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Ilustrado por: Lizeth Proaño

Paola Rodríguez

 

 

A lo largo de la historia se han visto muchos plagios, fraudes y mentiras. Mientras unos llenan sus bolsillos de gloria con el talento ajeno, otros mueren en el olvido o viven sumisos bajo la imagen que crearon vendiendo su trabajo. Hoy les traigo cuatro de los más grandes plagios y fraudes que recorrieron el mundo dentro del ámbito musical, la pintura, el científico y, por supuesto, el literario.

Empecemos con el científico, terreno desconocido para mí ya que soy una mujer de letras: Thomas Alva Edison vs. Nikola Tesla, ambos protagonizaron una guerra de corrientes. Edison presentó el sistema de corriente continua como el mejor y más seguro, mientras que Tesla propuso el sistema de corriente alterna. Tesla fue empleado de Edison, así que cuando le planteó su idea para que la electricidad tuviera un mayor alcance, el jefe se burló; Nikola se sintió desvalorizado e incomprendido (así como un escritor que se autopublica), renunció a su trabajo y se unió a Westinghouse, quien compraría en los años posteriores la patente de la corriente alterna.

Edison estaba al tanto de que la corriente alterna era mejor (es lo que utilizamos hoy en día para iluminar nuestros hogares), pero no dio el brazo a torcer, el ego de las personas muchas veces puede más. Es más, con tal de desacreditar a Tesla electrocutó animales para demostrar lo peligroso del sistema de corriente alterna.

Con el pasar de los años, la teoría de Tesla tomó fuerza, demostrando que es la mejor opción para llevar energía eléctrica a todo el mundo. Sin embargo, no pudo ver su triunfo ya que murió solo y como vagabundo, a diferencia de Edison, que se volvió millonario y fue reconocido internacionalmente como un científico de renombre. Uno diría que en esta batalla de David contra Goliat ganó el gigante, pero no es así, ya que la empresa de Edison, la conocida General Electric, solicitó a Westinghouse la licencia de patente para poder utilizar la corriente alterna en sus proyectos, demostrando así que Tesla es el ganador.

Sí, lo sé, entristece un poco y se pierde parte de la fe en la humanidad, por eso ahora nos iremos al arte, donde hay un principio un poco rebuscado y triste pero también un final lleno de una justicia divina, casi kármica: Walter y Margaret Keane.

Muchos conocieron la historia de Margaret a través de la película Big Eyes dirigida por Tim Burton, como yo vieron los cuadros de Margaret y se dijeron: «¡Yo los he visto, los niños de ojos grandes!» (disculpen mi ignorancia, mundo del arte).

En resumidas cuentas, Walter Keane se apropió de los cuadros de su querida esposa, quien al obtener el apellido de su marido los firmaba como Keane. La gente suponía que él era quien los creaba y, por mucho tiempo, la pobre Margaret se la pasaba encerrada pintando, mientras Walter recibía toda la gloria y la fama por obras que él no realizó. Durante el divorcio, Margaret demandó a su marido por plagio y difamación, así que el juez pidió que ambos pintaran un cuadro para comprobar quién era realmente el artista. Margaret lo hizo en 53 minutos, mientras que Walter alegó tener un dolor en el hombro que le impedía pintar. Margaret ganó el juicio, limpió su nombre y fue indemnizada por daños y perjuicios.

Pasemos a la música. En esta parte del artículo reconoceré mi amor por los documentales, veo casi de todo, desde científicos (Tesla vs. Edison), históricos, biográficos, hasta musicales, y en estos últimos escuché sobre Milli Vanilli, un dueto musical formado por Fabrice Morvan y Rob Pilatus, dos bailarines descubiertos por Frank Farian, quien los llevó al estrellato. Premios, Grammys, conciertos, entrevistas, «el sueño del pibe» diríamos en Uruguay. Es doloroso saber que caminando por las calles de mi Montevideo he escuchado artistas subiendo a un ómnibus con guitarra en mano, con una hermosa voz, y no entender cómo es que nadie los ha descubierto, mientras estos dos chicos con cuerpo de Adonis y una bonita sonrisa, pero que no saben cantar, lograron la fama internacional.

Sin embargo, las vueltas de la vida no se hicieron esperar y el teleteatro que armó Farian se fue desarmando poco a poco, después de que en una de sus presentaciones el disco (pues sí, mis amores, en esa época eran discos) tuviera fallas, poniendo en alerta a la audiencia, que no tardaría en dudar de su credibilidad.

Una vez los trapitos estuvieran al sol, es decir, la verdad saliera a la luz, no solo los Grammy les retiraron el premio, sino que también todos sus compromisos musicales fueron cancelados. Sin dudas ha sido el mayor escándalo en el mundo de la música (descubierto, claro está). Y no quiero caer en una disputa, pero ¿qué diferencia hay entre lo que hicieron ellos y el autotune, herramienta musical de la que algunos artistas abusan?

Tiempo después, Fabrice Morvan y Rob Pilatus volvieron a la música con sus voces verdaderas, pero jamás obtuvieron el éxito que obtuvieron con su primer disco. Perdieron muchos fans y quién puede culparlos, si te quemas con leche, ves la vaca y lloras.

Por último, pero no menos importante, el fraude en la literatura. Iba a hablar sobre Francis Scott Fitzgerald, ya que tomó frases completas de su mujer Zelda Fitzgerald. Incluso había robado su diario íntimo, del cual se desprendieron varias de las palabras que terminaron en los libros del esposo. No es chisme, lo dijo ella en Metropolitan Magazine:

«Me parece que en una página reconocí un fragmento de un viejo diario mío, el cual misteriosamente desapareció poco después de mi boda y, también fragmentos de una carta, la cual, considerablemente editada, me resultó familiar. De hecho el señor Fitzgerald — me parece que así es como escribe su nombre— parece creer que el plagio comienza en el hogar.»

Pero no hablaremos de ellos, por lo menos no hoy. Mi querido amor, Victor C. Frias, me recordó un fraude literario con un poco más de peso que el de los Fitzgerald. ¿Recuerdan al escritor Auguste Maquet? ¿No? Yo tampoco. ¿Y al escritor Alejandro Dumas? Sí. ¿Y si les dijera que cometió fraude? Siento haber pinchado sus globos literarios, pero sí, el gran Alejandro Dumas pagó a Maquet por sus historias, las cuales él después modificaría a su antojo; pero seguirían siendo de Maquet a pesar de que el juez diera por ganador a Dumas después de que lo llevara a juicio. Siento que fue la necesidad lo que llevó a Maquet a vender su trabajo, bien pagado, pero vendido para dar el reconocimiento a un solo escritor en novelas hechas por dos.

Las editoriales se excusaban diciendo que se venderían más bajo el nombre de Dumas que el de ambos. Este dueto unido por la necesidad y la ambición se separa, perjudicando a Dumas, ya que sus obras pierden calidad. La vida de excesos del escritor lo lleva a morir pobre, sin embargo, Maquet termina sus días en una muy buena posición económica a pesar de no haber recibido la misma cantidad de dinero que el laureado escritor. En fin, karma y justicia divina.

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https://tecreview.tec.mx/2018/08/30/ciencia/robo-a-thomas-edison-vs-nikola-tesla/ 

Tesla contra Edison: la guerra que generó la corriente alterna

Margaret Keane

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Muere John Davis, la voz que realmente cantaba en Milli Vanilli

Milli Vanilli, el dúo musical que triunfó haciendo “playback”

  1. Scott Fitzgerald

 Mary Surratt

 Alejandro Dumas

El fantasma que siempre estuvo detrás de Alejandro Dumas

Auguste Maquet

Zelda Fitzgerald: la escritora plagiada y silenciada por su marido Scott Fitzgerald

Paola Rodríguez

Paola Rodríguez

Autora

Estudiante de psicología, 37 años de edad, resido en la ciudad de Montevideo,
autora del poemario letras del destino, y la novela Lara Glasgow el comienzo.
Empece a escribir a los diez años pequeños relatos, pero en la adolescencia descubrí a poetas como Julio Herrera y Reissig, Delmira Agustini e Idea Vilariño, y me enamore de la poesía, empezando mis primeros poemas a los dieciséis años.

Lizeth Proaño

Lizeth Proaño

Ilustradora

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