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Ilustrado por: Elienai Lucero

Ela River

Cuarenta y ocho clavos necesitó el carpintero aquella tarde para terminar el ataúd de su esposa. Cuando hubo concluido con los detalles, se secó las gotas de sudor que le recorrían la frente y sintió cómo el olor a frijoles invadía sus fosas nasales. Le echó un último vistazo a la obra y se encaminó hacia la cocina.

—Mercedes, te repito que esto no tiene ningún sentido —le dijo a su mujer mientras se lavaba las manos.

—¿Por qué es tan difícil para ti comprender que solo estoy siendo precavida? —Se defendió ella con el mismo argumento de siempre.

Había pasado un mes exactamente desde que su esposa le había implorado que tuviera listo su ataúd para antes de invierno. Al hombre no le agradaba aquella idea porque le parecía una forma estúpida de adelantarse a la muerte, pero terminó asumiendo la labor debido a lo insistente que llegó a ser su señora. «Quiero que sea el mejor de todos y con suficiente espacio para que me quepan los pies», le pedía ella todos los días y el carpintero se limitaba a asentir con la cabeza. Para él era un absurdo el hecho de estarle construyendo un ataúd a Mercedes, quien aún poseía una salud de hierro. ¡Cuánto hubiera dado cualquiera por tener semejante vitalidad!

—Espero que estés satisfecha —le dijo con ironía cuando le mostró el trabajo completado.

—¿Tú lo estás? —le preguntó ella.

—Bueno, está hecho con el mejor pino y he cuidado de cada detalle —Se rascó la barbilla—. Sí, se puede decir que he quedado satisfecho.

—Entonces ha valido la pena —respondió su esposa antes de darle un beso en la mejilla y marcharse.

Dos meses después, justo el veinticinco de diciembre, Mercedes se arrodilló en la tierra, frente al ataúd de su marido, y besó la madera tallada con sus manos. La muerte había llegado tal y como la había pronosticado el doctor: en medio del invierno. La mujer vistió al carpintero con su mejor traje y pidió que fuera acomodado dentro de aquella caja de pino que había tardado un mes en construir para ella.

—Lo hiciste confeccionar su propio ataúd —le susurró su hermana en el velorio luego de caer en cuenta de lo sucedido.

—Le hubiera gustado descansar en uno de calidad —afirmó Mercedes.

—¿Por qué no le contaste para quién era?

La viuda suspiró profundamente, bajó la mirada que comenzaba a cristalizarse, y unos instantes después respondió:

—Se hubiera quitado la vida ese mismo día.

Ela River

Ela River

Autora

Estudiante de Letras en la Universidad de La Habana. Ha publicado poemas en algunas revistas digitales, como es el caso de Alma Mater, y posee dos poemarios autopublicados en Amazon. Prefiere desplazarse por los diferentes géneros literarios, pero disfruta principalmente de la prosa poética. Estudiante en el Laboratorio de Escritura Creativa Encrucijada.

Elienai Lucero Hernández

Elienai Lucero Hernández

Directora de Multimedia

Me llamo Elienai Lucero Hernández, me llaman Elienai, Lluvia, Kumy, Niennai, Nai, Nani, a veces soy Lúth L. L. H. En casi todas mis versiones soy aficionada de la literatura, la loca de los cuadernos, dibujos y misionera de la revista Katabasis ¿Ya leíste todos los números? ...deberías.

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