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Ilustración: Deivy

María Pía Ferrero

Dondequiera estaba ella, allí estaba el Edén

El diario de Adán y Eva, Mark Twain

Metamorfosis, del poeta romano Publio Ovidio Nasón, es una obra antiquísima y valiosa. Como su nombre lo indica en griego, Metamorphosis significa transformación, literalmente «más allá de la forma». El término tal cual lo conocemos se trata de la transliteración al alfabeto latino del sustantivo griego μεταμόρφωσις compuesto por μετά «más allá de» + μορφή «forma»). Los lectores de textos más contemporáneos es probable que se hayan topado con La metamorfosis de Kafka. Sin embargo, los miles de años que separan a ambas obras son el punto de partida para establecer la multiplicidad de diferencias que hay entre ambas. No es la idea de este artículo detenerse en este asunto, pero más de un análisis literario de la obra de Kafka habla de los procesos de cambio inspirados en la obra ovidiana.

La obra escrita por Ovidio es un poema extenso de quince libros que narra en verso relatos preexistentes de tradición oral. El poeta recopiló desde la cosmogonía de la mitología grecorromana hasta el momento en que se brindó a Julio César el título de divus Iulius (42 a.C). Este título podían recibirlo los emperadores romanos, se otorgaba post mortem e implicaba que los dioses los habían recibido en su seno, se volvían «divinos». Es una de las principales fuentes de conocimiento de esta cultura milenaria. Piensen que se terminó de escribir en el siglo 8 d.C e inspiró a otros escritores como Shakespeare, que dio vida a Romeo y Julieta (1597) cuando conoció la metamorfosis de Píramo y Tisbe. También influenció a otros escritores, artistas plásticos y músicos de diversas épocas y latitudes.

Sin dudas, la Metamorfosis puede ser analizada desde múltiples ópticas. Puede aportar rasgos para describir el lugar de la mujer en la Antigüedad, puede hablarnos de violencia, de lo sobrenatural, del vínculo entre los humanos y los dioses. Pero ahora nos convoca tratar el tópico literario del locus amoenus y algunos dirán: «¿y esooo?». El tópico literario es un tema que se repite a lo largo de la literatura con ciertos rasgos formales fijos. Para enmarcar la definición de locus amoenus, voy a compartirles un fragmento de una conversación con la Licenciada en Letras por la Universidad Católica Argentina (UCA), Profesora Virginia Courrèges, que trabaja actualmente la obra de Ovidio en una de sus cátedras de Latín y su literatura en el ISP Sagrado Corazón, de Buenos Aires:

Los tres rasgos esenciales del locus amoenus se definen con la presencia de la sombra, de verde y de agua. Es un lugar fresco, con abundante y exuberante vegetación y un curso de agua, como un río o una fuente. Los pasajes de poesía con este tópico tienen muchas imágenes sensoriales, que nos trasmiten precisamente la frescura, el color del lugar. En general, se describen lugares de reparo, contrapuestos a lo que conocemos como la vida de la ciudad. En la Metamorfosis, sin embargo, los protagonistas de las historias no quedan resguardados, sino expuestos a peligros. Es un tópico muy trabajado también en la literatura española por Garcilaso de La Vega y Góngora.

Entonces, ¿cuál es el interés en abordar este tema tan puntual?, muy simple: el goce estético. Está buenísimo detenerse en las imágenes que proporciona la poesía vinculados al locus amoenus. Es un lugar utópico, pero que Ovidio lo coloca como escenario en el cual vemos que no todo es feliz, pero al cual da ganas de ir. Si quieren buscarla y leerla desde su fuente original, la Metamorfosis se consigue fácil en la web, en verso o en prosa. Si la leen en verso deben buscar por libro y por segmento de versos. Opté por la metamorfosis de Aretusa en verso, que van a encontrarla en el libro V, desde el v. 487 hasta el 508. Es un ejemplo rico en imágenes visuales y auditivas, corazón del locus amoenus. Esta historia nos transmite una descripción que se vuelve una imagen mental ilustrativa.

Demanda la nutricia Ceres, tranquila por su hija recuperada, v.572

cuál la causa de tu huida, por qué seas, Aretusa, un sagrado manantial.

En dos breves líneas, la naturaleza cobra protagonismo. La metamorfosis es declarada desde un principio: Aretusa se volvió un manantial. Ceres, diosa de la agricultura, las cosechas y la fecundidad en el culto romano, recuperó a su hija Proserpina que había sido raptada para ser esposa de Plutón en el Hades, el infierno. Y en estos dos versos pide conocer la historia que luego narra Aretusa:

Cansada regresaba, recuerdo, de la estinfálide espesura. v.585

Hacía calor y la fatiga duplicaba el gran calor.

Encuentro sin un remolino unas aguas, sin un murmullo pasando,

perspicuas hasta su suelo, a través de las que computable, a lo hondo,

cada guijarro era: cuales tú apenas que pasaban creerías.

Canos sauces daban, y nutrido el álamo por su onda, v.590

espontáneamente nacidas sombras a sus riberas inclinadas.

Me acerqué y primero del pie las plantas mojé,

hasta la corva luego, y no con ello contenta, me desciño

y mis suaves vestiduras impongo a un sauce curvo

y desnuda me sumerjo en las aguas.

Observemos las palabras usadas para reconocer las características del locus amoenus: las aguas (perspicuas significa que son claras, transparentes) sin un «murmullo pasando» implican calma, silencio, ausencia de mujeres y hombres. Los sauces, con sus sombras, brindan refugio del calor.

Al golpear las aguas y al agitar sus brazos despierta a Alfeo que al verla la desea.

La joven buscaba la frescura del agua y la sombra de los árboles para refugiarse del calor. Se quitó el vestido e ingresó sin saber que allí moraba el dios río, Alfeo, matriz y alma de esas aguas que golpeó y despertó, que enseguida comenzó a perseguirla para poseerla. El lugar, que hasta ahora parecía un paraíso, se trasformó en el horror de Aretusa:

¿A dónde te apresuras, Aretusa?”, el Alfeo desde sus ondas, v.599

“¿A dónde te apresuras?”, de nuevo con su ronca boca me había dicho.

Tal como estaba huyo sin mis vestidos: la otra ribera

los vestidos míos tenían. Tanto más me acosa y arde,

y porque desnuda estaba le parecí más dispuesta para él.

Aretusa, desesperada, elevó una plegaria a Diana, diosa virgen de la cacería y protectora de la naturaleza, a quienes muchas jóvenes se consagraban para conservar su culto. No solo la diosa la salva de la violación ocultándola en una nube, sino que cuando la transforma en manantial y Aretusa termina unida a las aguas de Alfeo, es igualmente separada de su atacante:

Pero entonces reconoce sus amadas v. 636

aguas el caudal, y depuesto el rostro que había tomado de hombre

se torna en sus propias ondas para unirse a mí.

La Delia quebró la tierra, y en ciegas cavernas yo sumergida,

soy transportada a Ortigia, la cual a mí, por el cognomen de la divina

mía grata, hacia las superiores auras la primera me sacó.

Diana dirigió el curso del manantial hacia el mar y Aretusa apareció en Ortigia, cerca de Siracusa (Italia). Si bien intervino la diosa, el miedo que tenía Aretusa fue el detonante de su transformación en agua. La metamorfosis se completó:

Se apodera de los asediados miembros míos un sudor frío v.632

y azules caen gotas de todo mi cuerpo,

y por donde quiera que el pie movía mana un lago, y de mis cabellos

rocío cae y más rápido que ahora los hechos a ti recuento.

Un aspecto sumamente actual de este mito es la reflexión sobre el propio cuerpo de la joven. En el verso 584, ella dice: «de mi cuerpo me sonrojaba y un delito el gustar consideraba». Cuántas veces una mujer debe justificar su apariencia, debe dar explicaciones sobre lo que decide ponerse como vestido. Si resulta muy provocativa, los Alfeos parecen tener desde siempre vía libre para la persecución. Desde tiempos remotos la historia parece repetirse en esta lógica de que la culpa fue de la belleza o de la tentación que provocó la mujer (los occidentales cristianos somos herederos de una mitología que convirtió a la mujer en cómplice de la astuta serpiente que engañó al pobre Adán). Resulta notable reparar en el hecho de que, en medio de un lugar con vocación de paraíso, la figura femenina transforma su edén en una vía de escape al haber quedado expuesta a la lascivia del dios, potencia acuática e implacable. Él avanza, quiere apropiarse de ella. Quien escuchó su historia fue otra diosa, Ceres, que, a su vez, tuvo que rescatar a otra mujer, su propia hija, del dominio de otro hombre.

Así, la Metamorfosis se va entrelazando en un sinfín de historias, algunas de cielos, otras de abismos, siempre con ese toque de los dioses grecorromanos, más humanos de lo que ellos creen. No queda más que desear que se sumerjan en sus páginas, en su locus elegido.

María Pía Ferrero

María Pía Ferrero

Autora

Docente (en Nivel Medio) y amante de la literatura. Fan del género fantástico, del terror y de la etapa decimonónica. Argentina.
Deivy

Deivy

Ilustrador

Me llamo Deivy Castellano. Pintor aficionado, intento que mi trabajo hable por mí mismo. Trabajo para ser un polímata, en mi tiempo libre soy un misántropo auto exiliado en Marte.

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