosidad.
La primera de ellas, terrible en sí misma, consiste en aceptar sin respingo que aquellos que no tienen el hábito de la lectura son, por contraposición, menos inteligentes, más distraídos, menos afortunados y peores personas que los que sí la practican. La segunda, que es en la que se enfoca el presente artículo y que está íntimamente relacionada con la anterior, es la que considera al ente lector como un mejor individuo, digno de alabanzas y de una absoluta superioridad moral, ética e intelectual, en comparación con el resto de los mortales.
Toda esta combinación de elementos establece uno de los factores más trascendentales en que radica el desinterés por la lectura, incluso más importante que la desgana misma: el lector potencial se mira cohibido y apabullado por el estado de gracia de los lectores y se asume totalmente incapacitado de poder alcanzar los beneficios que parecieran gozar aquellos y que le resultan por demás incomprensibles. ¿Qué sentido tiene para él querer abrir un libro cualquiera y adentrarse en su lectura, cuando la masa intelectual dialoga sobre indescifrables temas literarios que escapan a su comprensión? ¿De qué me sirve a mí, suelo escuchar, leer a los autores que mencionas, cuando no puedo ver ni cinco minutos de cualquier canal cultural de la televisión sin haber entendido absolutamente nada?
Es probable que los mismos lectores seamos quienes gocemos de esta etiqueta de superioridad intelectual y que hayamos construido el sesgo que nos mantiene seguros en nuestra élite, aislados de los otros, en una suerte de esnobismo o de pedantería. Si bien, estos argumentos se le puedan antojar gratuitos y hasta ofensivos, le invito a usted, estimado lector, a tomar conciencia y recordar cuántas veces en su vida, más que un promotor del gozo de la lectura, se ha comportado como juez y verdugo de aquellos que se atrevieron a vencer la timidez de compartirle sus intereses lectores, y les ha pagado poniendo el grito en el cielo al enterarse que apetecen de los reconocidos autores de superación personal, de sagas juveniles o de conspiraciones universales; y se ha olvidado de fungir como orientador comprensivo, no prejuicioso, que haga sentir a nuestro interlocutor que puede pisar terreno seguro, en lugar de destruir su genuina y muy loable iniciativa lectora.
No quiero afirmar que los lectores carecemos de la capacidad de invitar a los potenciales camaradas que se acercan por nuestros más experimentados consejos, a discernir con rigor cualitativo entre unos textos y otros. No obstante, existe una gran diferencia entre eso y demostrar la profunda discriminación que sentimos hacia la población que consume este género de escritura y la que, en definitiva, no lee, olvidándonos incluso de aclarar los argumentos que a nosotros nos parecieran lógicos y evidentes.
Así pues, se trata, más que otra cosa, de un asunto de respeto, dignidad y fraternidad, ya que a través de dichos elementos, puedes conocer al futuro lector, acto esencial en la labor de acercarlo a la lectura. Entrar en sus gustos e intereses sin prejuicios de por medio y apropiarse de ellos como si te pertenecieran, para a partir de allí poder construir en torno suyo un criterio suficiente como para establecer una línea de acción lectora en que se pueda sentir más cómodo; en lugar de querer obligarlo a formar parte de los tuyos, es un paso trascendental en el noble, pero muy difícil arte de la recomendación literaria.
Ningún lector, y mucho menos un lector potencial, es idéntico a otro, y asumir que pueden y deben iniciar su camino lector con tus textos favoritos o con autores canónicos, como una lista que está obligado a cumplir, es abusar de inocencia o de petulancia. No debes olvidar nunca la experiencia propia ni el camino que desde un inicio tuviste que recorrer para poder llegar a esos autores. Cada individuo sigue su propio rumbo a través de sus gustos individuales y de sus particularidades, y es responsabilidad de aquel que realmente desea orientarlo en esa travesía, el escucharlo y conocerlo para poder llevarlo a buen puerto con recomendaciones que satisfagan sus expectativas, de tal manera que su placer por el descubrimiento se acreciente sin frustrar su alegría lectora. En la medida en que el lector veterano se redescubre en el mundo de la lectura como un gozoso y vulnerable explorador que en cada nuevo texto anda desarmado y a tientas por una selva inexplorada en la que en cualquier momento puede sufrir un sobresalto, tal como le sucede al lector principiante, es que podrá realmente servir como referente para aquellos que ansían comenzar ese mismo viaje de exploración.
Evidentemente, no deja de tratarse de una cuestión de criterio. Valdría la pena pecar un poco de humildad y dedicarnos a honrar a aquellas personas que nos enseñaron a leer y nos compartieron el amor por la lectura. No es sino a través de este contagio amoroso y paciente que al fin podremos ayudar a salvar las grandes vicisitudes que nos mantienen como una población, no sólo no lectora, sino con lectores que se ven a sí mismos como seres privilegiados y ajenos a todos los demás individuos.
Autor
Adrián Fuentes
Redactor
Iztapalapa 1991. Lic. Creación Literaria UACM.
Poeta, promotor de la literatura y coordinador de talleres literarios. Ha formado parte de diversos proyectos relacionados con la literatura y ha sido publicado en antologías poéticas y sitios web dedicados a las artes literarias. Actualmente coordina un taller de creación literaria con estudiantes de bachillerato y realiza diferentes actividades entorno a la promoción de la literatura; al tiempo que escribe ensayos y artículos relacionados con la lectura, la escritura y la labor literaria.
Ilustradora
Caro Poe
Directora de Diseño
Diseñadora gráfica.
Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.