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Foto: Alejandra Villela

María Alejandra Luna

Muchos discursos -literarios, cinematográficos, teatrales y hasta musicales- nos cuentan historias dualistas y casi maniqueas: hay un Bien y hay un Mal. Nos atraen las antinomias, los antagonismos, las dicotomías… El Bien está encarnado por un héroe cuyo camino estará entorpecida por conflictos y aventuras que deberá sortear. El Mal está encarnado por un villano… Y este personaje también dispone de su propio periplo, de su propio esquema de acción -previo, tal vez, a su maldad-.

Abundan textos donde el héroe es el protagonista y nos detallan su biografía aventurera y donde el villano es el antagonista cuya función depende del recorrido que haga el primero. No obstante, no faltan en nuestra bibliografía numerosos ejemplares donde la situación se presenta al revés. Y en esos casos no nos narran triunfos y glorias, obstáculos superados, destrezas y habilidades… Nos narran la gestación de la villanía.

¿Y qué pasa en ese encuentro que tenemos con el lado B de la historia? Que muchas veces nos damos cuenta de que estamos muchísimo más cerca del villano que del héroe: sus experiencias, los motivos de sus venganzas, sus rencores son muchísimo más humanos. No disfrutamos sus decisiones, pero nos parecen razonables. Comete errores, lleva esos errores a sus máximas consecuencias, siente envidia, tiene ambiciones… Se relaciona con todo lo que consideraríamos bajo en nosotros y, sin embargo, no podemos evitar la identificación y hasta la comprensión misericordiosa.

Suelen plantearnos villanos así, a imagen y semejanza de nosotros. Pero… ¿Qué sucede cuando la vida del villano es perfecta y decide encarnar ese rol porque se aburre? Yagami Light, el protagonista de «Death Note», se metamorfosea en Kira porque lo abruma el aburrimiento: su familia no tiene problemas económicos, recibe amor, destaca como estudiante, lleva una existencia tranquila y acomodada, libre de preocupaciones. En resumen, carece de contexto para desenvolverse como villano… Por eso, establece a los otros como los enemigos. Yagami Light no es un corazón herido que opta por tomar represalias, sino un espíritu justiciero. El problema es que ajusta los castigos a su muy personal visión, con el objetivo de crear un nuevo mundo donde no haya sitio para el Mal. La ambición es el rasgo que lo hermana con todos los villanos, pero él se ubica al otro lado de la calle.

Kira es un villano que se concibe como héroe. Su Death note no es, para él, un arma de destrucción masiva que altera el orden natural del mundo, sino la mayor ejecutora de justicia. L es un opositor a su doctrina y, por tanto, desde su distorsionado punto de vista, otro gestor del Mal. Tiene modos de villano -el terrorismo- y propósitos de villano (erigirse como el dios del Nuevo Mundo), pero se niega esa realidad y nos niega la identificación.

La identificación, en su periplo, es complicada porque: 1) su contexto es perfecto en todos los sentidos (por lo tanto, él se aburre); 2) podemos llegar a concebirnos como un villano al que las circunstancias propusieron el camino del mal y sentirnos cómodos en ese rol, pero asumiendo que estamos mal y que los acontecimientos nos orillaron a tomar esa opción, hostigándonos y reclamando nuestra venganza.

María Alejandra Luna

María Alejandra Luna

Subdirectora General / Directora de Redes Sociales

Buenos Aires le dio el soplido de vida a mi existencia. De origen hebreo, mi primer nombre. La Antigua Grecia me dio el segundo. La Luna alumbró mi apellido. Escritora de afición, lectora de profesión, promotora de poesía y de los márgenes de la cultura. Dicen que soy quisquillosa con las palabras, que genero discursos precisos y que sobreanalizo los discursos ajenos. Y todo esto se corresponde conmigo. Pueden ser tan expresivos los textos que escribo como los gestos que emito al hablar. Y esos rasgos trato de plasmarlos en los ámbitos donde me desarrollo, como las Redes Sociales.

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