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Ilustración: Yessenia Rodríguez

Majenda Aliaga

Cuando colocó el pez dentro del armario se quedó un poco más tranquilo, este era otro pececito de colores que iba a sumarse a los que tenía allí. La primera vez que encontró uno fue hace dos días, exactamente el lunes por la mañana cuando se acercó a la mesa a beberse una taza con café para terminar de despertar e ir a trabajar, le llamó la atención verlo, todo coloreado, al principio mientras bostezaba trató de recordar cómo podría haber llegado a casa, ¿quién y por qué lo habría traído? Al mirar su reloj se dio cuenta de que no tenía tiempo para cavilaciones, apuró el café, cogió la llave y cerró la puerta de su casa. Camino a la oficina recordó el pececito que solitario se había quedado en casa, seguro lo dejo la señora de la limpieza, es decir su hijo pequeño.

Durante la hora del almuerzo, regreso a casa para comer algo y aprovechar para darse un baño, el verano era cada día más fuerte, las tres cuadras que le separaban le hicieron producir un fino sudor que se deslizaba sobre su piel. Abrió la puerta y encontró un pececito más, junto al de la mañana eran dos, los cogió y los metió en el cajón de su escritorio. En este momento tampoco tenía tiempo para pensar, debía salir volando hacia el trabajo. Fue a tomar una ducha, mientras estaba cambiándose creyó escuchar un ruido que provenía de la sala, fue a ver y era sólo el viento, al menos pensó eso hasta que posó sus ojos en la mesa y encontró dos más, esto va en progresión geométrica se dijo con una sonrisa, hay que determinar cuál es la constante pensaba mientras caminaba por la sala. La mañana siguiente sabía por un cálculo simple que al costado del café tendría 3 pececitos que debía guardar, al menos por la mañana para la noche ya se pronosticaba que debían aparecer 8 de acuerdo a la progresión de Fibonacci que empezaba a colegir era la que determinaba la aparición, dando en total para el día un total de dieciséis. Abrió el armario para guardarlos, mientras los cómo, por dónde y sobre todo por los por qué iban tomando por asalto su cabeza. ¿Por qué los pececitos empezaron a aparecer sobre su mesa desde el lunes? Y sin darse cuenta los iba coleccionando.

Darshiva le había contado una vez una historia. Le mencionó un escritor cuyo nombre no lograba recordar, le contó que éste había descubierto, al menos eso decía, que había descubierto cual era el sentido de la vida, tenía de esto total certeza al punto que había escrito un libro sobre ello, era un punto intermedio entre la autoayuda y la chapucería, eso pensaba en aquel tiempo su amigo, lo llamaría mañana para saber dónde podría encontrar un ejemplar de Cómo encontrar el sentido de la vida dibujando pececitos de colores, cuando le escuchó la historia tenía certeza que era un invento que calaba muy bien a propósito de la proliferación de libros de dibujos como una forma de relajarse, siendo los referentes más fuertes los libros de mandalas, ello le dio certeza que era sólo un invento, pensó eso al escuchar su historia, sonrió por lo que oía, dado que su amigo era muy proclive a hacerle bromas de las más curiosas, bromas en las que hacía uso de ideas ingeniosas para poner a prueba su inocencia, busco el libro en un par de librerías de la ciudad y nadie sabía darle razón, es más en alguna ocasión alcanzó a ver con el rabillo del ojo, un atisbo de burla. Como explicarle al vendedor cual era la razón de su búsqueda, que aquello había empezado como un juego, uno en el que ni siquiera sabía el por qué había acabado inmerso, el domingo, en el domingo siete debía estar la clave que había empezado esta curiosa aparición, siete, ¿podría acaso atribuir lo que le estaba pasando a alguna cábala?

Esto, lo de las apariciones lo había leído en algún lado, claro fue en La carta a una señorita en París, le había encandilado la inocencia, la candidez y sobre todo la entereza con el que el personaje aceptaba su sino. Debía acaso yo hacer lo mismo – se preguntó-, debía sólo continuar sin buscar una causa lógica acerca del origen los peces que ahora están en casa, en casa porque dejo de ser mi casa desde este lunes, es cierto que no cuento con muchos amigos, en realidad desde que empezó el año, he tratado de ver a la menor cantidad de gente, mis amigos se han reducido a cuatro, ni siquiera alcanza para una mano y ahora ya ni a ellos puedo invitarlos a casa, bueno recibirlos más bien que era lo que solían hacer, simplemente llegaban sin invitación previa, imaginaba sus rostros si les contase las historias de los 233 pececitos hasta ahora. No hubiese podido resistir sus miradas. En el mejor de los casos no creerían la historia y se reirían del supuesto, fallido eso sí, intento de broma. En el peor podría terminar con una recomendación de algún psicólogo o psiquiatra al que debía visitar, pensó.

Hoy ha venido Darshiva le he conminado que venga casi a la fuerza. Le llamé y le dije que necesitaba verle, que era urgente, debía decirle lo que estaba pasando, tal vez él podría darme alguna solución, me temía pronto iba a tener que abandonar mi departamento porque habría de llegar el día en que no tendría espacio. Veo desde mi ventana su figura delgada acercarse a mi casa. Cuando camina suele hacerlo de manera tan calmada, casi parece que contase los pasos. Lo de Darshiva ni recuerdo bien quien se lo puso si fue Ana, Wilmer o yo. Quizás fue Wilmer que era más proclive a colocar apodos a la gente. Al verlo con su barba en casi un triángulo perfecto que combina de manera peculiar con su nariz, como decirle nariz árabe por llamarle de alguna manera, se entiende más o menos la causa. Le abrí la puerta y casi a rastras lo traje frente al armario apurando el gesto con el fin de que lo abra. Al hacerlo cayeron uno tras otro los pececitos de colores. Para mi sorpresa no reaccionó de manera extraña, sólo los recogió y los acomodo uno sobre otro.

—¡Te han elegido! Siempre creí eran un invento, pero no ha sido así, te han elegido y dime me cogió de las solapas de la camisa al decirlo. ¡Dime! ¿Dime conseguiste dar con ellos? ¿Cuándo empezaron a aparecer?

—El siete, le dije.

—¿Estamos en el año 99, cierto?

—Ajá, respondí.

—El siete del siete de 1999. Pero por qué tú.

—No lo sé, si deseas puedes llevarte todos los peces, cuando aparezcan otros te los daré

—No, es que así no funciona, es como si le hubiera dado un tesoro, que lo es, a alguien que no sabe apreciarlo.

Por toda respuesta moví mi cabeza más por algún extraño instinto de querer despertar, de ser este un sueño o quizás para darle más fuerza a mi incredulidad ante lo que me decía.

—Dime, cómo conseguiste te escojan. Me dijo mientras me asía del cuello, la respiración empezó a fallarme y antes de perder el conocimiento sólo puede responder: 42.

Majenda Aliaga

Majenda Aliaga

Redactora

He publicado poemas en plaquetas en Lima, Perú. Trabajé en librerías limeñas y actualmente escribo en la revista Katabasis y en mi página de Facebook: Lecciones de vértigo. Estoy preparando un libro de cuentos que espero publicar y una novela.

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