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Ilustración: Colaborador I

Alejandro Zaga

Rubem Fonseca declaró que a ningún escritor le gusta escribir realmente, al escritor le gustan otras cosas, pero escribir es una enfermedad. Esta enfermedad crónica lo acosó desde que comenzó a publicar, a sus 38 años, cuando patológicamente denunció lo que percibía con el ojo que había adquirido en su formación como abogado penalista (en el país que cuenta con más abogados, Brasil) y posteriormente policía (especializado en psicología y, más tarde, administración, gracias a una beca en Estados Unidos).

Se dice que era amigo personal de Thomas Pynchon, con quien compartía, en menor grado, su rechazo a los medios, eludiendo entrevistas y prensa en general. También compartía con este autor, paralelamente, el auxilio a la definición de la narrativa del fin del siglo pasado, cada quién en su idioma.

Llenar hojas con letras puede ser cansado, teclear hora tras hora es la maquinal tarea de muchos escritores que se aferran al éxito, diseñando tenazmente algo que medianamente llegue a producir en el lector alguna empatía. Rubem Fonseca pudo encontrarse hastiado de escribir en algún punto, pero nunca más cansado de no exponer la realidad que le había permitido ver su ejercicio como abogado postulante o el corto tiempo que pasó en las calles como oficial de policía.

Los cuentos de Fonseca, usualmente de temática criminal, sufrieron la censura conservadora, pues su libro Feliz año nuevo, publicado en 1976, fue prohibido por el Ministro de Justicia, alegando que era contrario a la moral y buenas costumbres, ya que expone en cuentos como El cobrador casos de violencia criminal en los que no se ejerce justicia en contra del responsable. El escritor arguyó parca y valientemente que no escribía sobre asuntos que distaran de la realidad. Con esto retó al sistema al que había pertenecido, señalándolo como incapaz.

En algunas de sus novelas, el autor da vida a personajes que se encargan de describir con cinismo la perdición en que se encuentran hundidos y hacen dudar al lector, como Duroy en Bel ami o don Pablos en El Buscón, sobre la honestidad y veracidad de lo que cuentan, pues se trata de personajes que, por clasificarlos de alguna manera sencilla, se les podría llamar llanamente retorcidos. Y es que eso es lo que difundió Fonseca, contra lo que luchó, contra la normalización de actitudes dañinas que terminaban con la humanidad en las personas, degradadas a simples retazos de lo que la moral indica que deberían ser.

Quien no puede dejar de leer no puede evitar tampoco escribir, esta era la otra enfermedad de Fonseca: la lectura. Ávido de conocimiento, leyó cuanto pudo de todos los temas que encontró y esto alimentó el deseo por escribir, lo cual, como obvio círculo vicioso, lo obligaba a investigar, es decir leer y aplicar lo adquirido. Esto devino en que se convirtiera en uno de los más responsables escritores en cuanto a entramar la lógica interna.

Así fue la vida de Rubem Fonseca, el intrépido escritor que denunció la inutilidad del Estado al que sirvió, el inteligentísimo y culto hombre que vertía su conocimiento en narraciones… Y este 15 de abril, a sus 94 años esta inteligente lucha ha terminado en su departamento de Río, por un ataque al corazón.

Más de 50 años de producción literaria nos deja el originario de Minas Gerais, quien recibió premios como el Machado de Assis, el Casa de las Américas y el Camões, este último, el más importante de la lengua portuguesa.

Descansa ahora en paz del mundo que denunció de una manera tan estética. Lo que queda es continuar leyéndolo.

 
Alejandro Zaga

Alejandro Zaga

Director Jurídico

Nacido en 1995 en Distrito Federal (hoy CDMX). Estudió teatro y la licenciatura de Estudios Latinoamericanos, en la UNAM. Ambas truncas. Permanente estudiante/escrutiñador de la comedia, pues la risa es la prioridad. La ironía lo llevó a inscribirse en Derecho, también en la UNAM.

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