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Imagen: Deivy

J. R. Spinoza

La muerte no ocurre en un instante, sino que es todo un proceso. Médicamente, es el momento en el que el corazón deja de latir y la sangre ya no fluye hacia el cerebro. Pero después de esto, el cerebro suele tener hasta tres minutos más de lucidez. Lo sabemos gracias a un estudio que hicimos con el equipo de Medicina de Nueva York.

Uno pensaría que descubrir eso habría sido suficiente, pero nuestro benefactor nos pidió que fuéramos más allá. Nos tomó nueve años desarrollar la tecnología. Siempre a la vanguardia, Giovanni nos proveía de las mejores herramientas. No escatimaba en nada. Lo único que exigía era transparencia y resultados. Solía hacer visitas trimestrales para supervisar la investigación. Hace diez días realizó la última.

—¿Cuál es la situación, doctor?

No respondí de inmediato. Lo guíe hacia nuestra caja de Anubis, como solíamos llamarle, una carcasa para resonancia magnética adaptada para nuestro sistema de imagen neuronal.

—Él es el señor Simmons —el hombre acostado sobre la plancha de metal tenía sesenta y tres años. Había aceptado participar en el experimento. Lo cual significaba morir, a cambio de una considerable suma de dinero para su familia.

—Hola —saludó Giovanni con seriedad, el hombre no respondió.

—El señor Simmons tiene nuestro sistema neuronal conectado a su bulbo raquídeo —le expliqué—. Señor Simmons, puede por favor pensar en un oso.

La pantalla de pronto se encendió y el oso Yogi apareció en ella. Saludando. Una leve sonrisa se esbozó en el rostro de aquel sujeto a punto de morir.

—Ahora viene la parte que ha estado esperando señor.

Me acerqué al hombre en la plancha y clavé en su brazo una jeringa. El contenido de ésta le mataría en cuestión de segundos.

La pantalla mostraba imágenes intermitentes. Un pequeño perro color café. Una mujer vestida de novia. Una niña haciendo castillos en la playa.

—Esos son…

—Supongo que son recuerdos —le dije—. Deberán cesar en algún momento.

Y así fue. La pantalla se puso en blanco. Luego apareció el señor Simmons en ella. Vestía una bata blanca. Se veía muy limpio. La imagen del televisor era interrumpida por unas rayas grises horizontales, como en aquellas televisiones antiguas con mala señal.

—¿Qué es eso?

—La señal se pierde, pero el aparato funciona bien. Debe ser normal, después de todo está muriendo.

El señor Simmons caminó por una especie de habitación vacía clara y resplandeciente. Las rayas grises persistían. Apareció entonces un túnel, con una luz al final de él. Nuestro sujeto entró y caminó hasta hacerse muy pequeño y perderse en la luminosidad. La pantalla se apagó. Los signos vitales mostraban una larga línea horizontal. Hora de la muerte 2:16 p. m.

—Entonces eso es, ¿así es morir?

—Parece que sí.

—Nos darán el Nobel por esto, amigo mío. ¿Quedó grabado? ¿Cierto?

—Así es.

—Bien, necesito que lo repitas dos o tres veces más. Presentaremos los resultados el próximo trimestre a la comunidad científica. El mundo se va a volver loco.

Éramos nosotros quien nos volvíamos locos. Cada uno de los sujetos de prueba experimentaba algo distinto al morir. El sujeto número dos, la señora Swank, nos había dejado patidifusos. Primero, recuerdos en una cascada, su esposo, su hija, ella misma de joven. Luego, un ángel —de facciones andróginas y enormes alas blancas— bajaba del cielo, la tomaba de la mano y juntos volaban hacia las nubes, a lo lejos, se veía a un anciano barbado, sentado en un trono de oro. Las rayas grises otra vez.

Un gran portón dorado se abría. Hora de la muerte 1:19 am.

Los siguientes tres sujetos también mostraron resultados variados. Un hombre en la palma de Buda. Abducción alienígena. Familiares muertos acompañando a cruzar un océano.

El sexto sujeto de prueba era un criminal sentenciado a muerte. La pantalla me mostraba a un niño en el suelo, un charco de sangre. Un varón negro y musculoso, desnudo. Agua de inodoro. Fuego. Piel quemada. Un demonio. Después mil. Almas en pena. Rayas grises. Hora de la muerte 3:33 am. Debía haber algo mal. ¿Cómo era posible que todos mostraran distintos resultados? ¿Es que acaso lo que había del otro lado del velo era incognoscible?, ¿aún con los avances científicos? Lo estuve meditando en mi silla, con mi cuaderno de notas y mi pluma mordida como únicos compañeros. Fue cuando descubrí que había algo que todos compartían. Y si esas rayas no eran un fallo de la señal. Entonces puse el vídeo en cámara lenta y descubrí un par de siluetas. Ralenticé el vídeo a 0.4 cuadros por segundo. Ahí estaban. Eran dos. Dos figuras de capucha gris que se movían alrededor del sujeto. Revisé las demás cintas. En todas ocurría lo mismo. Se podía ver como abrían su boca y aspiraban una especie de humo que salía del cuerpo del señor Simmons. Uno de ellos giro la cabeza. Me vio. Se acercó a la pantalla.

J. R. Spinoza

J. R. Spinoza

Autor

Matamoros, Tamaulipas, México (1990)

Escritor y profesor mexicano. Becario del PECDA (emisión 23), en la categoría de Jóvenes Creadores por novela. Asiste al Taller de Apreciación y Creación Literaria del Instituto Regional de Bellas Artes de Matamoros. Libros Publicados: El regreso de los dioses, la batalla de Folkvangr (Caligrama, 2019). Pacto Maldito (Pathbooks, 2019).

Deivy

Deivy

Ilustrador

Me llamo Deivy Castellano. Pintor aficionado, intento que mi trabajo hable por mí mismo. Trabajo para ser un polímata, en mi tiempo libre soy un misántropo auto exiliado en Marte.

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