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Ilustración: Sofía Olago

Azucena Flores

Había una grieta en el techo, empezaba en el foco y llegaba hasta la mancha de sarro sobre la cama, no sé si ya estaba ahí o se hizo el día que nos cortaron la luz. Esa noche se sintió tanto calor que el canario no cantó durante cuatro días y el silencio era ya un enorme nudo en medio de la habitación. No sé, pero esa ranura en el techo no deja de inquietarme, parece estar atenta a mis salidas al baño o a la cocina, hasta la oigo crujir sobre mi cabeza cuando atravieso el marco de la puerta como quejándose de abandono y siento cómo el gruñido de la grieta se amarra a mi estómago hasta que vuelvo a entrar. Desde la ventana de la sala, el cielo apenas se puede ver, las calles asoleadas me deslumbran, tengo nauseas, en la recámara todo es menos brillante y creo que es por la grieta, ella se encarga de comerse la luz y el aire con el silencio ahuecado en su fisura.

Llevo varias noches intentando dormir de costado, distrayéndome por momentos con los dobleces de la cortina y sus pequeños agujeros que se parecen a las estrellas que hace tantos meses se quedaron allá afuera detrás de los edificios, ahí deben estar, siempre han estado, eso es seguro. Cuando mis ojos ya no soportan el peso del cansancio, las líneas de la cortina se deforman y las estrellas se hacen cada vez más grandes hasta crear una sombra de orillas sepias y apenas escucho un silbido rozando mi nuca. Por lo demás, no tengo más opción que voltear y quedar a merced de la grieta sobre mi cabeza, empezar un reto de miradas hasta que una de las dos gane y la otra se marche o tal vez nos de risa y terminemos con esto de la mejor forma. Pero no, la grieta tiene otros planes, espera pacientemente simulando ser una figura inocente, invitándome a encontrarle forma para premiarme —tal vez— con la dádiva del sueño, entonces empiezo a nombrar cosas que alguna vez vi en el tapiz del baño: oso bailando; perro con sombrero; una sombrilla, el mango del frutero… siento tal cansancio que empiezo a sollozar sin lágrimas, grito, me levantó sobre el colchón y tocó su cicatriz para convencerme que solo es una estúpida grieta, estuco quebrado y nada más que eso, pero me arden los dedos, el olor de mi piel quemada se vuelve un siseo burlón que me hace volver a tenderme boca arriba, ¿fue una advertencia o un castigo? Tengo miedo, no me atrevo a salir de la habitación de nuevo, ahora sé que no se irá ni me dejará ir.

Me siento a la orilla de la cama para ocultar mi cabeza entre el cabello y mi pecho y así dormir como un bulto, pero de nuevo apareció el silbido, esta vez me recorrió la espalda hasta la punta de la cabeza, hizo que mis huesos tronaran estirando mi cuello hasta que mis ojos volvieron a buscar la grieta. No tardo en suplicar, pido perdón por lo que sea que me venga a la cabeza; por no pagar los recibos del mantenimiento; por mis infidelidades; por mentirle a mi jefe en los reportes; por no adoptar un gato; por todas las atrocidades de la humanidad, en nombre de todas las grietas que hemos ignorado, ¡piedad! Ya solo siento el golpe de mi mano en el buró al desplomarme con los brazos abiertos, un calor intenso en el pecho y el rumor lejano de los crujidos que emanan de la grieta.

Antes del amanecer abro los ojos de repente y todo alrededor está en pausa como aguantando la respiración, solo la grieta no disimula su risa, la veo bifurcándose más allá de la mancha de sarro hacia la pared del baño. Aprieto los párpados pero su gruñido ya está en las tuberías, arrastra el óxido, me sangra la nariz, se me acalambran las piernas, la grieta se desprende y parte en dos mi rostro… luego despierto con el canto del canario y el sonido del televisor. En el techo de la recámara aparece una radiografía de un árbol, ramas de todos los tamaños con un hermoso follaje sepia de sarro. Siento una paz innombrable, lástima que haya terminado esta cuarentena.

Azucena Flores

Azucena Flores

Autora

Originaria de la Ciudad de Puebla, radica en la CDMX. Lingüista, literata y maestra de lenguaje. Ha participado en antologías narrativas publicadas por ENdoRa ediciones y su trabajo poético aparecen en el Fanzine Las Palabras y los Cuerpos II del Taller Corporalidades y Creación Literaria y en la antología poética Intenso Carmín 2 Líneas y Versos de la editorial Taller de Creación Literaria En El Borde. 

Sofía Olago

Sofía Olago

Ilustradora

Mi nombre es Diana Sofía Olago Vera, para abreviar prefiero ser llamada Sofía Olago. Tengo 19 años y nací en Lebrija, un pequeño municipio del autoproclamado país del Sagrado Corazón de Jesús: Colombia. Sin embargo, desde pequeña he vivido dentro del área metropolitana de Bucaramanga, capital del departamento de las hormigas culonas.

Soy una aficionada del diseño que nutre su estilo y conocimientos a base de tutoriales y cacharrear softwares de edición. Actualmente, soy estudiante de Comunicación Organizacional, carrera que me dio la mano para mejorar mi autoconfianza y mis habilidades comunicativas.

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