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Ilustración: Pera

Planetick

La caminata

Esa tarde regresé caminando a casa. Los pies me ardían y no sabía si era por el cansancio de haber jugado dos partidos o por pasarme toda la tarde caminando, pero ¡Qué rico había desayunado!, unos tacos de canasta y un Boing de mango. El cansancio y los años esculpidos en la cara del señor se percibían desde la Avenida División del Norte, siempre estaba ahí, bien tempranito. Abandonado. 

—Ándale, no seas puto y dile que les ponga salsa a los tuyos— me decían mis compañeros.

Todos los fines de semana eran lo mismo: unas retas y me regresaba a la casa, no sin antes pasar por los sórdidos vagones del metro Indios Verdes y las descuidadas calles que dan forma a mi colonia. 

—Oye güey, ¿Cómo te regresas a tu casa? Es que siempre te vas bien temprano. 

Se me aceleró el corazón, se me calentó la cara y el alma se me hundió en la vergüenza. 

—En taxi, obviamente— No se vayan a enterar de que me gasto lo del pasaje en los tacos. 

Ya no sería como ellos. 

Don Horacio

Y no vayas a hacer ruido cuando abra la puerta. ¿Entendiste? Que no me pagaron hoy. 

—Sí, má.

La noche cubría las tristes calles por las que rápidamente caminábamos. Un fuerte tirón me separó de mi madre. Las piernas me ardían y mi brazo, torcido y raspado por sus largas uñas, suplicaba un descanso. Tropecé con un bache. 

—¡Ay Cristóbal! estás bien pendejo. Camina bien y apúrate. No ves que no me gusta caminar por aquí a estas horas de la noche

Su mano se metió en el bolsillo que pendía de su hombro, moviéndose sagazmente. El sonido de las llaves golpeándose unas contra otras rompió la tranquilidad de la que, por primera vez, éramos testigos en aquella derruida vecindad. Primer obstáculo conseguido. 

—Escúchame bien. Voy a mover la bicicleta y el tanque de gas y vas a abrir la ventana por la que se metía tu hermano, vas hasta la puerta y con mucho cuidado jalas la chapa.

—¿Qué pasó, doña?, ¿Cuándo me va a pasar la renta? Ya son tres meses los que me debe. 

La sangre me hervía, la adrenalina inundaba mi cuerpo y unas perlas de sudor comenzaban a bajar por mi frente, recorriendo mi cuerpo. Una estrepitosa cantidad de recuerdos azotaban mi cabeza mientras mis puños molían la carne de su cara. Un frenesí de movimientos se apoderó de mí. 

La sangre se deslizaba suavemente por la escalera. —Orale mijo, metete rápido.

—Mañana sin falta le pasó la renta, Don Horacio. 

El perro 

—Orale culeros. El que gane se queda con la vacante— repetía furioso aquel hombre mientras nos bajaban de la camioneta y nos metían a patadas a un círculo mal hecho con gises. 

—Se los dije pendejitos. Yo no me ando con mamadas. Esta noche uno de ustedes se muere— La sangre brotaba de su ceja izquierda, sus ojos se hinchaban de dolor y su corazón se lo tragaba el odio. 

—Oiga jefe, ¿Les echamos una navaja?
—No —dijo con voz seca— Así como se chingaron al Rafa se van a chingar entre ellos, a pura patada. Tienen que aprender a respetar.

Te vi a los ojos con tanta tristeza. Te conozco de toda la vida, Luis, pero eres tú o soy yo. 

La tiza blanca poco a poco se tornaba roja. 

Planetick

Planetick

Autor

Pera

Pera

Ilustradora

Pera. Ilustrador en tinta y acuarela. Trabaja en maquila de tiempo completo. Radica en Ciudad Juárez, Chihuahua. Estudiante de sociología y diseño gráfico. Le gusta la narrativa fantástica y la música. Kvlt & öugh por ratos.

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