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Ilustración: Berenice Tapia

Alejandro Zaga

Un joven Werner Herzog nos presenta Jeder für sich und Gott gegen alle (Todos por sí mismos y Dios contra todos, nombrada en español como El Enigma de Kaspar Hauser) que vio la luz en 1974. En ella nos expone de manera contundente la manera en que es contaminado el hombre puro por la sociedad egoísta e inmersa en intereses vacuos y cómo la construcción de esta tiene vacíos injustificados que no apreciamos por estar inmersos en ella.

La historia se sitúa en un poblado alemán en 1828. En la mañana del domingo de pentecostés es encontrado en la plaza del lugar un hombre que apenas puede caminar y cuya habla es prácticamente nula (solo sabía repetir una frase). Ese hombre (Bruno S), bautizado como Kaspar Hauser, ha estado ajeno a todo contacto humano y privado de la formación usual, vacío de categorías que a cualquiera parecerían casuales: lenguaje, religión, espacio, incluso el desconocimiento total del fuego, por lo cual, a modo de ver de las autoridades, debe «aprender lo que todos deben aprender». Sin embargo el aislamiento lo afectó a un alto grado y su intento de inserción en la sociedad se ve de cierta manera truncado ya que, al no recibir la misma formación que el resto de quienes le rodean, está impedido de pensar como ellos, de modo que sus vicios, gustos y lógica le son ajenos.

Al poco tiempo despierta la curiosidad general entre la población y aún más allá de la región llega a oídos internacionales, causando que se le dediquen investigaciones científicas y antropológicas. Y, claro, tener un lienzo en blanco frente a uno es tentador y no faltará quien aproveche para intentar pintar en él, (naturaleza humana. Los personajes que rodean a Hauser intentan plasmar en él lo que piensan que tienen para mostrar. Pero el distanciamiento para Hauser es irremediable, expresando en un momento que su vida en el sótano, sin contacto con el mundo exterior le parecía, en contraste, mucho mejor con lo que había tenido que soportar una vez fuera.

En la actualidad este distanciamiento es análogo a los efectos del fenómeno globalizante, que, si bien nos da oportunidad de expandir nuestro lenguaje y relacionarnos con el de otras partes del mundo, este se nos ofrece digerido ya que no hemos estado relacionados con los procesos que contribuyeron en la consolidación del paradero actual. Así mismo, la sociedad actual actúa como aquellas autoridades locales de la ciudad de N. que buscan que la población mundial tenga no más que una llana cultura, enseñar a cada uno lo que todos debemos saber, sin permitirnos siquiera dudar al respecto de lo que se nos muestra.

La película nos expone ejemplarmente cuán peligroso es, inmerso en una sociedad, no saber lo mismo que el resto, encontrarse desprotegido de la bendita información que nos brindan los vicios aprendidos; cada personaje tiene su propio discurso, gracias a su formación, por lo cual se encuentran fijados usualmente en un par de ideas que han de repetir para conformar su carácter por completo.

La crítica que sostiene en sus diálogos, principalmente en los parlamentos de Hauser, es tenaz y provocativa: mientras inocentemente pregunta por qué las mujeres solo sirven para estar sentadas tejiendo y para cocinar, o mientras encuentra una tangente a una pregunta que estudiosos de la lógica habían considerado dogmática en una única respuesta, la sociedad se esmera en cambiarle el pensamiento, en reprimir su cuestionamiento.

En la cuestión técnica de la dirección se puede destacar que los actores se mueven en un sentido, notándose la dirección actoral de Herzog, que los coloca un tanto fársicos, estimulando nuestra reflexión acerca de nuestro plano de realidad.

Este fue el quinto filme en la carrera de Herzog, quien contaba ya con experiencia considerable, resultado de sus anteriores filmes, tales como Aguirre, la ira de Dios o También los enanos empezaron pequeños, en las que el estilo es similar y, al igual que en ellas, incluso los personajes incidentales tienen características muy particulares que les diferencian del resto de personajes, e incluso dotándoles de una humanidad latente. Las tomas tampoco varían mucho: encuadres bien diseñados en los que se pueden encontrar diferentes personajes a diferentes alturas, ocupando la pantalla completamente pero de manera balanceada. En momentos de tensión, a través de algo que reduce el frame, ya sean las puertas de una habitación o una rendija de una puerta, estas intercaladas de tomas abiertas de los espacios naturales cercanos al lugar donde transcurre la acción, alejándonos de ella para mirar con perspectiva o para sumar importancia a algún elemento o a la composición entera. De esta manera el filme cobra un carácter conversativo, con un contenido propio en cada recurso. No hay duda de que Herzog sabe exactamente cómo tiene que expresar visualmente aquello que desea que el espectador entienda.

Los cambios de escena abruptos pueden parecer anormales y, cierto es, que más de uno pierda la secuencia de la trama si no ha prestado suficiente atención. No obstante, esto tiene dos funciones: 1) evita exceso de información innecesaria, ya que el corte se da justo en el momento en que no tienes nada más que saber de ese lapso, manteniendo una digestión de esa información en segundo plano todo el tiempo y 2) el ritmo de la película lo amerita, un ritmo ondulante, que tan vertiginoso como lo hacen estos cortes, se frena en otras partes lo suficiente como para detenerse a apreciar los paisajes rurales alemanes.

El caso del actor, Bruno S, es muy particular: hijo de una prostituta y enviado a un orfanato primero, para después ser puesto a disposición de diversas clínicas mentales, se convirtió con nada más que su afán de superación en un músico multiinstrumentista y actor autodidáctico. Un hombre retraído y señalado por la sociedad, dada su condición psiquiátrica, con cierto paralelismo hacia el papel que el director Herzog le ofrecería y que lo inmortalizaría. La temeridad con que toma posesión de esa historia sucedida siglo y medio antes es impresionante, encaja perfectamente con el tono requerido, transparente, puntual y, a las veces, agresivo.

En definitiva, esta película se encuentra tan vigente hoy como en su concepción e incluso más, con un discurso ahora añejo que ha madurado por lo sano (no así el objeto de la crítica) que hoy abarca más sucesos sociales que entonces y especialmente atendiendo a ese título original tan amenazante y condenador a la soledad de éste mundo: todos por sí mismos y Dios contra todos.

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