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Ilustrado por: Deivy

Martha de Jesús González Solís

Marcuso llevaba vario tiempo en paz y tranquilidad. Después de la partida de Sárquero hacia el mundo que no conocía, todo parecía estar como él siempre había soñado. Se despertaba temprano para ir a la punta de su torre a ver los amaneceres que tanto disfrutaba. Los colores que lo hipnotizaban siempre fueron los que se encontraban en la gama de la alborada.

Sus amigos del oeste venían en camino. Él los esperaba con ansias. Quizás debería preparar también una o dos camas más por si acaso. Cocinaba la comida con el mayor empeño posible, ya que nunca le había gustado tener huéspedes hambrientos e insatisfechos. El queso que había preparado sabía delicioso. Era cremoso y exquisito. El pan sobre la mesa apenas había salido del horno. Marcuso estaba feliz de poder ofrecer un poco de sí para pasar un tiempo con la gente que él tanto apreciaba.

Alguien tocó su puerta. Su corazón dio un vuelco repentino. Corrió a abrir, pero su sorpresa fue tal al ver que no eran sus amigos quienes estaban tocando. Una mujer anciana con un bebé en los brazos fue a quien vio frente a él. «Una ayuda, por vida tuyita… Mi bebé y yo tenemos hambre», dijo la anciana. Marcuso vio que el bebé lucía enfermo. Inmediatamente los pasó a su casa con el fin de alimentarlos, asearlos y vestirlos con lo poco que poseía.

Antes de dejarlos ir, se decidió a hacerles un último favor. Tocó al bebé en la cabeza con toda la delicadeza posible y le preguntó a la anciana por el nombre del niño. «Se llama Rey», respondió la mujer. «Rey», dijo Marcuso, «Eso serás antes de los dieciocho años» y de su mano salió un resplandor verde que se esparció por toda la habitación. La anciana no creía lo que sus ojos presenciaban. «Me llamo Marcuso, uno de los últimos de mi especie» le aclaró a la vieja. Ella se retiró con el bebé, no sin antes darle gracias con una reverencia. Se alejaron y no volvió a saber más de ellos en mucho tiempo.

La noche siguiente, justamente cuando estaba a punto de meterse a sus aposentos, alguien tocó en el portón principal de su torre. Marcuso miró por la ventana y vio que eran sus amigos. Hizo un par de señas y le gritó a uno de ellos desde donde se encontraba en las alturas: «¡Hubieras venidos ayer! Ahora ya no tengo queso ni panes… Pero pasa, que aún tengo camas para que descansen. Todo viajero es bienvenido a mi morada».

Martha de Jesús González Solís

Martha de Jesús González Solís

Autora

Orgullosa regia, es egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Dedicada a la docencia de lenguas en niveles medio, medio superior y superior, sus pasatiempos se enfocan en la creación (textos, ilustraciones, cómic y música).

Deivy

Deivy

Ilustrador

Me llamo Deivy Castellano. Pintor aficionado, intento que mi trabajo hable por mí mismo. Trabajo para ser un polímata, en mi tiempo libre soy un misántropo auto exiliado en Marte.

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