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Ilustrado por: Paola Rodríguez

Víctor Frías

El otro día me vi en el espejo y me encontré con un reflejo demacrado. Tenía un aspecto moribundo, de palidez espectral, y me transmitía la sensación de que la historia de mi vida fuera a terminar ya, en cualquier instante. Solo le faltó hablar y anunciármelo, sin la posibilidad de contárselo a nadie. Desde que miro en la profundidad de esos ojos gemelos, he visto unas decadentes ganas de escribir, un destello de inspiración que se encoge, y he encontrado una señal devastadora: «Entré en la etapa del doppelgänger». 

El doppelgänger es el doble fantasmal por excelencia, una criatura arquetípica que tomó protagonismo (y diversas formas) en la literatura gótica y aterradoras leyendas. Según la tradición, es un mal augurio ver al propio doppelgänger, pues su aparición es el aviso de una muerte inminente. Sé que aquel doble me persigue a todos los espejos a los que vaya, y cada vez dudo menos de su autonomía, de su mensaje.

La pregunta se repite mientras mis facciones sumidas me llenan de horror: «¿Cómo es que llegamos hasta aquí?». Un día, en el que quizá me encontraba escribiendo, llegó una realidad terriblemente invasiva: la vida se complicaba. Entonces, me pareció sencillo sacrificar un par de horas de creación por atender un asunto de la vida adulta, de esos que no son nada placenteros, pero que nos permiten dormir sin tanto desasosiego. En otra ocasión, ya no fueron horas, sino un fin de semana; en otras, la semana entera. No importaba tanto, me recompensaría después con una tarde de escritura acompañada de un buen café. Nunca me pregunté si ese «después» llegaría. Me fui deteriorando y no me percaté en lo más mínimo. Fue a raíz de que había dejado por tanto tiempo de mirarme en espejos que pude reconocer el cambio. Sin un momento para escribir, el entorno me estaba consumiendo.

Es el único exceso que de verdad me ha hecho daño: el exceso de realidad. A veces envidio ese privilegio de la gente que está felizmente alienada en la rutina, ya en completa desconexión de sí misma y consiguiendo lo establecido por la sociedad; el automóvil, la casa, la boda, la descendencia, la repetición de este incansable ciclo; y a pesar de todo, sigue luciendo fresca, como nueva, recién salida de su empaque, cumpliendo con el molde de las apariencias sin quebrarse, sin emociones, sin humanidad. Creo que es eso mismo lo que me deja relegado de ese mundo, mi humanidad, mi no inmunidad al cansancio y al hastío, mi incapacidad de contener el malestar que la vida representa cada vez que me levanto a no escribir, a cumplir sueños ajenos e intercambiar miserablemente el tiempo de mi existencia. Ahora es cuando más temo llegar a esa apariencia final, la del doppelgänger, si no es que ya la he alcanzado.

Me destruye la nostalgia. Era glorioso ver cómo se iban llenando las páginas con una coherencia exquisita, y contemplar el potencial que tenían. Ahora todo es distinto. Cada vez que me pongo ante la pantalla, no solo el café sabe más amargo. Tengo enfrente la hoja en blanco, y pienso… pienso demasiado. Es inevitable. Los dedos se quedan paralizados sobre las teclas y no avanzan. Una vorágine inútil se va desenvolviendo hasta que termino aturdido y enojado con la blancura y el maldito puntero que solo se queda en una risa parpadeante. Hay una idea brillante que quiere emerger del suelo, pero un enjambre de pestilentes, aladas obligaciones del futuro terminan por engullir todo lo que pudo haber sido. Un muerto en vida no escribe.

Hace quince años vi una película extranjera llamada Los abandonados, donde una productora de cine estadounidense viajaba a la granja rusa en la que había vivido su recién fallecida madre, a quien no recordaba por haber sido adoptada. Tras varios contratiempos, consigue llegar hasta allá y no solo se reencuentra con su gemelo perdido, ambos se enfrentan a una maldición por la que su padre, a los pocos días de nacidos, había intentado quitarles la vida.

El elemento espeluznante de la película es el doppelgänger, tal cual, un gemelo fantasmal. Tenía como características adicionales las siguientes: su apariencia era el anuncio de cómo iba a morir la persona, con heridas, rasgaduras en la ropa, humedad en el cabello; y si la persona original le atacaba, el daño era para ambos. Esta manera de perfilarlo me hizo tanto sentido durante el encuentro con mi reflejo. Ver esa mirada ante mí, de angustia por las ideas podridas, atrapada en las fauces del tiempo que corre sin piedad, me alarmó tanto. A este paso, terminaré no solo presentándome ante el doppelgänger, sino encarnando al gemelo, y peor aún… dejando de escribir.

Víctor C. Frías

Víctor C. Frías

Autor

(@victorc.frias en Instagram)

Es un escritor mexicano de terror dedicado a explorar subgéneros como el sobrenatural, el psicológico y el horror cósmico. Cada sábado a las 14h (México) transmite en vivo a través de Instagram Live para narrar sus escritos y abrir un espacio para quienes quieran compartir lo propio en pantalla. Tiene cinco libros publicados en Amazon y relatos exclusivos a la venta en la plataforma Ko-Fi.

Paola Rodríguez

Paola Rodríguez

Autora

Estudiante de psicología, 37 años de edad, resido en la ciudad de Montevideo,
autora del poemario letras del destino, y la novela Lara Glasgow el comienzo.
Empece a escribir a los diez años pequeños relatos, pero en la adolescencia descubrí a poetas como Julio Herrera y Reissig, Delmira Agustini e Idea Vilariño, y me enamore de la poesía, empezando mis primeros poemas a los dieciséis años.

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