Gabriela Alfred
¿Cuántas maneras existen de relatar la Historia? Hablo así, de la Historia con mayúsculas, es decir, del devenir del ser humano en sociedad a lo largo de los años, lo que sabemos de sus luchas, triunfos, miserias, descubrimientos y sobre todo de sus guerras. La historia, al menos la historia «universal», la historia «oficial», es casi un constante relato de procesos bélicos, son como el motor que pone en movimiento el mundo. Muy recientemente hemos dejado de ver a la guerra como algo fuera de la norma, algo inaceptable; hace poco veíamos así la paz, como un pequeño descanso entre batallas, conquistas y revoluciones. Quizá sea porque la historia la escriben los ganadores como se dice comúnmente… ¿Y cómo puede haber ganadores y perdedores si no hay un enfrentamiento?
El relato de la historia no es imparcial entonces, aunque decir esto es una obviedad. Pero… ¿Qué sucede cuando esta obviedad choca con una defendida objetividad científica? ¿Aprendo más de la historia en un libro científico o en un relato? ¿Acaso no se puede hablar de ficciones históricas como parte de la historia misma? Y, nuevamente, ¿cuántas maneras existen de relatar la Historia?
La Historia nace con la escritura, como la necesidad humana de dejar por sentado datos, transacciones y, posteriormente, también pensamientos y reflexiones. Nace por la necesidad de posteridad que todes anhelamos en alguna medida, es una apuesta en contra del olvido. Y tanto los relatos más apegados a los hechos como los más poéticos nos acercan a una verdad humana.
El trabajo de historiadores, filólogos, antropólogos, arqueólogos, etc., es admirable en ese sentido, aunque un poco titánico y hasta sífico, si se lo hace por la pura búsqueda de la objetividad o «verdad» históricas; el trabajo filosófico en este plano también es interesante porque se centra justamente en la reflexión de si se puede o no conocer la historia y qué tanto podemos confiar en datos sujetos a la volatilidad de nuestras percepciones y de nuestra memoria, «No hay hechos, solo interpretaciones», como reza la famosa frase de Nietzsche. Pero el trabajo del poeta, del literato con respecto al relato de la historia, es quizás el más sincero porque no existe esa búsqueda desenfrenada por encontrar verdades o certezas, o más bien, se parte con una única certeza: la de estar escribiendo un relato, una ficción. Y esa es otra manera de contar la historia y es tan válida como las anteriores. De hecho, mucho de lo que conocemos de la historia de Grecia antigua, por ejemplo, parte de un poema épico: La Ilíada.
Dentro de la literatura, también hay distintas formas de relatar la historia. Yo quiero hablar de tres abordajes, de tres autores quienes han avivado mi pasión por el pasado sin forzarme a cuestionar constantemente la veracidad de lo que decían porque finalmente eso no es lo primordial.
Quiero aclarar que no voy a entrar en definiciones académicas, sino meramente intuitivas. Por eso, el primer abordaje, uno de los que más me engancharon con los acontecimientos históricos que se dan a partir de las novelas de Ken Follet, lo voy a denominar simplemente como novelas cuyas ficciones se desarrollan en un escenario histórico real. La Historia en estas novelas es simplemente el escenario donde se mueven los personajes, sirve además como detonante de conflictos que nutren el argumento y que pone en marcha las acciones de los protagonistas. Tomo las novelas de Ken Follet simplemente por motivos personales, fueron largas temporadas dividiendo mi vida entre mis rutinas modernas (o posmodernas) y los devenires medievales de la saga de Los Pilares de la Tierra, Un mundo sin fin y Una columna de fuego o del más cercano siglo XX, aunque aún tan lejano de nuestras condiciones de vida actuales, que se refleja en la saga de La caída de los gigantes, El invierno del mundo y El umbral de la eternidad. De la misma manera podría mencionar otros libros con un compromiso histórico similar, a pesar de ser ficciones, como El conde de Montecristo, Los Miserables o Lo que el viento se llevó, solo por mencionar algunos de mis favoritos. Sin embargo, me gusta mencionar a Ken Follet porque lo considero uno de los pocos que, actualmente, manejan la ficción y la historia de una forma tan comprometida. Incluso, a mi parecer, creo que en varios libros que leí de este autor hay fallas argumentativas, pero los datos históricos que utiliza son muy serios y la manera en que hace uso de estos escenarios históricos, sobre todo en la saga del siglo XX, son comprobables. Lo interesante del trabajo de Ken Follet es que, a partir de su creación, nos da una visión muy clara de los procesos históricos y convierte a estos hechos reales en relatos muy apasionantes. Yo me pregunto: ¿no sería más estimulante enseñar datos históricos a través de relatos, sobre todo a niñes y jóvenes en formación? La importancia de la historia es fundamental en nuestras vidas, la pérdida de consciencia histórica es un lastre para nuestras sociedades. El trabajo de Ken Follet, junto con otros ya mencionados y muchos por mencionar desde la literatura, creo que deberían valorarse más allá del ámbito solamente literario, sino también como una manera de conocer nuestro pasado.
El segundo abordaje también mezcla la ficción con la historia, pero en este caso ya no es la Historia sencillamente el escenario donde transcurre la trama, sino que es la trama misma. Me refiero específicamente a un libro como La guerra y la paz. Aquí más bien el relato, la ficción, es la excusa para reflexionar sobre cómo se dan los hechos históricos, qué detona un conflicto, cómo se forma un líder histórico de la talla de Napoleón y cómo asumen estos conflictos los pueblos involucrados, específicamente desde el pueblo ruso con toda su idiosincrasia. Quizás aquí estaríamos más en el ámbito de la filosofía de la historia, pero sin salir de una gran obra de la literatura universal, una de las más reconocidas, de hecho. No obstante, si con Ken Follet podíamos aprender de forma «amena» de los hechos y datos históricos, con Tolstoi podemos adentrarnos ya un poco más a la reflexión sobre la historia misma, que es otra cosa que se deja a los historiadores o especialistas, pero que en realidad nos concierne a todes como seres humanos.
El tercer y último abordaje de la historia desde la literatura parte de una concepción mucho más psicológica y personal de los hechos, mezclando la labor periodística con la literaria para relatar sentires profundos, recuerdos y reflexiones de gente común que ha sido parte de grandes procesos históricos. Hablo de los libros de la bielorrusa Svetlana Aleksiévich, donde la autora logra extraer de una manera magistral fragmentos literarios y poéticos desde las voces de personas, apelando al origen mismo del relato: la conversación. Este modo de relato de la historia nos muestra una manera de conocer la historia completamente diferente a las dos anteriores, pues ya no nos encontramos en el plano de los datos históricos o las reflexiones sobre conceptos universales, sino sobre el conocimiento subjetivo de los hechos que se transmutan en ficciones (que no por ficciones son menos verdaderas) a través de los recuerdos de gente común. A menudo se dice que la historia la hacen los pueblos, pero quienes generalmente terminan figurando en los anales son «grandes» personajes. Svetlana trata de recuperar esta concepción otorgándoles el poder de la palabra a quienes no han figurado al nivel de los grandes protagonistas, pero que han sido los que verdaderamente han llevado a cabo las acciones que han marcado ciertas etapas.
Solo para hacer alusión a uno de sus libros, menciono La guerra no tiene rostro de mujer, donde se nos relata la fundamental participación de las mujeres rusas en la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué mejor manera de comprender el rol fundamental que jugaron las mujeres rusas, quienes además ocupaban puestos inéditos hasta el momento para las mujeres en la milicia, que a través de los recuerdos y sobre todo sentires de las sobrevivientes? Incluso a través de sus voces podemos comprender también las acciones de sus pares varones, qué sintieron ellos al combatir codo a codo con sus compañeras y cómo se conformaban las relaciones en la Unión Soviética bajo el régimen estalinista y atravesadas por la guerra. Conocer todos los matices que nos regala Svetlana a través de este modo de contar la historia, constituyéndose ella como medio de transmisión de las memorias, no es posible en los otros modos de relatar la historia.
Existen muchas maneras de contar La Historia, pero la literatura nos ofrece, a través de su intrínseca variedad, algunas de las formas más auténticas y originales de relatarla; nos ofrece ficciones verdaderas.
Gabriela Alfred
Directora de Redacción
Soy de Bolivia, nací rodeada de montañas y agua dulce. Me licencié en Filosofía y Letras por purito placer y hasta el día de hoy sigo buscando profesionalizarme en saberes inútiles. Escribo porque me hace feliz, leo porque no puedo vivir siempre en mi propia mente. Me gusta tejer, las historias ñoñas de amor, la fiesta y las conversaciones en la madrugada.
Sofía Olago
Ilustradora
Mi nombre es Diana Sofía Olago Vera, para abreviar prefiero ser llamada Sofía Olago. Tengo 19 años y nací en Lebrija, un pequeño municipio del autoproclamado país del Sagrado Corazón de Jesús: Colombia. Sin embargo, desde pequeña he vivido dentro del área metropolitana de Bucaramanga, capital del departamento de las hormigas culonas.
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