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Ilustración: Arturo Cervantes

Joshua Kú

Las voces rocinantescas de mi interior[1]

Parecerá quijotesco dialogar consigo mismo, pero es un método de análisis introspectivo que permite detectar erratas propias y ajenas con el fin de meditarlas y atenderlas. Es leer y dejarse leer por un tiránico detector de metal atento al mínimo detalle incongruente, porque uno se vuelve autocrítico y autoexigente; no funcionan los elogios ajenos, el ojo crítico es capaz de desmentir aquellas palabras que no embonan con el sentido común.

Esta es quizá la parte más difícil de editar un texto de autoría propia, y más cuando recién se finaliza su redacción, pues entonces el autor-lector-editor-corrector-crítico, experimenta una extraña sensación de enamoramiento que le hace levitar en perfectolandia y le incrementa el ego y narcisismo innatos. Porque quien escribe, mira su producto fresco con la óptica de padre primerizo y sobreprotector: todo lo ve perfecto, todo, aunque sea evidente su no intencionada composición amorfa.

Por ello, caigo en cuenta de la difícil tarea de la edición y corrección de estilo, sobre todo, al ser de autoría propia, pero al hacerlo, no sólo se evidencia la lectura crítica que se puede llegar a tener de un trabajo adjetivado de académico, sino que también hace posible romper los vínculos de familiaridad generados, para enfrentar inquisitivamente aquellos ruidos visuales que resultaron ser errores sintácticos, gramaticales y ortográficos, que en el proceso creativo pasaron desapercibidos.

Y así, al autocorregirse, el autor logra desarrollar sensibilidad visual ante cada situación leída. Pero la edición y corrección de estilo de textos ajenos no dista mucho de ser compleja, más aún cuando se reciben propuestas llamativas, con títulos ostentosos y de autores con currículums impecables. Instantáneamente hay predisposición a leer contemplativamente para reflexionar y dialogar con el artículo, olvidando la mirada crítica; editar es uno de los primeros pasos en la difusión académica, ya luego habrá tiempo para debatir el texto, primero hay que mirarlo y remirarlo con el propósito de encontrar sus extremidades y unirlas al corpus.

Cuán sorprendente es filtrar una y otra vez el artículo, memoria, ponencia y reseña, y percatarse de la redundancia, errores de dedos, carencia de datos, sintaxis quebradas y ¡la gran jaqueca! Bibliografía no homologada, datos incompletos que ameritan ser rastreados en el navegador, ligas virtuales rotas, nombres sin apellidos, apellidos sin nombres y autores sin libros. Ante esto sólo queda reforzar el trabajo implementado; lo que inició como edición termina siendo una reescritura. Y al ir reestructurando y reescribiendo, brota un vínculo de cariño con el prístino trabajo, tanto, que uno siente una relación de amor prohibido entre la obra ajena en donde el editor/corrector se inmiscuye apasionadamente, con el compromiso de pulir lo mejor posible el texto.

A propósito de compromiso, no hay que olvidar el que se tiene con la revista y con el lector, pues todo el trabajo se realiza por y para ellos.

Pero tampoco hay que concebir al editor/corrector como un dios omnipotente y perfecto, pues es tan sólo un académico que comete las mismas erratas e incluso, peores. Por ello es necesario que el editor/corrector dialogue con colegas, les exponga sus dudas, pida opiniones respecto a las correcciones hechas, solicite gama de sinónimos para tal o cual palabra, les lea los párrafos para saber si se comprenden, o simplemente para que alguien más detecte aquellos detalles, que al igual que al autor, le fueron burlados por el texto mismo.

Y no hay que olvidar el diálogo generado con el papel en mano, que mientras más tinta y tachones lo decoren, más contacto y cercanía revelan. Y si es quijotesco dialogar consigo mismo, que también sea sanchotezco o rocinantesco el hablarle a cada párrafo, sobre todo, que el párrafo le hable al editor/corrector; y así surjan horas de charla y de enamoramiento.

Al conversar, uno explora en sí mismo, recuerda sus cursos pasados de redacción, trata de tener vigente el diccionario de sinónimos y antónimos, y si se puede, hasta el de la Real Academia Española; el texto también se explora tierra dentro y saca a flote su potencialidad interpretativa, su armadura poética, sus argumentos sólidos y sus perspectivas teóricas. Luego surgen mil voces en la cabeza, el editor de pronto está charlando con Jorge Luis Borges[2], José Emilio Pacheco, José Martí a dueto con Peón Contreras, también le silba Genette, mientras le guiñe el ojo Todorov, y le espera en cola la experiencia fanfiction.

Además de las voces del interior, también quedan secuelas de los desvelos, las jornadas de 8 a 8, la silla que se volvió parte de sí, el semi-parkinsonismo de tantos clics, los ojos que se quedaron rojos y no por conjuntivitis.

El editor/corrector sabe que todo el proceso ha valido la pena al ver aquellos artículos ya listos para su publicación; contemplar la versión final de la diagramación, es tan emotivo como ver al pequeño hijo en el altar; sabiendo que nunca te perteneció y que ahora se tiene que marchar para siempre. Ya ahora no queda más que verlo volar por otros mares y dejar que alguien más lo haga suyo; mientras tanto, el editor/corrector se queda pensativo, en espera de hijos que él no ha de parir, pero que ha de acompañar en el altar.


  1. Este artículo fue escrito a propósito del número doble: 4 y 5, año 5, abril 2015-agosto 2017 de la Revista Yucateca de Estudios Literarios (ISSN: 2007:8722) disponible en https://sitioryel.wordpress.com/. 
  2. Los autores y temas mencionados son algunos de los tratados en el número referido de la Revista Yucateca de Estudios Literarios. 
Joshua Kú

Joshua Kú

Autor

Licenciado en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán. Actualmente es docente en los niveles medio superior y superior. Dirige la sala de lectura «En un lugar de la Mancha». Es corrector de textos, gestor cultural, narrador, dramaturgo e investigador.

Arturo Cervantes

Arturo Cervantes

Ilustrador

Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.

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