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Ilustrado por: Arturo Cervantes

Maximilian Jecklin

Para Oliver

 

 

El calor de la tarde era insoportable. ¡Desgraciado! No podía haber escogido otro día para morirse pensó él, mientras enjugaba nuevamente el sudor de su frente.

Llevaba puesto su único traje. La negra tela relucía grasosa por el uso. Sintió la empapada camisa pegarse a su cuerpo; apenas tuvo oportunidad, se aflojó el nudo de la corbata lanzando un profundo suspiro, aquel gesto le otorgó por un breve instante un aire de honesta resignación, tan apropiado para el entierro de su padre John J. Ángel

Al cementerio acudieron pocas personas, aun así, fueron más de las que él se esperaba, sin duda alguna aquellas buenas almas no conocieron al maldito hijo de perra que fue John.

El gesto de su mirada bastó para que el cura apurara los rezos, inmediatamente después, dos hombres comenzaron a palear tierra con mecánica prisa.  A un lado de la fosa, Harry Ángel, su único hijo, recibió las condolencias de los escasos presentes, una insistente mosca revoloteó frente a sus ojos, el movimiento de ambas manos bastó para ahuyentarla, justo, antes de recibir el pésame del último visitante.

Apenas quedó a solas escupió con desprecio sobre la tierra removida, de nuevo, sin explicación alguna, un pequeño grupo de moscas lo incomodó con terca insistencia. Antes de marcharse lanzó un par de monedas sobre la tumba al tiempo que murmuró con rabia: 

—¡Que el barquero jamás te traiga de vuelta, malparido!

Llegó a casa de su padre y de inmediato recolectó abundantes objetos de todas las habitaciones, los amontonó en el patio y les prendió fuego. Luego, sentado ante el escritorio del viejo John, observó con lenta calma como ardían los oscuros recuerdos. Abrió el cajón, ahí encontró una botella de whisky, a un lado estaba el cromado 38 Smith & Wesson que su padre siempre mantenía a la mano, un par de moscas que caminaban sobre el frio acero del revolver parecían observarlo con obsceno descaro.

Tomó la botella y bebió varios tragos, mientras, sus ojos recorrieron cada milímetro de aquella habitación. Fue entonces cuando volvieron los gritos a su mente.  Él acurrucado en una esquina, su padre chillando desaforadamente, las gotas de su apestosa saliva cayéndole en el rostro, indetenible, sin darle tregua alguna, culpándolo a diario, en cada maldito segundo del día, de haberle arrebatado a su esposa el día de su nacimiento.

Sacudió la cabeza con fuerza y logró espantar aquellos inquietantes pensamientos, con fingida calma, continuó bebiendo en silencio hasta terminar la botella. Estaba agotado, sus párpados se fueron cerrando poco a poco y cuando estuvo a punto de caer completamente dormido apareció el insólito ruido.

Al abrir los ojos, descubrió horrorizado que la habitación completa vibraba con el zumbido de miles y miles de moscas que cubrían todo a su alrededor. Golpeó con furia sobre escritorio intentando espantarlas, pero debajo de cada puño se reproducían sin tregua más insectos. El espeso enjambre oscureció la habitación, los objetos comenzaron a caer de las repisas, sin poder evitarlo las moscas fueron subiendo por su cuerpo, adueñándose de su boca, de su garganta, de sus pulmones hasta atiborrarlo por completo.

Los gritos regresaron, pero esta vez se hicieron dueños inapelables de su mente. Escuchó con claridad las eternas arengas de oscuros pasajes bíblicos, la interminable lista de pecados que, según su padre, harían que él ardiera en el fuego eterno. Sintió con tanta fuerza su maltrato, siempre verbal, pero tan eficiente que flagelaba sin tocarte.  En ese momento, supo con certeza que aquellos gritos jamás lo abandonarían, supo incluso, con desolada resignación, que hasta sería absurdo intentar vivir sin ellos.

Como si de pronto el viejo John hubiera escapado de la oscura fosa, escuchó su áspera voz susurrarle de cerca el insulto de siempre:

—¡Harry, infeliz pedazo de estiércol! Eres tan imbécil que apestas y las moscas siempre estarán sobre ti.

Un torbellino de millones de moscas arrasó con la casa al escucharse el disparo.

 

Maximilian Jecklin

Maximilian Jecklin

Autor

Nacido en Caracas el 1 de noviembre de 1967.Gran aficionado a la música clásica, rock progresivo y a cualquier música extraña que se encuentre en el camino. Ávido lector de novelas, especialmente el género histórico. Solo a partir de la obligada pausa pandémica comenzó la inquietud de escribir. Radicado desde el 2011 y hasta la fecha en la ciudad de Querétaro México.

Arturo Cervantes

Arturo Cervantes

Ilustrador

Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.

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