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Ilustrado por: Elienai Lucero

Malena Cid

Sus pensamientos se desbocan, nada es como debería o quizás solo sea ella la que ha perdido la cabeza y todo cuanto ve es parte de alguna maligna alucinación.

Ojala lo sea, piensa, pero el hedor de la muerte y aquel húmedo chapoteo, que producen sus pasos, es real tanto que no consigue entender como continúa andando y su mente no se ha perdido en aquel desolado crepúsculo donde nubes grises cubren un sol moribundo sobre un desierto de cuerpos desparramados y enredados como fragmentos de marionetas a los que un desquiciado titiritero ha cortado las cuerdas y bañado en un rojo tan vibrante que hace daño a la vista.

No hay figura humana completa y algunos pedazos están tan dañados, tan desfigurados, que ni siquiera puede ver formas, son sólo partes que no consigue identificar y que cubren cada lugar donde hasta donde la vista alcanza.

El ácido le quema, las arcadas son incontrolables, imposibles de detener, por un momento lucha por cerrar los labios aunque arda por dentro, sin embargo no consigue detener la bilis que escapa y ella cae de rodillas antes de retorcerse sobre el húmedo suelo olor a cobre, sudor y otras cosas que no quiere nombrar, incapaz de controlarse ella vomita, su estómago se estruja y retuerce una y otra vez hasta que no queda dentro y aún así las arcadas continúan, su cuerpo, agonizante de horror, intenta despojarse de un mal que no está dentro.

El tiempo pierde definición, no sabe si ha pasado un minuto o una vida cuando, y a pesar del agotamiento, ella consigue levantar las manos y cubrirse el rostro en un, fútil, intentó por disolver la realidad solo para descubrir que sangre y fragmentos de huesos se pegan a la pálida piel del dorso; exhala gemido ronco más parecido a un suspiro que a otra cosa.

No quiere seguir examinando sus manos, Dios sabe lo que encontrará si se atreve a mirar las palmas así que cierra los ojos y deja que la claridad  rojiza se filtre entre por los párpados.

Sin deseo o convicción ella reza, rabiosa, músita palabras incomprensibles, alienadas ora ordenando, ora suplicando, sin saber siquiera lo que pide o a quién lo hace, reconoce la urgencia, el tono y la cadencia, le resultan idénticos a los exabruptos de una anciana esquizofrénica que recorría las calles cercanas a su casa, por un momento, en medio de sus desquiciadas oraciones, piensa en ella, vieja, desvalida y seguramente muerta.

La idea de que tal vez todos a los que conozca estén muertos la asalta, que ella sea la última mujer sobre la tierra, el último ser humano, entonces reza con más furia, sin saber si pide despertar de la pesadilla o que dejé de importarle y todo acabe pronto.
Un roce inesperado sobre la mejilla, la hace saltar y un alarido se le escapa antes de aovillarse convertida en un sufriente nudo.

—No temas — bondad, autoridad, compasión, pide una voz que destila todas esas cosas en las que antes creia a la vez que una mano, suave como pluma roza sus cabellos estremeciéndola con el toque porque se antoja ser acariciada por una nube.

 —No voy a hacerte daño— dice esa voz que promete el cielo en medio de éste infierno—abre los ojos—pide y pese a sus propios deseos, ella obedece. 

El aire escapa de sus pulmones y mugre y sangre que la mancha, su piel palidece, el asombro substituye al terror y se descubre fascinada por una belleza ultra terrena. 
Un ángel ha venido y ella lo mira entre arrobada en incrédula.
—Ten calma—murmura el ángel y su visión la aleja de terror. Él ha venido a salvarla y ella quisiera decirle tantas cosas, rogarle o reclamarle pero lo único que sale de sus labios es:

—¿Por qué? 

No está segura de la razón de esa pregunta, si desea saber porque no ha llegado antes para detener la carnicería o porque sigue viva y respirando cuando tantos otros no.

El rostro, imposiblemente hermoso, se quiebra en una expresión de ultrajada inocencia e inmediatamente ella se arrepiente.
—Era necesario — responde finalmente el ángel —¿De qué otro modo podríamos estar juntos para siempre?— pronuncia mientras sus grandes y blancas alas la envuelven

Carolina Canto «Malena Cid»

Carolina Canto «Malena Cid»

Autora

Egresada de la Rolando Calles, ingeniera por equivocación, escritora por vocación, godínez por necesidad, participante habitual en concursos, tertulias y trifulcas literarias, ávida y autodidacta aprendiz de editora y emprendedora de dudoso éxito.

Elienai Lucero Hernández

Elienai Lucero Hernández

Directora de Multimedia

Me llamo Elienai Lucero Hernández, me llaman Elienai, Lluvia, Kumy, Niennai, Nai, Nani, a veces soy Lúth L. L. H. En casi todas mis versiones soy aficionada de la literatura, la loca de los cuadernos, dibujos y misionera de la revista Katabasis ¿Ya leíste todos los números? ...deberías.

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