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Foto: Caro Poe

Héctor Daniel Olivera Campos

 

 

PERSONAJES:

DON QUIJOTE

SANCHO PANZA

UN VECINO

 

Don Quijote y su escudero, Sancho, cada uno en su montura, jamelgo y rucio, se aproximan lentamente a una casa provista con células fotovoltaicas en su tejado. En el fondo del escenario se alzan unas lomas coronadas con aerogeneradores.

 

VOZ EN OFF.- Tras su postrera aventura en Barcelona, el sin par don Quijote de la Mancha, caballero de la Triste Figura, y su fiel escudero, Sancho Panza, quedaron cautivos en el interior de un ánfora, merced a las artes maléficas del encantador Frestón. Cuatrocientos años después son liberados por Urganda, la Desconocida, con la misión de volver a cabalgar por el solar patrio, afligido por causa de malos gobernantes y henchido de corrupciones como nunca se vieron en los siglos. Cabalga, pues, de nuevo, el hidalgo loco sobre su rocín flaco, tratando de llevar la justicia a un mundo cínico que presume de equitativo, solidario y cuerdo.

Los jinetes hacen un ligero alto en el camino y dirigen su mirada hacia la casa.

QUIJOTE.- Amigo Sancho, ¿ves esa casa aislada en el campo, que corona su azotea con espejos? ¿Es realidad o sortilegio?

SANCHO.- No, mi amo. Verdad es, que yo mesmo la veo.

QUIJOTE.- El que parece el dueño de la hacienda labora en la huerta. Vayamos pues a preguntarle que espejos son esos.

Quijote y Sancho se llegan hasta la casa de campo.

QUIJOTE.- A la paz de Dios, villano.

El dueño de la casa, que se encuentra recogiendo unas coles, alza la cabeza al escuchar el saludo y durante unos segundos la sorpresa le impide responder.

VECINO.- ¡Coño! ¡Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza!

QUIJOTE.- ¿Ves Sancho? (dirigiéndose al escudero). Nuestros muchos quebrantos hallan aquí su aquilatada recompensa, pues nuestra buena fama nos precede y ya sólo eso es pago suficiente para quién se echa a los caminos a ejercer de caballero andante.

SANCHO.- Sí, éste villano malhablado sabe de nosotros.

QUIJOTE.- (Dirigiéndose al vecino) Razón tenéis, villano. Don Quijote soy, y mi profesión, la de andante de caballería. Son mis leyes el desfacer entuertos, prodigar el bien y combatir el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil.

VECINO.- Todo eso está muy bien, pero, ¡hombre, no insulten! Eso de villano…

QUIJOTE.- No veo blasón alguno sobre el dintel de la puerta de su casa, villano sois.

VECINO.- Vale, ya veo que están muy metidos en el papel. ¿Ruedan una película?

QUIJOTE.- ¡Siempre con la misma cantinela! Desde que fuimos enviados al futuro, todos nos mientan la película. ¿Acaso me ve vos desaseado? Ninguna película de mugre me recubre, pues mi escudero y yo nos bañamos cuando es menester en los ríos que encontramos a nuestro paso y eso que aquí la mayoría están contaminados y pútridos.

VECINO.- Ya, con cámara oculta, supongo. Luego saldré por la televisión haciendo el gilipollas.

QUIJOTE.- (Aparte, dirigiéndose a su escudero y bajando la voz) Sancho, ¿tú entiendes a este gañán mentecato de lengua socarrona y viperina?

SANCHO.- No, mi señor. Pero, preguntémosle por aquello que nos trajo aquí, pues ya veo que vuecencia se sulfura.

QUIJOTE.- Bien dices, amigo Sancho. (Volviéndose de nuevo hacia el vecino y recuperando el tono de voz) Decidme, vos, villano, ¿qué espejos son esos que coronan su morada?

VECINO.- Paneles de células fotovoltaicas.

QUIJOTE.- Ni en tierra de moros escuché jeringonza tan indescifrable. Explicaos, villano.

VECINO.- Vale, traduzco al quijotesco. (Su tono se vuelve didáctico) Son espejos que, semejantes a las lupas, absorben el calor del sol y lo transforman en energía que hace que se caliente mi casa, se encienda el fuego de la cocina y otras maravillas.

QUIJOTE.- ¿Cómo aquellos espejos gigantes que el sabio Arquímedes empleó para incendiar los bajeles romanos que se prestaban a atacar Siracusa?

VECINO.- Igualitos. Pero ahora los pienso retirar.

SANCHO.- ¿Y por qué habría su merced de prescindir de aquello que tan buen avío le proporciona?

VECINO.- Por culpa de un decreto del Gobierno, que está vendido a las compañías eléctricas.

QUIJOTE.- ¿Por compañías eléctricas entiéndase malas compañías?

VECINO.- ¡Y tan malas! Ellos te venden la luz, la usemos o no, y ahora, con el real decreto, se pretende que también paguemos por el sol.

QUIJOTE.- ¡Cómo! Jamás en mi periplo de caballero andante escuché tamaña bellaquería. ¡Venden el sol y la luz! ¿Y qué será lo próximo? ¿Venderán, también, el agua, el aire, la luna o las estrellas?

VECINO.- El agua también la pagamos.

SANCHO.- ¿Y os cuestan muchos doblones?

VECINO.- Doblados es como nos tienen los muy cabrones.

SANCHO.- ¿Y el Rey consiente en todo ello?

VECINO.- El Rey, no sé, no me extrañaría. Pero sus ministros, te aseguro que sí. Usan las puertas giratorias, salen del Gobierno y acaban trabajando para las compañías a las que antes protegieron políticamente; es así como se hacen de oro.

SANCHO.- (Dirigiéndose, en un aparte, a su amo, en tono confidencial) Mi señor don Quijote, dice el lugareño que se hacen de oro. Mucho me temo que nos enfrentamos a pérfidos alquimistas.

QUIJOTE.- ¡Voto a brios! Jamás mis oídos escucharon esclavitud semejante. (Dirigiéndose al vecino) Buen hombre, yo le liberaré de tales cadenas. Porque ha de saber, amigo mío, que la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida. (Dirigiéndose al escudero) Sancho, esta es una empresa digna de la gloria de don Quijote de la Mancha.

VECINO.- ¡Bravo!

QUIJOTE.- (Se aparta un poco don Quijote, dirigiendo su proclama encendida hacia el horizonte) ¿Dónde estáis, malandrines desalmados que oprimís al pueblo? ¡Salid de vuestras madrigueras! Yo, don Quijote de la Mancha os convoco a singular combate. (Dirigiéndose, de nuevo, al vecino) ¿Cómo se llaman esos bellacos para que pueda convocarlos a la justa?

VECINO.- A mí me sangra Iberdrola, pero son todos iguales: Fecsa, Enher, Fenosa, Endesa… Forman un oligopolio.

QUIJOTE.- Nombres extraños tienen estos caballeros. Nunca leí en los libros de caballerías que se les mencionara.

VECINO.- Es que de caballeros no tienen nada.

QUIJOTE.- ¿Y dónde andan, pues, éstos que tantos desafueros provocan?

VECINO.- Allí mismo, donde señalo. (Señala con el dedo hacia la loma donde se encuentran los aerogeneradores) ¿Ve esos aerogeneradores? ¿Esos molinos que erizan la loma del monte? Esos son de Iberdrola.

QUIJOTE.- Tiene razón el villano. Ves allí, amigo Sancho, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos la vida.

SANCHO.- ¡Ya estamos de nuevo! Mi señor, no se arrebate como hace siempre, que ya sabe cómo acaba, con los huesos molidos a palos. Que aquellos que allí se parecen no son gigantes sino molinos de viento, pese a su aspecto extraño. Y en ellos, lo que parecen brazos son las aspas volteadas por el viento.

QUIJOTE.- Bien parece que no estás cursando en esto de las aventuras; ellos son gigantes.

VECINO.- Sí que son gigantes, sí, que nadie les tuerce el brazo; ni las derechas ni las izquierdas, cuando han ocupado el Gobierno, les han puesto coto ni les han tosido.

QUIJOTE.- ¿Ves? Hasta el villano es más avezado que tú en los menesteres de la caballería andante.

SANCHO.- Piénselo, mi señor, antes de embestir a esos molinos. Que esta ventura puede deparar mucho arrepentimiento.

Don Quijote arrea a Rocinante y emprende cabalgadura rumbo a los aerogeneradores.

QUIJOTE.- (Sin volver la vista atrás, gritando a su escudero). ¡Sancho! A ti te encargo que relates esta hazaña a mi amada, fermosa y sin par Dulcinea del Toboso, a quien dedico mi proeza.

SANCHO.- (Dirigiéndose a su señor, también a voz en grito) ¡Mi Señor, deténgase, que ya le dije que no son gigantes, que son molinos!

VECINO.- ¡Qué metidos que estáis en el papel!

SANCHO.- No sé vuesa merced de qué papel me habla.

VECINO.- Es un especialista, ¿verdad? Supongo que no se hará daño. (Se ríe a carcajadas) Míralo allá va, ja, ja, ja. (Para de reír, de golpe, y echándose las manos a la cabeza, brama) Pero, ¿qué hace, está loco? ¿A dónde va? (Volviéndose hacia Sancho) Haga algo, hombre, ¡haga algo! Que se la va a pegar. (De nuevo le grita a don Quijote) ¡Pare, buen hombre, pare!

Don Quijote arremete contra los “molinos”

VECINO.- ¡Dios mío! ¡Qué golpe!

Sancho, con paso lento y ademán resignado, se encamina hacia su amo.

SANCHO.- (Hablando para sí mismo) Siempre me toca a mí recogerlo de sus quebrantos, magullado y malherido, que ya perdí la cuenta de las arrobas del bálsamo de Fierabrás que llevo empleadas.

VECINO.- (También para sí mismo, con sorpresa) No puedo creérmelo. ¡Menuda leche! Menos mal que se trata de una película… (Escrutando a su alrededor con una expresión de estupor). Porque es una película, ¿verdad?

Héctor Daniel Olivera Campos

Héctor Daniel Olivera Campos

Ganador de los concursos: I Concurso ELACT (2013). III Certamen de Microrrelatos de Historia “Francisco Gijón” (2015). XI Premio Saigón (2017). XV Premio de Relato Corto “El coloquio de los perros” (2017). I Certamen “Té Cuento” (2018). IV Certame contos de Ultramar con el relato “Non plus ultra” (2018). XIV Concurso de Relatos de Viaje Moleskin con el relato “Periodo especial” (2019). Dos veces ganador del Certamen de relato breve “Hipatia de Alejandría” (2013) y (2017).

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