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Ilustrado por: Katabasis

Jennifer Puello Acendra

La primera vez que me pregunté sobre la raíz de todas las formas de opresión, allá cuando tenía menos de 25 años, respondí que el sistema capitalista. Había leído a Marx y concordaba que el sistema económico era la base en la que se sostenían los otros sistemas.

Por ende, del capitalismo (y de cualquier sistema económico donde unos/as exploten a otros/as) nacería la desigualdad. Pero el tiempo me fue mostrando algo interesante y aterrados: todas las mujeres, sin importar su posición económica han sufrido opresión por su género.

Entonces esa idea me fue llevando a otros lugares, otras lecturas, otras charlas (claro, sin dejar el marxismo de lado). En ese viaje me topé con otro sistema, del que a veces se habla menos fuera de los círculos feministas a menos que se bromee: el patriarcado, en donde todas, sin excepción somos oprimidas. 

Uno de los primeros momentos en que eso se hizo claro fue con la Revolución Francesa, al menos para Europa y Occidente. Antes de ella, al existir la divinidad del monarca que usualmente fungía como padre de familia, se podía extender a todo el reino: los hombres tienen la jerarquía dada desde el cielo. Pero cuando corrió la cabeza de Luis XVI y cayó la monarquía, lo esperado, era que cayese cualquier figura paternal como sinónimo de superioridad.

La Revolución tomó las banderas que nos podían hacer iguales a ciudadanos y ciudadanas: libertad, fraternidad e igualdad. Todas totalmente coherentes con un mundo donde hombres y mujeres construyéramos de la mano. 

Así también lo pensó Olympe de Gouges quien escribió Los derechos de la mujer y la ciudadana, basándose en Los derechos del hombre y del ciudadano. En su texto se recalcaba que “La mujer nace libre y goza igual que el hombre” en su artículo 1; añade que nadie puede ejercer autoridad sobre otra persona, y que, así como tiene derechos, debe cumplir la ley. 

Sin embargo, esa oportunidad se desechó, el 26 de agosto de 1789 se aprueban Los derechos del hombre y el ciudadano, donde las mujeres son excluidas. Es más, las primeras mujeres que lograron acercarse a la idea de ciudadano, a través del voto, tuvieron que esperar poco más de un siglo. 

Cecilia Amorós explica que para autores como Rousseau y Locke los que son iguales entre sí son los hombres, mientras las mujeres seguíamos teniendo el lugar de botín de guerra: éramos conquistadas y repartidas. 

Es por eso mismo, dice Amorós, que en la actualidad quedan rastros de esa repartición que solo se hace entre hombres: pedir la mano al padre de la mujer, pedir permiso al padre/hermano mayor para estar con alguien, entre otros. Por supuesto que ya son menos los sitios donde la mujer no opina en estas “transacciones”, pero el solo hecho de que existan dan ideas de qué pasaba pocos años atrás.

Las mujeres fuimos pactadas entre los hombres. Digo fuimos, pero, incluso en nuestros países siguen existiendo sitios donde la repartición no ha desaparecido.

Volviendo al inicio de este texto, el padre de la opresión y la desigualdad no es el capitalismo, sino el patriarcado. Decía Flora Tristán “Hay alguien todavía más oprimido que el obrero, y es la mujer del obrero”. Sobre esto último me gustaría extenderme en un nuevo artículo. 

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Bibliografía

Amorós, Cecilia (Ed) (2000) Feminismo y Filosofía, Madrid: Síntesis.

Ramírez, Gloria (1791) La declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana de Olympe de Gouges ¿una declaración de segunda clase?, Ciudad de México: Cátedra UNESCO de Derechos Humanos de la UNAM

Jennifer Puello Acendra

Jennifer Puello Acendra

Redactora

Lic. en educación y lengua castellana de la USCO, maestrando en Lingüística de la UAQ. Ha participado en varios concursos de escritura en diversas instituciones.  Amante de las mariposas, los cuervos y los gatos. Amada por las hormigas. Enemistada con los sapos.

Paola Rodríguez

Paola Rodríguez

Autora

Estudiante de psicología, 37 años de edad, resido en la ciudad de Montevideo,
autora del poemario letras del destino, y la novela Lara Glasgow el comienzo.
Empece a escribir a los diez años pequeños relatos, pero en la adolescencia descubrí a poetas como Julio Herrera y Reissig, Delmira Agustini e Idea Vilariño, y me enamore de la poesía, empezando mis primeros poemas a los dieciséis años.

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