Ilustrado por: Maricielo
Alejandro Paniagua
Batman
Yo soy Batman.
Pero no he superado ninguno de mis miedos.
Aún me aterran los bisontes con las tripas de fuera
o las medias de red manchadas de sangre.
Aún me dan pánico los niños con muñones o con hambre.
Yo soy Batman.
Sólo que yo mismo maté a mis padres.
Incendié la casa porque no me compraron un luchador de plástico.
Ellos no pudieron escapar de las llamas,
tampoco mis vecinos, ni mi abuelo, ni mis hermanos.
Yo soy Batman
Y mi batimóvil es la carroza fúnebre que atropelló a mi hijo.
Y mi Robin es el cadáver de aquel escuincle terco.
Yo soy Batman.
También tengo un payaso que me acecha, aunque sea sólo en sueños.
Es un mimo callejero quien solía obligarme a lamerle los párpados
y luego me penetraba con los dedos mugrientos.
Yo soy Batman.
Pero vivo en una miseria que me angustia.
Ayer vendí la pierna prostética de mi abuela
para comprar un kilo de tortillas y doscientos pesos de piedra.
Sí soy Batman.
Y estoy golpeando a un ratero que se metió a la unidad.
Hace unos minutos, el tipo dejó de dar gritos.
Así que yo, junto con otros cien Batmans,
lo vamos a colgar de un limonero.
Experiencia mística
El techo de mi celda estalló.
Vi la cabeza de Dios en el cielo estrellado.
Me sorprendió descubrir que el Señor tiene astas.
Me pareció lógico que si el diablo tiene cuernos de carnero
(una bestia maligna),
Dios tuviera una cornamenta de ciervo
(un animal piadoso).
Las astas del Señor llegaban hasta el cosmos.
Había pecadores empalados
en cada uno de los cientos de miles de filosas puntas.
Las astas divinas también estaban adornadas
por millares de individuos que habían sido colgados del cuello,
y se mecían de un lado a otro,
como Judas del aire,
como Iscariotes siderales.
Los ojos de Dios tenían decenas de colmillos brutales alrededor,
porque los ojos del Señor también son fauces.
En el fondo de los ojos de Dios
había miles de ancianos, mujeres y niños hechos pedazos,
porque los ojos del Señor también son abismos.
En las pupilas de los ojos de Dios
cabalgaban cientos de hombres con armaduras
que se iban sacando las tripas unos a otros,
porque los ojos del Señor también son guerra.
Cuando Dios decía la palabra lumbre,
su boca se convertía en un incendio.
Cuando Dios decía la palabra loco,
su boca se convertía en un manicomio.
Cuando Dios dijo mi nombre,
su boca se trasformó en el infierno.
Entonces supe que era yo un pecador terrible.
Desde entonces no he parado de rezar
y azotarme las manos con un Cristo de plata.
Las costras de sangre han formado un par de guantes
que me hacen sentir cada vez más cerca de la redención.
Alejandro Paniagua
Autor
Estudió Creación literaria en la Escuela de escritores de la SOGEM. En el año 2007 fue becario del FONCA en el género de cuento. En el 2009 obtuvo el Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano, otorgado por la Universidad Autónoma del Estado de México. Tiene publicada la novela Antipsicóticos, y está incluido en la antología de cuento Asesinos, músicos y otros personajes para recorrer México. En 2015 fue finalista del concurso de Novela Breve organizado por novelistik.com y ganador del prestigiado Concurso Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés. Su trabajo literario ha sido publicado en revistas y periódicos como: Generación, Confabulario, El Universal y Excelsior. Con Los demonios de la sangre obtuvo mención honorífica en el premio Lipp de novela 2016.