Isaí G. Espinoza
Es un fraude.
Un pinche perro puto fraude.
Ser alguien en la vida.
Estoy convencido, pero en mi condición inexperta mis fundamentos tambalean.
—«Si hacen lo que aman es como si nunca tuvieran que trabajar».
El monstruo de la irrelevancia me sigue a todos lados.
De día, de noche, lo hace desde hace mucho.
Su objetivo no es asustarme.
Por alguna razón se limita a observarme en la distancia.
A recordarme que la existencia individual solo importa si uno es sobresaliente.
Si la vida está dedicada a algo que valga la pena.
Algo que demuestre que eres mentalmente capaz.
Talentoso.
Existen víctimas del monstruo que aceptan lamerle los pies, pero no logran complacerlo.
Egoístamente intentan un último recurso;
Publicitarlo.
Predicar su existencia a los inocentes.
También hay gente que lo ignora, o mejor aún, nunca ha oído de él.
Viven felices sin conocer su figura, y yo los envidio mucho.
—Tengo 19 años. La esperanza de vida es de 77 pero la edad disfrutable termina a los 50. Ya casi consumí dos quintos, en seis años estaré a la mitad.
Para ser alguien en la vida necesitas estudiar mucho.
Si estudias las suficientes maestrías tus pedos dejan de apestar.
Si llegas a un doctorado empiezas a cagar flores.
Probablemente consigues un buen empleo.
Uno que vale la pena contarlo porque no cualquiera lo puede hacer.
Te compras un auto de agencia, una buena casa.
Viajas, te vuelves especial.
Duermes mejor, hueles mejor, coges mejor, juzgas mejor.
(Limpiando el cofre de un carro. Solo el cofre.)
Hoy maté a un no alguien.
¿Sufrió? ¿Pensó?
No pensó. Yo tampoco pensaba.
¿Se fue al cielo? No hay cielo. No creo…
Y si no hay cielo tampoco infierno, ¿verdad?
Es por lógica. Pura lógica.
Llego a la conclusión de que hay algo a lo que quiero mandar a la verga, pero no sé a qué.
¿A la sociedad? ¿A la escuela?
No, eso está muy trillado.
Y quejarse de la existencia de la educación es una mamada de gente pendeja.
Para mi protesta quiero hacer uso del pensamiento fundamentado.
Del método científico, con observación, hipótesis y experimentación.
—«No pueden esperar que los respeten si nada más saben barrer el piso».
El que está hablando es un docente. De edad promedio. Credenciales promedio. Llamativamente cercano a algunos alumnos. Toca un poco más de la cuenta. Fanático de presumir sus adquisiciones. Foto de su nuevo Xbox. De su nuevo iPhone. De su nuevo Macbook. Pro. Tenis nuevos y audífonos caros. Foto en el aeropuerto.
—No, no tiene nada de malo. Daniela, solo digo que es extraño, eso es todo.
Exige se le llame doctor refiriendo al esfuerzo invertido en obtenerlo.
Una vez afirmó que la palabra barco se escribe con «v».
Esto no es un pecado.
Desacreditar a la editorial del diccionario usado como evidencia para corregirlo sí lo es.
Hipótesis: algo está mal.
—«Jóvenes, alguien ayúdeme a conectar mi computadora al proyector».
Lo que más me frustra es que en parte tiene razón.
La elección de una profesión incorrecta puede culminar en una existencia miserable.
En la condena perpetua de una rutina monótona.
Mirar el reloj esperando desesperadamente la hora de comer.
Y luego la hora de salir.
Jornada, tras jornada, tras jornada.
Con la ilusión de llegar a casa y…
—«Joven, ¿por qué tarda tanto?».
—Por nada. Ya casi termino.
Experimento satisfacción, o más bien, el prefacio de esta.
Justicia, pero no es justicia.
Encuentro cosas desagradables. Sucias.
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—Daniela, en algunas cosas salen niños. La evidencia está en mi correo.
—Daniela, no quiero dinero, además podría irme mal a mí también.
—Ese es el punto, no sé qué quiero.
Pero el tiempo se agota y debo averiguarlo.
Tic toc tic toc.
Pienso en una casa, pienso en un empleo, pienso en mi futuro.
Me interrumpe una voz genérica y promedio.
Esta voz se siente con el derecho a exigirme explicaciones.
Hace equipo con el monstruo de la irrelevancia.
No encuentro manera de ignorarles.
Como chingan.
—Quiero estudiar algo que valga la pena. Voy a esperar al siguiente año.
—No significa que vaya a quedarme en mi casa, yo tampoco estaría cómodo haciendo nada. Ya conseguí trabajo.
Al principio quería ser loquero.
Pero luego lo pensé bien y… qué culero sería.
Las personas dicen muchas falsedades y pretensiones.
Decimos.
—En una pizzería, de cajero. ¿Por qué preguntas?
—Lo que sea que paguen, da igual. Solo para sobrevivir.
Pero estoy mintiendo.
El deseo de cumplir sus expectativas está ahí.
En el fondo.
Contradictorio. Irracional. Ambiguo. Firme, clavado en lo hondo.
La necesidad de ser adulado.
Descubrir la cura del SIDA o del cáncer.
Quizá, que me hagan un artículo en la Wikipedia.
¿Cuál es el propósito de existir si no van a hacer una biografía de uno?
En 500 o 600 años…
Cuando las civilizaciones se hayan hundido y resurgido al menos habrá evidencia.
Habrá evidencia de mi existencia.
Lo sé, y el monstruo es consciente de esto.
Sabe que yo lo sé.
-—Soy yo, otra vez. Es que no has contestado mis mensajes, ¿está todo bien?
Pero… ¿cuál es el punto?
¿Cuál es el punto de competir si no es realista?
Solo hay que compararse con esos niños prodigio.
Esos que a los 6 años ya se saben la tabla periódica y a los 12 ya están matriculados en la UNAM.
Siempre hay alguien mejor.
—Deseo hablar. Lo ocupo.
—Daniela, cuando tú lo necesitas yo te escucho a ti.
Mi interlocutora es víctima de mi inestabilidad.
Le digo obviedades, cosas que no necesita oír.
Le hablo de oferta y demanda.
Que si todos los que egresamos de prepa estudiamos nadie conseguiría un buen trabajo.
Porque hay otros cientos y cientos o miles que pueden hacer lo mismo.
Su respuesta es natural, su respuesta es saludable.
Lo comprendo ahora.
Ella dice «por eso hay que ser los mejores».
—¿Los mejores? Daniela, no mames. Tú no puedes decir nada.
—Porque estudias derecho.
Pero ya no hablaba con ella.
Hablaba conmigo mismo, y con el monstruo.
Con la representación de mi ofuscación personificada en diálogo. Con mi aberración.
—Quiero decir que a veces depende de la suerte y si no tienes de todos modos terminas…
Terminas trabajando en una pizzería.
Atendiendo a un miembro respetable de la sociedad.
Alguien en la vida.
-—Dos pizzas familiares, una mexicana y la otra de pepperoni, y un refresco de tres litros. ¿Sería todo? Son $280 pesos.
—No maestro, no estoy estudiando.
—Doctor. Trabajaré este año. Entraré el siguiente agosto.
Dice que a mi edad él ya estudiaba y trabajaba.
Que no hay excusas, porque hay muchos apoyos.
Tiene un alumno que le dieron beca en el Tec y otro que se va a España el otro semestre.
Y aun así sacan tiempo para hacer otras cosas.
Uno toca la batería y el otro aprende un tercer idioma.
No le digo nada.
Finjo aceptar, ser dócil, afirmar con la cabeza.
Aunque la realidad es que no siento otra cosa mas que desprecio.
En un universo alternativo mi maestro tuvo antojo de comida china en lugar de pizza.
En esta realidad imaginaria yo me preparo para terminar mi turno a las 9:50, y para las 10 ya estoy en camino a casa.
Para el siguiente año hago mi examen de admisión.
Una carrera de 5 años la termino en 6 y medio, y en el penúltimo semestre conozco a la que será mi esposa.
Gano una beca del CONACYT, estudio una maestría.
En mis primeros 6 meses como asalariado me compro una pantalla de 75 pulgadas.
Pago el enganche de un auto de agencia.
A los 30, el de una casa.
A los 35, ya no sabemos en qué gastarnos el dinero.
Planeamos vacaciones por aquí y por allá.
El monstruo de la irrelevancia fue derrotado y ya no tiene motivos para hacer acto de presencia.
Esto es, en una realidad alternativa. Inventada.
En esta, en la de verdad, me voy antes de mi hora de salida.
Estoy abrumado y no quiero dar explicaciones.
Mis compañeros me ven irme con sorpresa.
Abro la puerta de mi carro.
Mis poros emanan hedor a pizza.
El monstruo está sentado en el asiento del copiloto, siempre haciéndome compañía.
Llaves, embriague, cambio, acelero.
Pensaba en todo.
En mi futuro, en títulos universitarios y empleos esclavizantes.
En comida rápida y en diccionarios.
Embrague, cambio, acelera. Baches. Desvío de carril. Un tope. Freno.
Generaciones pasadas que a mi edad movían al mundo.
Todas las ideas que han existido pesan sobre mi cabeza.
Mi cabeza promedio…
Común.
Ordinaria.
Embrague. Cambio. Acelera. Otro bache. Desvío de carril.
—¿Cuántos ingenieros civiles crees que vivan en esta ciudad? No creo que haya un censo… ¿Tu que dices? Tal vez cuatrocientos con estudios en curso, quizá dos mil ya titulados. No tengo mucha idea, estoy adivinando. ¿Dos mil te parece razonable?
Tantos y al final las calles no resisten tres lluvias.
Bache. Desvío de carril. Acelera. Acelera…
El reloj se suspende.
Mi monstruo explica que esto es un fenómeno que ocurre cuando algo muy trágico provoca tal remordimiento en el cerebro que surge una fisura en el tiempo.
Cuando esto ocurre, desaparecen las medidas.
Ya no hay horas, ni minutos, ni segundos.
Las imágenes quedan impresas en la mente.
Selladas con metal vivo para ganado.
Cuadro,
por cuadro,
por cuadro.
Alguien que no es alguien.
Alguien que no tiene razón de ser.
Apareció de la nada, caminando sin un propósito.
Quizá está loco, quizá se masturba en público, quizá cuando te extiende la mano y le das una moneda va y se compra pegamento, quizá olvidó como se llama…
Sale de entre los carros aparcados en la orilla de la banqueta.
Veo su imagen cuando cierro los ojos.
Se da cuenta, intenta reaccionar.
En mi cabeza ya está fotografiado.
Inmóvil.
Sentenciado.
Pum. Se golpea contra el cofre.
Crck. Le pasa una llanta por encima.
Revienta su caja torácica, se aplanan sus órganos. Crck.
Freno. Cierro los ojos.
—Oye, Daniela, ¿estás ocupada? Me acaba de pasar algo.
—Ya sé que estas apenas en tu primer semestre, pero pensé que quizá podrías indagar con algún maestro tuyo…
La gente se acerca. Susurra. Grita. Chilla.
¿Por qué lloran si no lo conocían?
Yo cargaré con su muerte, yo sí puedo llorar.
Ellos no, ellos no tienen derecho, ¿o sí?
Ya no sé.
Los murmullos se hacen más fuertes. Omnipresentes.
Culpa. Pánico. Siento las miradas.
Los vidrios están polarizados, pero… ¿podrán verme?
¿El asco en sus intuiciones será capaz de penetrar la materia y capturarme a mí?
No pueden, es imposible.
Abro los ojos.
—¿Intencional? Claro que no fue intencional, qué pregunta es esa.
—Sí, está muerto, estoy muy seguro. No sufrió… creo. No sufrió.
Embrague. Cambio. Acelero. Acelero con fuerza.
Con toda la fuerza que mi cuerpo posee hasta perderme.
—Me vine a mi casa. Ya sé que no puedes saberlo, pero por decir un número, ¿cuántos años crees que me den?
—En un rato iré, supongo ¿a la comandancia? ¿O a dónde va uno cuando mata a alguien?
El monstruo me mira directo a los ojos, despidiéndose.
Al principio no supe cómo interpretar su partida,
Luego entendí.
—Oye, pa, ¿qué estás haciendo?
—Siéntate, por favor. Necesito contarte algo.
Su abandono se debe a una simple reducción de interés.
A simple pereza.
El monstruo, al ver que mi vida ya no puede ser ejemplar, me ve como obsoleto.
No encuentra más el punto en molestarme.
Miro con envidia a quienes ignoran al monstruo.
A los irrelevantes.
Mediocres. Promedio. Inocentes.
A los que no serán recordados por matar a alguien.
A un alguien que no es alguien.
Ahora, en este momento más que nunca, les tengo mucha envidia.
—Hola maestro, soy yo de nuevo, lo acabo de atender hace un rato, no sé si se acuerde de mí. Le quiero contar que acabo de tener un accidente. No, estoy bien, a mí no me paso nada. Solo que muy seguramente voy a pasar unos años en la cárcel. Le pasé el carro por encima a un vagabundo y estoy en proceso de entregarme. Pero no vaya a creer que le estoy pidiendo ayuda ni nada. Más bien le quiero contar que el año pasado encontré sus secretos mientras le ayudaba con su computadora. Usted sabe a qué me refiero. Tengo copia de todo, contraseñas, historial de navegación, galería de fotos, chats, de todo. Pero oiga, no me cuelgue. No lo estoy extorsionando. Para que sea extorsión yo le necesitaría pedir algo y no lo estoy haciendo, solo le estoy notificando. Para ser honesto, todavía no estoy seguro de qué manera las voy a utilizar o si siquiera serían válidas para usarse contra usted. Solo quiero imaginar que de alguna manera le pueda chingar la vida. Y si tuviera éxito, sería una ironía, ¿no? Usted tan valioso y yo con mi mediocridad, terminaríamos donde mismo. Tengo la teoría de que sabiendo que a usted también le va mal me voy a sentir mejor. No estoy seguro, pero creo que así será.
Isaí G. Espinoza
Autor
Maricielo
Ilustradora