Ilustrado por: Caro Poe
Manolo Mugica
«recibo el recuerdo como una lenta lluvia de avellanas y silencio».
Julio Llamazares
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«Mi memoria es la memoria de la nieve. Mi corazón está blanco como un campo de urces»… este es el inicio del poemario Memoria de la nieve de Julio Llamazares, obra que conocí gracias a nuestro querido poeta Xhevdet, quien el 22 de junio de este año cumplirá dos años de haber trascendido. Este es el motivo de mis palabras, que hoy —día de la poesía— comparto en honor a Xhevdet; palabras que por el mundo mercenario en el que vivimos (en el que apenas y tenemos tiempo para respirar) y por la profunda tristeza que me embargaba (no encontraba la forma de hilar mi sentir) no había podido concluir.
Ya no me encuentro con tristeza profunda por el deceso de Xhevdet, sólo me encuentro triste, a secas, por lo que las oraciones fluyen —no sin cierta torpeza— de mejor manera y no tan fallidamente. Creo que todos los que lo queremos ya nos sentimos un poco menos solos y su ausencia comienza a florecernos diferente, de forma tal que va tornándose presencia inasible pero vívida.
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Creo que Xhevdet Bajraj (Kosovo, 1960 – Ciudad de México 2022) es sumamente conocido en el gremio de la poesía mexicana; todo mundo sabía de él en la licenciatura de Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), Plantel del Valle, en donde fungió como docente. Era común verlo con sus jeans, su chamarra de cuero negro, un sombrero o boina y sus anteojos redondos, ya fuera en el aula leyendo poesía y tallereando poemas de estudiantes o por los pasillos del campus fumando [cuando se podía hacerlo dentro del plantel] y repartiendo sonrisas, bromas y palabras afectuosas o de aliento.
Para quienes no tuvieron la dicha de conocerlo, ni tienen idea de quién es, una posible síntesis sería esta: Xhevdet Bajraj es poeta y sobreviviente de la guerra; posee una calidez humana inmensa: ama la vida.
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Recuerdo que a Xhevdet lo conocí en junio de 2014: lo tuve como profesor. Quizá la primera asignatura que tomé con él fue la de «Literaturas de Vanguardia». Nos hicimos amigos muy pronto. Nuestras conversaciones tuvieron lugar, sobre todo, entre 2014 y 2016; evidentemente fueron más frecuentes en los periodos en los que inscribía alguna materia con él.
Nuestras conversaciones giraban en torno a lo mismo: poesía, soledad, tristeza y pérdidas pero siempre salpicadas de chistes o bromas: ante la calamidad reírnos era una bocanada límpida de aprecio a la existencia. En algunas ocasiones hablábamos de asuntos escolares. Nunca le pregunté sobre su vida en la guerra, ya que esto me parecía una falta del más elemental de los tactos. Supongo que por eso casi nada sé al respecto: entre mi memoria deficiente y lo poco que me llegó a contar (cuando le nacía hablar del tema) la información con la que cuento es escasa. Sin embargo, hay algo que no olvido:
Caminábamos hacia un billar que está (o estaba) frente a la Funeraria Gayosso de Félix Cuevas; solíamos ir ahí a beber cerveza. En el trayecto, Xhevdet me pidió que me cambiara de lado porque no escuchaba bien con el oído al que le estaba hablando —el derecho, si no mal recuerdo—: hice lo que me pidió y me cambié de lugar para hablarle al oído sano; le pregunté si algún mal lo aqueja, alguna infección que le impidiera escuchar bien, y me dijo que no, que ese oído padecía un alto porcentaje de sordera debido a las detonaciones del fusil que disparó en el conflicto bélico que vivió (supongo que en el campo de batalla); entonces comenzó a hablarme de la guerra, de los distintos gritos que emite el ser humano (¿según el grado de horror de lo que le suceda?); mencionó alguna particularidad sobre el olor —¿de cadáveres, de pólvora?— pero no tengo ninguna certeza de esto… sólo recuerdo, grosso modo, que eran aconteceres terribles.
No habló mucho, o no sentí que fuera mucho: lo hizo durante el trayecto al billar y un poco más mientras estuvimos ahí. Cuando llegamos interrumpió su relato para que nos instaláramos y pidiéramos nuestras cervezas; luego, retomó la conversación que oscilaba entre anécdotas y reflexiones, y que más bien era una catarsis. Las palabras fueron escaseando. Cada vez había más silencio entre una membranza y otra; yo no decía cosa alguna, pues comprendí que Xhevdet sólo necesitaba ser escuchado.
Pedimos otra ronda de cervezas. Xhevdet dio un sorbo a la suya, lanzó una más de sus memorias bélicas y se quedó callado. Estuvimos en absoluto silencio bebiendo nuestras cheves, como unos 15 o 20 minutos, estimo. Fue la única vez que Xhevdet me mostró su herida —que es desde donde le brotaba la poesía—, la única ocasión que me permitió ser partícipe de sus dolencias, que vi el tamaño de su dolor, lo hondo y profundo de su tristeza. Para mí esos 15 o 20 minutos de silencio valen más que cualquiera de sus membranzas sobre el infierno que lo trajo a México…
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Xhevdet siempre supo darse a querer: la hondura de su sufrimiento (me queda claro que la guerra lo atormentó el resto de su vida) era proporcional a su actitud positiva con la comunidad uacemita: ayudó a varios estudiantes a lo largo de sus cursos e, incluso, con sus entregas finales; me pregunto cuántos estudiantes acreditaron asignaturas no debido a su talento ni esfuerzo, sino gracias Xhevdet, quien se ponía a trabajar con ellos, hombro con hombro, hasta que tuvieran listos los poemas necesarios que tenían que entregar para la materia… Yo no juzgo dicho quehacer: supongo que ante el drama de muchísimos estudiantes al reprobar una materia, la «tragedia» que esto representa para quien está falto de biografía, Xhevdet los apoyaba porque entendía —precisamente— la insignificancia de una calificación (en el mundo real, no en el de la burocracia educativa). Y es que Xhevdet no pensaba más que en hacer el bien, en ayudar todo lo que fuese posible. Es de las personas más risueñas que he conocido.
Para quienes tomamos clase con él no es de extrañar que algunas de sus frases se quedaran en nuestro imaginario. Por ejemplo, para tallerear poemas pedía que quien lo deseara pasara al pizarrón y escribiera ahí su texto. Después él mismo o alguien más daba lectura; cuando se presentaba un poema que iba desde lo malo hasta lo horrendo, en cuanto terminaba la lectura Xhevdet miraba al autor fijamente y soltaba la siguiente oración: «¡Felicidades: es el peor poema que has escrito!». Y el aula reía. Nunca supe de alguien que se ofendiera por esto y creo que se debe a dos factores: el primero —y fundamental— era el carisma de Xhevdet: era imposible sentirse agredido, porque en su energía (o vibra o lo que fuere) no se percibía mala fe sino una preocupación genuina por dejar el poema lo más acabado posible.
El segundo factor es que Xhevdet no mentía: se trataba de poemas malucos (y es difícil —otrora lo era— rebatirle a la verdad). Pero no se quedaba en su sentencia, sino que explicaba los motivos por los que estimaba que el poema era cutre, y señalaba las fallas mayores: al ser poeta, él era consciente de los puntos débiles que tenían varios de los textos que presentaban los estudiantes y, por ende, sabía cómo encausarlos para dotarlos de calidad poética. También sabía cuando un poema no tenía salvación y entonces recomendaba abandonarlo y escribir uno nuevo (que suele ser lo más saludable).
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Cuando el texto presentado en clase le parecía de buena hechura a Xhevdet, el asunto no era muy distinto. También enteraba al grupo de su sentir mediante otra frase: cuando estimaba bueno el poema, al concluir su lectura decía «punto-com, punto-eme-equis [.com.mx]». Esto indicaba que el poema era aceptable, que estaba listo para salir del aula y presentarse a la sociedad: en pocas palabras, que le parecía publicable. Vi iluminarse varios rostros uacemitas cuando sus escritos merecían la aceptación sintetizada en esta frase.
A veces, la aprobación era incluso más elogiosa: Xhevdet enunciaba un «Felicidades… ya eres poeta». Hacía una pausa dramática después del «Felicidades» para hacernos creer que diría que se trataba del peor poema que el alumno había escrito. Este rasgo de iniciar con la interjección «felicidades» (para bien o para mal) me parece que funciona como representación no sólo de la pedagogía que Xhevdet utilizaba en sus clases, sino que engloba la cosmovisión de nuestro querido poeta: felicitaba al alumnado pese a presentar un bodrio de poema, ¿por qué? Esto es sencillo: hacer consciente a alguien de sus fallas escriturales es el punto de partida para la composición de poemas; felicitar a alguien por lo peor que ha escrito implica —en este caso— que debe partir de ese bodrio que hizo, debe asumirlo como modelo para saber qué no hacer en sus siguientes versos. Lo mismo aplica para los buenos poemas, sólo que a la inversa: estos sirven como modelo de lo que se debe de continuar ejercitando y ejerciendo en la escritura venidera.
Y si he mencionado que utilizar la interjección de «felicidades» para introducir verdades dulces o amargas engloba la cosmovisión de Xhevdet, es porque sabía perfectamente que el mundo está hecho de contrastes (a él le tocaron los extremos). Tan es así que sus poemas recurren, constantemente, al contraste: los grandes temas representados en pequeñas acciones, en acciones que se vuelven simbólicas o que se equiparan a momentos del cotidiano pero en circunstancias extremas. La mayoría de sus poemas —o de los que yo tengo noticia— poseen un tono desolador (que no pesimista), y pese a no ser optimistas no abogan —necesariamente— por la desesperanza. Xhevdet es un claro ejemplo en el que la división autor-obra es clara: como persona Xhevdet era todo luz; como poeta era sombra casi en su totalidad. Comparto tres breves poemas de él en los que, considero, pueden apreciarse los contrastes que mencioné al inicio de este párrafo. Los textos los tomé de la Revista Altazor. En dicho enlace pueden leerse más poemas suyos:
LA MUÑECA
Aunque el ejército enemigo se ha retirado de la ciudad
una niña de seis años
con las manos le cierra los ojos
a su muñeca que le falta una pierna
TODOS DUERMEN
Duermen los ángeles
los perros
los bosques
los ríos
las aves
las estrellas
las prostitutas
Nadie sueña la vida
como el joven que colgaron en Viaducto
MUERTE AL MEDIODÍA
El joven herido
empezó a correr
trataba de huir
Mientras se apagaba el sol en sus ojos
oía la voz de su madre
al otro lado del río
llamándolo
como cuando era pequeño
y empezaba a oscurecer
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Otra oración decisiva en las clases de Xhevdet —mítica ya en la UACM Del Valle— era aquella en la que se apoyaba para solicitar la opinión sobre el texto de algún estudiante: una vez escritos en el pizarrón los versos a revisar, Xhevdet señalaba a alguien del grupo y le decía: «Si el poema fuera tuyo: ¿qué le cambiarías?»… en este punto es necesario hacer una acotación desagradable, con el fin de comprender a profundidad la relevancia del procedimiento de Xhevdet: para quienes no pertenecen al mundillo de la poesía e ignoran sus más enquistadas prácticas, sucede que un pésimo hábito —harto común— es que en la carrera de Letras y en los talleres de poesía nunca faltan quienes lanzan comentarios deleznables sobre los textos ajenos; esto, con fines extraliterarios que suelen provenir de una competencia muda por medirse los talentos o por sostener una reputación prefabricada de poeta legítimo o por alimentar un ego empobrecido o por una franca envidia…
Lo opuesto es que se «lancen cebollazos», elogios mutuos en el que «todos son chingones», pese a que lo acostumbrado es que exista un elegido o elegida del profesor o tallerista (a quien jamás se le habla con verdad sobre sus poemas y todo se reduce a lisonjas): ojo, si tú conoces a alguien que tooodo el tiempo pregona que está rodeado de «gente chingona» es muy probable que te encuentre ante un charlatán o un mediocre, que oculta sus carencias literarias (o de cualquier índole) mediante el uso de la zalamerías.
Ahora bien, el asunto es que si sobre la llamada «generación de cristal» existen varias quejas (no sin algo de razón), la fragilidad de los poetas —y de la gente de Letras— se los lleva de calle: inseguros hasta la médula, acostumbrados a que todo les aplaudan (sin importar que hagan versitos complacientes disfrazados de crítica [facilona] o de un sentir quesque profundo), no suelen tomar nada bien comentarios «negativos» (que en muchos casos solamente son la verdad cruda y dura). Xhevdet no era ajeno a este fenómeno, por lo que sus procedimientos se encaminaban hacia la paz, hacia una convivencia sana. Por esto, suponer que el poema pertenece a otra persona —créase o no— genera una actitud distinta para quien recibe la crítica, pues de cierta forma entiende que lo que se dice es sobre el escrito y no sobre ella: porque eso es lo que sienten los estudiantes de Letras y los escritores, que ellos son su obra: ¿no han escuchado esa bobería de equiparar los libros publicados con tener hijos? No conozco a un sólo poeta serio que diga semejantes zarandajas. Pero bueno, así el mundito de la poesía: todo sea por darle una importancia y un valor —que no tiene— a un poemario.
Expresado todo eso, ¿qué opinaba Xhevdet al respecto? Si el tema le interesaba era en segundo o tercer orden, ya que evitaba el conflicto a toda costa y su actitud y actuar era la del conciliador. A nuestro poeta lo que le importaba era la poesía: a quienes les encontraba atributos los procuraba de otra forma: se enfocaba más en detalles poéticos y hacía recomendaciones más explícitas y puntuales. A quienes sólo iban de paso (en el programa de la UACM la clase de Poesía I es obligatoria) buscaba despertarles el amor por la poesía, pues él consideraba fervientemente que la poesía mejora la calidad de vida; en su caso particular, solía decirnos que se defendía de la vida mediante la poesía. Y no hablaba por hablar: es ciento por ciento real que Xhevdet desayunaba, almorzaba, comía, merendaba y cenaba poesía, le era inherente, de ahí su éxito como profesor, de ahí que consiguiera que varios aucemitas se enamoraran de la poesía.
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Dado que la finalidad de este escrito es, sí, homenajear a Xhevdet pero, sobre todo, dar constancia de él como hombre de carne y hueso, he considerado necesario compartir el
poema que le escribió Rosina Conde (escritora archirrequetecontrarreconocida que no necesita presentación y que también es catedrática de la UACM); este conmovedor poema —fechado el 26 de junio de 2022— fue una bomba para toda la comunidad uacemita, y creo que también para personas que no forman parte de dicha comunidad. Desconozco si Rosina publicó en algún otro sitio este poema suyo, pero siento que es menester darle difusión, y aunque he dejado disponible el enlace a la publicación original, lo comparto acá para quienes no cuentan con un perfil de la red social en la que fue difundido:
El pasado miércoles 22 de los corrientes, falleció mi querido amigo, colega y compañero de Academia, Xhevdet Bajraj. Este fatal evento todavía no he podido asimilarlo, y apenas empiezo a procesarlo. Les transcribo un texto que le he dedicado esta mañana, pues hoy se llevarán sus cenizas a Kosovo.
SI EL POEMA FUERA MÍO
Por Rosina Conde
Para Xhevdet Bajraj,
gran poeta kosovachi
Si el poema fuera mío,
como decías,
le quitaría la guerra;
le quitaría el sufrimiento de tu cuerpo,
la angustia del terror, la cárcel y la persecución;
quitaría todo aquello que te hiciera atravesar el mundo para huir del exterminio
y de la imagen de tu perro acribillado ante tus ojos.
Pero la memoria persiste en tus poemas.
¿De qué tamaño puede ser el dolor?,
te preguntabas,
¿hasta dónde llegará la crueldad humana por la ambición del poder desmedido?
Si el poema fuera mío,
le quitaría la herida que dejara la tortura,
los ruidos de las metrallas,
las explosiones frente a tu puerta,
el olor a sangre y muerte.
Si el poema fuera mío,
le dejaría la vida, el sol,
el amor de tu familia y tus amigos;
dispersaría las cenizas de la flor de una casa a la que no regresarías;
tiraría la bolsa que conservaba tus miedos
borraría la niña del ojo que te vigilaba a través de la mira telescópica…
despertaría a tus muertos,
a la joven que alimentaba a los pájaros,
al dueño de esa boca que germinaba la hierba en el campo de batalla;
apagaría el grito de las balas
y llenaría tu silencio con canciones de vida y de labranza.
Si el poema fuera mío,
descubriría el velo de tu vista para darte vida;
pero la vida, ¡ay!, la vida se ha escapado de tus manos.
Si el poema fuera mío, Xhevdet,
recuperaría el amor que le inyectó tu pluma.
Pero el poema…
el poema no es mío.
¡Adiós, amigo!
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[esto es más una curiosidad que cualquier otra cosa] No sé quién se enteró o cómo estuvo el asunto, pero en algún tiempo se corrió el rumor de que Xhevdet también era actor, que había salido en una película. Yo lo estimé como un mero chisme de pasillo, y nada más. Pensé que si el rumor era cierto, luego nos lo contaría él mismo (y quizá lo hizo con alguno de sus grupos). Mas esto nunca sucedió y me olvidé del tema. Sin embargo, a raíz del fenecimiento de Xhevdet busqué información sobre él y di con una película en la que aparece: ignoro si fue la única en la que participó; más aún, desconozco la calidad de la película (aún no la he visto) pero no pude evitar sonreír al verlo en la pantalla. Indagando al respecto, me enteré que se trata de una película mexicana del año 2002 que se encuentra disponible en Youtube y lleva por título Aro Tolbukhin. En la mente del asesino.
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Otro rasgo de Xhevdet era su iPad que llevaba a todas las clases; en ella guardaba una infinidad de archivos en PDF que mandaba por correo a sus alumnos de poesía. Era maravilloso recibir esa cantidad de poemarios: solía enviarlos por la noche y, evidentemente, los nombres de los envíos dependían de la asignatura que estuviera impartiendo. Por ejemplo, para la materia de Poesía europea de los siglos XIX y XX la consigna era basarse en la región a la que pertenecían sus autores, en este caso podía leerse en el «asunto» de los correos: poesía húngara, poesía rumana, poesía albanesa, antología de poesía eslava, poesía española parte I (parte II y parte III), etc. Para la materia de Literaturas de vanguardia el «asunto» podía decir: estridentismo, Lit. negrista I (y II), piedracielismo, nadaismo, poesía concreta, Hora Zero, infrarrealismo, etc.
Jamás obligó a nadie a leer todo el material poético del que nos abastecía. Realizaba los envíos para que los consultara quien quisiera y como quisiera; él se remitía a explicar los pormenores clase tras clase, y ya intervenía quien tuviese dudas u observaciones. Para Xhevdet era fundamental que el acercamiento a la poesía se diera de forma natural, al ritmo de cada quien, de cada individualidad; sabía de antemano que la lectura obligada es un magnífico repelente para los estudiantes, pero más aún: Xhevdet creía en la poesía viva, por lo que —como cualquier vínculo cercano con cualquier ser viviente— no sólo nosotros dábamos forma a la poesía, sino que ella también le daba forma a nuestra vida interior.
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Tengo registro de un haikú atribuido a Kobayashi Issa: jamás me he tomado la molestia de corroborar el dato (irrelevante para este escrito). Lo traigo a colación porque me recuerda mucho a Xhevdet, y considero que sintetiza la forma en la que él veía, sentía y pensaba el mundo. El haikú en cuestión es el siguiente:
Este mundo
es mirar las flores
sobre el infierno
Esto es lo que el buen Xhevdet nos compartía en clase. Ante el sinsabor y la profunda zozobra que le sobrevenía al recordar la guerra la respuesta era la sonrisa. Es verdad: el mundo es una mierda, es terrible mas tenemos las flores por lo que, quizá, no todo se encuentra perdido. Y si acaso ya todo está perdido de antemano: ¿para qué autoconmiserarse?, lo más sensato es disfrutar el perfume de las flores antes del suspiro postrero, así —cuando menos— no seremos completamente dolor, así la barbarie no habrá triunfado del todo.
Y es que la admiración y el aprecio por Xhevdet era tal que en Facebook existe, desde hace varios años, la página de Xhevdet es un loquillo. Según yo, esta página es obra del amigo Humberto Valeriano y gracias a ella he podido rescatar algunas de las frases que Xhevdet soltaba en el salón. Son una maravillosa evidencia de su poética. Las comparto con harto gusto:
- Si quieres ser poeta aquí estoy; si no quieres ser poeta aquí estoy, también.
- Al escribir un verso debes morir y luego vivir en el siguiente.
- El pasado dura para siempre, pasa el tiempo robándole días al futuro y nadie protesta por eso.
- Cuando te claven una daga por la espalda escribe poesía.
- Un día me preguntaron: “¿Qué es una cosa corta, verde y picante?” Y yo respondí: “la vida”.
- Escribir poesía es fácil, sólo hay que sangrar.
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Yo abogo por lo racional, por el argumento, pero también estimo y valoro como necesario el llamado «pensamiento mágico» (¿qué es, si no, el acaecer poético?) y más puntualmente «la verdad poética»: me refiero a esas explicaciones que por poéticas satisfacen distintos momentos de nuestro existir. Explico esto porque resulta que el 22 de junio de 2022 yo no me estaba bien. Me encontraba intercambiando mensajes de WhatsApp con quien otrora fuese mi pareja. Le decía que no era un buen día para mí, que andaba todo malvibrado, que había tenido una pesadilla y que, en resumen, sentía que estaba al borde de una crisis; más aún, que tenía esa terrible sensación —casi siempre equivocada— de que algo malo sucedería. Estos mensajes se hicieron entre las 10:19 y las 10:21 a.m. Se cortó la comunicación y me dispuse a trabajar.
Ignoro en qué me laboraba en la computadora cuando recibí el mensaje en donde se me informaba que el querido Xhevdet había trascendido su existencia física. Me sentí aturdido, conmocionado. Tomé el celular —para retomar la conversación interrumpida a las 10:21— y mandé una nota de voz a las 11:35 a.m. que comienza diciendo: «Acabo de poner el Requiem de Mozart: no sé por qué me dieron ganas de escucharlo y, dos o tres minutos después, me entero de que Xhevdet se murió…». Quizá y todo fue mera casualidad; ni siquiera sé la hora de deceso de Xhevdet, pero no puedo evitar relacionar mi malestar y la obra de Mozart elegida con el hecho de la muerte de mi amigo. Aunque personalmente encauso el fenómeno a una respuesta concreta (concreta para mí), sé que es irrelevante mi interpretación: no demuestra cosa alguna, ni desea hacerlo. Para mí sólo es un asunto de esos, de poetas, que ante la adversidad me dan fuerza para seguir en los vértigos de la vida.
La tarde del 22 de junio de 2022 fue la última vez que vi a Xhevdet, en su ataúd, descansando por fin. Su velorio se llevó a cabo en la funeraria Gayosso que se encuentra en la colonia Roma, en la calle de Colima. Varios de sus alumnos y colegas asistimos a la despedida; varios más expresaron por redes sociales no poder acompañarlo físicamente, pero estaban con él en corazón. Desconozco si tuvo oportunidad de escribir un poema final, de decir sus últimas palabras, pero dentro de las casualidades me pasó una más: a los pocos días de su partida, encontré en la librería una (relativamente) nueva edición de Memoria de la nieve de Julio Llamazares, hecha por la editorial Nørdicalibros. No fue barata, pero me sentí con la obligación de adquirirla no sólo porque deseaba tenerla en físico, sino porque no pude evitar relacionar el hecho con Xhevdet: esta obra me conecta con él no sólo por lo anecdótico —lo mencionado en el primer apartado— sino por su contenido, por la impresión que nos provocaba leerla. Por este motivo, y ya que este escrito principió con el primer decir de Memoria de la nieve quiero concluirlo con las palabras finales de dicho poemario, que imagino como posibles palabras finales de Xhevdet ante el inexorable misterio de la muerte: «Solo estoy, en esta noche última, como un toro de nieve que brama a las estrellas» …
Manolo Mugica
Autor
Caro Poe
Directora de Diseño
Diseñadora gráfica.
Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.