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Imagen: Lizeth Proaño

Osvaldo Miranda

Basta una breve búsqueda en Internet para encontrar decenas de listas sobre “los mejores inicios de novelas”. Hay una novela que podemos encontrar en varios de esos listados: Lolita, de Vladimir Nabokov.

¿Qué nos hace considerar su inicio como uno “de los mejores”?

El nombre propio: la identidad hecha lengua

Los antropónimos, conocidos también como «nombres propios», son poderosos. No en sí mismos -son meras palabras-, sino en la función que cumplen: dar identidad. Piensa por un momento en tu nombre. ¿Te es posible cambiarlo y reconstruir tu vida exactamente igual a la que has tenido? Como menciona Laura Sofía Rivero en su Finitud del antropónimo: «Cambiar de mote en automático me pide cambiar de peinado, de voz y de costumbres. Ser una nueva persona.»

Los nombres nos diferencian, nos identifican. Ahí el poder que tienen: las personas no son sus nombres, pero los nombres evocan de tal manera la identidad de una persona que es virtualmente imposible separar el uno de la otra. Por eso Chihiro se aferra a recordar su nombre, que la bruja Yubaba trató de arrebatarle para esclavizarla; quizás el nombre de Juana no nos diga nada (además de remitir a alguno a su tía), pero basta agregar un “de Arco” o “de Asbaje” para que el nombre cobre una magnitud que es capaz de sobrevivir a los siglos; por eso las seis letras de “Hitler” nos remontan a todo el horror y lo más abyecto de la historia humana y las cinco letras de “Jesús” hacen postrarse en oración a millones de personas.

La perversidad hecha poesía

Lolita es una novela que permite múltiples lecturas, pero que no abordaremos en este momento. Quiero concentrarme únicamente en el inicio. Una base mínima de contexto: Humbert Humbert, el protagonista de la novela, un hombre de mediana edad, queda prendado de Dolores, por lo que se casa con la madre de esta, Charlotte Haze, para poder estar cerca de ella. Charlotte muere y Humbert Humbert aprovecha la orfandad de Dolores para llevársela consigo en un viaje alrededor de Estados Unidos durante unos años, periodo durante el que abusa sexual y psicológicamente de ella.

Y ahora, el inicio de la novela:

«Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.

Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba derecha, con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita» (Lolita, Vladimir Nabokov).

En un par de párrafos se establece el tono de la novela. Lo aborrecible del protagonista, la naturaleza carnal y descarnada de la historia, los demonios, la tensión; todo se da cita en el inicio de la obra. Algo fascinante -y aterrador- es cómo la escritura logra que se sienta la carne al leer.

Por ejemplo: «Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.» Esta descripción me parece espectacular. Si se hace el ejercicio de leer en voz alta esa frase, es posible percibir físicamente cómo la lengua -órgano sexual por excelencia- se transporta mientras pronuncia el nombre de la niña. Todo el abuso sexual queda cifrado en la oración.

También se deja entrever algo de las tribulaciones y contradicciones morales que aquejan a Humbert Humbert (el resaltado es mío):

«Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía.»

Se indica, además, el poder que ejerce Humbert Humbert sobre su víctima a través del nombre. Hemos hablado antes del poder que conllevan los antropónimos: más grande entonces es el poder de aquel que nombra, como en esta frase (el resaltado, nuevamente, es mío):

«Era Lo […], era Lola […], era Dolly […], era Dolores […]. Pero en mis brazos fue siempre Lolita».

Este último punto es el que me parece más importante, porque establece de manera muy clara de qué trata el resto del libro. No se desvela mucho de la trama, por supuesto, pero toda la esencia, la médula, está contenida en esos pocos párrafos que dan inicio a la lectura. Con esos elementos el escritor logra que una acción tan despreciable como el abuso sexual -a una niña, por si faltara más- sea narrada poéticamente.

No sé si el de Lolita sea uno de «los mejores inicios de novelas» -¿qué es «lo mejor»?-; ciertamente es un inicio poderoso. Lo que sí es claro es el poder que tiene la literatura para crear belleza, aun si parte de la materia prima más despreciable.

Osvaldo Miranda

Osvaldo Miranda

Redactor

Nacido en la Ciudad de México, en 1994. Escribo por placer. Con rabia, tristeza y dolor. Escribo para tener algo que hacer mientras llega la muerte. Escribo cuando estoy solo y cuando estoy acompañado pienso en qué escribiré después. Escribo historias para contarlas a los demonios que comparten piso conmigo: les gusta leer sobre ellos. Escribir es la cera en los oídos que me aleja de las sirenas de la locura. Estoy convencido de que escribir es una necesidad fisiológica.
Lizeth Proaño

Lizeth Proaño

Ilustradora

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