Ilustrado por:Berenice Tapia
Lucas Alcalde
Era todo silencio brumoso que solo interrumpió algún avión en su vuelo o cañones airados con su fuego lejano, entonces el único de los vivos que parecía quedar a esa altura se hizo presente. Allí marchaba, enorme e impetuoso con sus prendas negras impecables. Era un Moisés abriéndose paso por el mar de finados que regaban las nubes oscuras de tristeza. A su paso se me escapó un quejido por entre los barrotes de la boca y sus oídos, guardianes bien avispados, lo oyeron. Miró al piso que embarraba sus botas y sus ojos inquisidores se encontraron con los míos. Lo que eran ojos inexpresivos se tornó mirada torva y allí donde miró, apuntó el largo brazo de su rifle. Habló, entonces, palabras que no entendí y le respondí sollozos que no llegaban ni a palabra. En realidad, no supe decir otra cosa. No supe si rogar la vida o la muerte siquiera. Él en una ojeada analizó todo de mi cuerpo y al hacerlo sus cejas rápidamente vacilaron, todo en su semblante lo hizo. En un par de pestañeos sus ojos ya querían regalarle gotas a la lluvia. Ahora habló palabras sensibles que, de nuevo, no entendí, pero le respondí más de lo mismo: lamentos que no llegan a la palabra. En ese instante el lenguaje humano se mostró universal y creo que ambos lo entendimos: ni mil años de guerra bastan para desaprender. Su dedo, ceñido al gatillo, empezó a juntar coraje para apretarlo.
Con los ojos cerrados escuché el disparo, pero mis plegarias habían sido escuchadas. Quien creí mi verdugo, fue mi salvador. El rifle que tanto plomo escupió otros días, hoy disparó un abrazo. El más cálido que recibí en mi vida podría jurar, el más prolongado también. Ya no sentí más barro enfriando mi espalda ni lluvias anegando mi uniforme ajado. Ya no sentí más los humos ni las penas de las armas y la muerte. Dejé de sentir todo. No había odios ni miedos, ya los había espantado a todos el fuego del abrazo misericordioso. Con los ojos todavía cerrados no supe si había cuerpo siquiera, pero supe que ya no había campo y aún menos batalla. Supe que ya solo era el abrazo y así sería por la eternidad.
Lucas Alcalde
Autor
Soy Lucas Alcalde. Nací y viví mis veinte años de vida en el mismo barrio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Villa Devoto. Terminé mis estudios secundarios en la Escuela Cristiana Evangélica Argentina y planeo estudiar traducción inglesa. Desde que tengo recuerdo me acompaña cierto instinto escritor, pero hace poco decidí corresponderlo. Hace unos meses sueño con ser escritor y desde entonces publico en @letredades.
Berenice Tapia
Ilustradora
Demasiado perezosa para pensar en algo decente. Me gusta dormir y mi sueño más grande es poder vivir de hacer monitos. Las dos cosas más importantes que me ha enseñado la vida, son:
1) Estudiar arquitectura no vuelve rica a la gente.
2) El mundo no se detiene nunca, ni aunque estés llorando hecha bolita porque borraste accidentalmente un capítulo de tu tesis.