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Alejandro Espinosa

La primavera nos ha sido arrebatada. Todas las librerías de México están cerradas, todas. Mi primera lectura veraniega es El fin del verano de Carlos Arranz Ballano. Tal vez esta estación del año también se nos escapa de las manos y del paso a parajes otoñales insospechados que también están en peligro. La poesía de Arranz Ballano es conversacional y prosaica. No se precisa de un abrelatas intelectual para leerla, es simple y clara como la teoría de Gastón Bachelard.

El primer poema nos lleva de una visión del universo a los ojos de una pareja que mira libros en la vidriera de una librería. Esta poesía se sacude de los aspavientos formales y crea imágenes particulares e íntimas que todos hemos visto y que el poeta nos muestra con sus ojos hechos de palabras. Cosas de poetas, confesiones, anécdotas, minucias que registran las memorias convertidas en versos coloquiales que llegan hasta el lector sin esconder su luz.

La experiencia del amor supera la forma poética. Vivir es no pensar ha dicho el ventrílocuo de sí mismo, Fernando Pessoa. No hay palabras que salieran de una chistera, son las palabras adecuadas y en eso la poesía de Arranz Ballano le da un aire a la poesía del entrañable Rubén Bonifaz Nuño, ciego latinista que administraba la biblioteca central de la UNAM. Quién por cierto admiraba la dificultad de la poesía sencilla y directa. Porque es fácil ensombrecer como si de un libro de pinturas se tratase la poesía.

La poesía escondida en las caminatas por la ciudad, en las salidas en carro a lugares bucólicos, en la mirada postrada en una pintura del Bosco y en Twitter. Esta poesía no es ajena al macrocosmos digital, no se esconde de lo insignificante. Estos versos nacen, se desprenden y se propagan en racimos de imágenes, son fáciles de organizar de la página, son digeribles. Las referencias no se empañan ni se cifran. Es poesía de lo cotidiano que se teje en el sobresalto del terrorismo enredándose en la sensación de lo ordinario.

De pronto la Unión Europea se hace cercana a nosotros que soñamos con la Champions League. Nos damos cuenta de lo que queda Francia y Alemania de España. De aquí a Monterrey o a Oaxaca. Esta poesía nace de lo que mira, la mirada es sembradora de semillas poéticas que germinan en una fotografía y es que la poesía que se vive es poesía viva. Es como nombrar el césped que se pisa. Leo y al leer veo la piscina veraniega, veo la mirada de la mujer amada que quita los ojos del libro para posarlos en el poeta que termina recreando ese instante en un poema.

Estos poemas que se resisten a ser prosa, pero que son prosaicos y medran porque hay dos bicicletas apoyadas en la barandilla de un jardín, y esa imagen es poética. Poemas que nacen de la necesidad artera, de la vida que no llegó a extenderse en los años de un joven de veinte años como no se extendió en los años de la vida del poeta Édgar Mena que murió en la pandemia. El benigno temor a la muerte que el poeta no puede nombrar.

La poesía es el registro de la mirada y de lo que sentimos a través de la razón hecha palabra. Una voz poética que enuncia desde el asiento de un automóvil en marcha. No todo es poesía, pero la poesía es todo. Los libros de poesía en el presente permanecen la misma lógica de los vinilos. En El Fin del verano hay una obra completa, cada poema funciona en relación con el todo. Las tribulaciones y el cansancio del hombre sin costados, el hombre de la hipermodernidad que tiene la responsabilidad sagrada de la poesía cuando lo sagrado ha pasado atrás. La poesía como una manera del pensamiento y como resistencia.

La anagnórisis de la cotidianidad, el Pokémon GO, una bolsa de pistaches como decimos en México, y un Neymar virtual como el mejor de los subterfugios poéticos. El mundo ha cambiado y la poesía con él. Hemos de celebrar El fin del verano de Carlos Arranz Ballano.

Alejandro Espinosa

Alejandro Espinosa

Autor

VonPeps

VonPeps

Ilustrador

Soy Alejandro, 24 años, colesterol bajo, estudiante de psicología y fotógrafo habitual, guionista cuando hay leche y galletas. Me gusta bailar solo, decir groserías y escuchar a Iggy Pop. A veces, creo que sería más feliz viviendo en el campo con un buen poemario, luego me llega una notificación a mi smartphone y me olvido de todo. Soy un pésimo pintor, por eso me hice fotógrafo.

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