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Ilustración: Caro Poe

Tomás Emilio Sánchez Valdés

A mi amigo

Edvard Münch, más conocido como “el tipo que pintó El Grito”, ha sido uno de los pintores más influyentes en la historia de la humanidad: hay pilas y pilas de libros que analizan su obra, pero hoy en mi humilde tarea de escritor me centraré solo en contarles la del siguiente cuadro en el que retrató a su amigo Henrik Ibsen, el dramaturgo.

https://munch.emuseum.com/internal/media/dispatcher/5348/preview;jsessionid=EA3F1A9672C5667C982262379ACC2CE1

Henrik Ibsen y Edvard Münch fueron amigos cercanos e incluso colaboraron juntos; Edvard llegó a hacer decorados para algunas obras de teatro del escritor, al igual que algunos de los programas.

Según se cuenta, Münch se había instalado en el Grand Hotel de Cristanía (actual Oslo) a finales del siglo XIX. Una tarde ambos estaban en el café de dicho hotel y el pintor tuvo un problema con uno de los camareros. Münch se acercó a su amigo a pedirle su opinión del asunto; su amigo, Henrik, se puso del lado del camarero. Esto concluyó con ambos firmemente enojados el uno con el otro y el pintor se fue diciéndole: «Hasta la próxima».

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Pero lamentablemente no hubo “Hasta la próxima”: Ibsen falleció al poco tiempo de la discusión.

Esto me pone muy triste a pesar de que trato de disimularlo al meter un par de imágenes boludas hechas en 30 segundos con un photoshop trucho. Cuántos de nosotros hemos sufrido esto, nos peleamos con alguien, ya sea por una estupidez, y al poco tiempo todo terminó, se fue y aunque tuviéramos razón ya no nos importa. Invito al lector a mandarle mensaje a ese ser querido con el que está peleado (excepto a los exes, a esos por favor no les envíen nada por el amor de Dios).

C:UserstomasDownloads1966.35 - Henrik Ibsen at the Grand Café.jpg

El litografía y la pintura fueron realizados con lo que quedó de Ibsen en la memoria de Münch: los pintó después de su muerte, en homenaje, y justamente están ambientados en el Grand Café donde fue la discusión, él está sentado en el mismo lugar de siempre donde Münch lo fue a buscar el último día que lo vio y discutieron.

En la pintura lo veo relajado, tranca, casi a punto de soltar una risa; en la litografía en cambio tiene cara de “¡¿Uy, ahora qué le pasa a este boludo?!”. Increíbles, las diferencias entre una y otra obra.

Eso es todo por hoy. Invito nuevamente al lector a reamigarse y si quieren la perfecta excusa aquí la tienen: pásenle este artículo de arte en Katabasis. Descendiendo a la amistad.

Tomás Emilio Sánchez Valdés

Tomás Emilio Sánchez Valdés

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