María Alejandra Luna
Los párrafos que a continuación leerán están dedicados a mis artistas favoritas. Ellas son mujeres que pudieron desenvolverse hermosa y brillantemente en dos de mis ámbitos predilectos: el literario y el musical. Les dedico estas palabras porque fácilmente me acostumbré a la idea de que eran geniales, de que eran talentosas y de que era natural que estuvieran donde estuvieron, pero estoy segura de que en el mundo exterior, en el mundo que está fuera de mí no es tan sencillo devenir en mujer y que esa voz se considere relevante.
Y claro que fueron relevantes esas voces. ¿Cómo no? Si principios y finales del siglo pasado resuenan en una chica argentina de 1996, en forma de una influencia bastante anacrónica. ¿Y por qué hago esta introducción? Porque muchas veces desde el campo de las Ciencias exactas y naturales o desde el prejuicio sobre esas áreas del conocimiento se denosta a las mujeres y se las asocia, en el más amable de los casos, a la actividad artística. Pero lamentablemente también en esos espacios donde debería transcurrir todo a contracorriente han tenido que rebelarse y forjarse el lugar que les corresponde.
¿De quiénes hablo, entonces? Por un lado, de la poeta Alfonsina Storni, quien existió entre 1892 y 1938. A ella convoco como representante de la literatura dulce, sensual y moderna de mi país. Por otro, a un grupo de rock argentino compuesto íntegramente por mujeres: Viuda e hijas de Roque Enroll. Su apogeo ocurrió a finales de la década de los ochenta. Las elijo porque las admiro y porque soy “disfrutante” de su trabajo. Las elijo porque pienso que todas ellas fueron atrevidas e insolentes. ¿Por qué las haré dialogar en las próximas oraciones? Porque pretendo establecer una intertextualidad entre esas dos líricas que lucen tan distintas a simple vista y que, sin embargo, de fondo están respondiendo a la misma situación.
En 1918, la poeta argentina Alfonsina Storni publica su libro El dulce daño. Es un poemario donde explora la idea de que hay algo oculto en su naturaleza, donde expone que se metamorfosea constantemente, donde enfrenta la dulzura y la fuerza y donde conviven el amor y el desengaño, la ternura y las ansias sexuales, la resignación y la queja. Esos versos transforman miradas en experiencias sensoriales quemantes y suficientes, pero igualmente incitantes a lo próximo, a lo carnal, a lo que trasciende ese mirarse con deseo. Todas esas instancias las condensa en el inicio de su primer poema: “Hice el libro así: gimiendo, llorando, soñando, ay de mí”. Después de un segundo poema -donde profundiza esa introducción- va extendiendo sus intenciones por “Ligeras”, “Los dulces motivos”, “Los fuertes motivos”, “Movilidad interior”, “Bajo la noche” y “Hielo”.
Me interesa especialmente un texto de “Los fuertes motivos”. Es bastante conocido, por cierto, porque solamente en un verso expresa un mandato infinito que mucho tiempo y que muy severamente ha regido su condición. “Tú me quieres alba”, dice con sencillez. “Me pretendes blanca”, dice entablando una sinonimia. “Me pretendes casta”, dice mucho más explícitamente. Y ya no quedan dudas de que está reclamando esa sutil hipocresía que coexiste con ella; ese sujeto que tantos recuerdos nocturnos porta en sus espaldas supone que tiene derecho a pedirle que haya conservado su pureza antes de conocerlo. La yo lírico está indignada y, por tanto, deja largamente en evidencia esta terrible contradicción entre lo pedido y lo ofrecido. ¿Cuál es el mandato que ese potencial amante simboliza? Todo primer encuentro de alcoba entre un varón y una mujer debe ser el primero de ella. Todo varón -en los límites de esta pieza- debe enamorarse en serio de una mujer virgen.
Así sucedía en 1918. Así sucedía en El dulce daño. Así sucedía para Alfonsina Storni. Y sí: hacia la segunda mitad tardía del siglo XX, después de que se lograra, por ejemplo, el sufragio femenino, los mandatos fueron modificándose. No desaparecieron y en muchas ocasiones tampoco cambiaron tanto ni perdieron su ridículo peso. Pero sí hubo, al menos para la vidriera, un cambio de enfoque. Por eso, en 1986, el grupo Viuda e hijas de Roque Enroll lanzó su sencillo “Solo nos quieren para eso”. A través de unas peculiares e irónicas estrofas y de un mántrico estribillo, manifiestan que ahora no las quieren, ahora no nos quieren albas, ni blancas, ni castas; no, ahora las quieren, ahora nos quieren solamente para eso, para el acto sexual, para desahogar y descargar los deseos de la carne. ¿El otro extremo? En una interpretación veloz, sí. Pero en verdad es la otra cara de la moneda: el mandato real es “Sean complacientes con nuestras exigencias”.
La reunión sexual en ambos casos destapa la olla de la sociedad y de esas leyes que buscan moldear conductas y maneras de interrelacionarse. Pero hay más escenarios porque, obviamente, la exposición de que las libertades sensuales están restringidas por las expectativas de otros muestran la instancia última de todo el proceso: la invasión naturalizada y sumamente desubicada de la intimidad. Lo único que se escapa del juicio social y que se degusta -aunque sea en secreto- es la fantasía. Y las fantasías son casi idénticas en 1918 y a finales de los ochenta porque los deseos son casi idénticos. “¡Oh! Lollipop, mi bien, mi tesoro, te ruego, te imploro que te bajes el pantalón”, cantan más osadamente las Viudas en su popular “Lollipop” de 1985. “Me siguió lobo oscuro despertado al conjuro de un espíritu impuro”, escribe más veladamente Alfonsina todavía en “El milagro”.
La reunión sexual destapa la olla. La fantasía esquiva los mandatos sociales. Pero hay más escenarios relativos a la vida pública que también instauran una puja entre lo querido (por una) y lo exigido (por los otros). Y toda relación pública, previa a la era digital, empieza con la contemplación del cuerpo. Contemplar y adaptar se retroalimentan: veo, evalúo si me gusta, lo que no me gusta prefiero que se vaya o se modifique a mi antojo, vuelvo a mirar, sigo evaluando, sigo prefiriendo, sigo adaptando lo que veo a mi antojo. Antes, unas reglas sobre el uso de la intimidad. Ahora, unas reglas sobre el aspecto. ¿Y a qué llevan? A que la belleza sea un objetivo constante y sujeto a ese examen:
“Es bajo tus miradas donde nunca zozobro;
Es bajo tus miradas tranquilas donde cobro
Propiedades de agua; donde río, parlera,
Cubriéndome de flores como la enredadera”.
“Bajo tus miradas”, de Storni, resume todas esas circunstancias en pocas palabras: es bajo tus miradas tranquilas donde cobro propiedades de agua. Una posible traducción sería: cuando me mirás, me vuelvo maleable como el agua, que toma la forma del objeto que la contiene. O también, dando un paso más en la interpretación: tu mirada me da el molde, quiero gustarle a tu mirada y puedo adaptarme.
En “La silicona no perdona”, de las Viudas, el punto de vista es diferente. ¿Qué pasa cuando a cada rato te piden que luzcas de un modo? ¿Qué pasa cuando no es solamente el amante, sino todas las imágenes que te rodean quienes te piden que luzcas de un modo? ¿Qué pasa cuando, además, existe una solución para alcanzar tal modo?
“Por fin llegó ese día tan soñado,
la Lola entró al quirófano feliz,
la Lola se comió una silicona,
que en dos minutos la hizo revivir.
La Lola recobró su lozanía,
Ahora que durita se la ve,
la Lola ya no envidia a sus amigas,
la Lola está pensando en ser vedette”.
Ya no moldea la mirada del ser amado. Ahora hay que gustarle a todo mundo. Y una figura que refleje el paso de los años y los efectos de la gravedad anatómica justamente, en esta época, no agrada. Por eso, la Lola se somete a una cirugía que la infle y le devuelva artificialmente su jovial hermosura. La Lola está presenciando y sufriendo los comienzos de una industria que ya revela su cara porque cuenta con la aceptación de la mayoría.
Las Viudas y Alfonsina devinieron en mujeres y vieron devenir en mujeres a sus pares en distintos momentos de la Argentina y del mundo occidental. No obstante, su narrativa lírica, ya sea desde la poesía propiamente dicha o desde la música, está signada por un implícito (y a veces no tanto) manual para lucir, relacionarse y ser, en una comunidad donde la balanza siempre las perjudica a ellas. Pero les deja un pequeño rabillo por el cual sus voces talentosas y artísticas se cuelan para denunciar, quejarse, fantasear, latir, palpitar, amar y hacerse según su propio mandato, el mandato de eludir los otros mandatos a través de las obras que nos quedan actualmente como herencia y como opción.
Las elijo, decía al principio, porque las considero atrevidas e insolentes. Las elijo porque me gustaría decirles que gracias a la lectura y escucha de sus obras me vuelvo –sí, quiero creer que esto sucede- cada vez más atrevida e insolente en un contexto que aparenta haber progresado montones y que, tras bambalinas, todavía oscila entre el pasado más cruel e injusto y el presente más morado y hermoso. Atrevimiento e insolencia son las aptitudes con las cuales cualquier artista debe superar la evaluación peyorativa, sí, pero especialmente son las aptitudes que cualquier artista mujer (o no varón) debe enumerar entre sus aliadas.
Autora
María Alejandra Luna
Subdirectora General / Directora de Redes Sociales
Buenos Aires le dio el soplido de vida a mi existencia. De origen hebreo, mi primer nombre. La Antigua Grecia me dio el segundo. La Luna alumbró mi apellido. Escritora de afición, lectora de profesión, promotora de poesía y de los márgenes de la cultura. Dicen que soy quisquillosa con las palabras, que genero discursos precisos y que sobreanalizo los discursos ajenos. Y todo esto se corresponde conmigo. Pueden ser tan expresivos los textos que escribo como los gestos que emito al hablar. Y esos rasgos trato de plasmarlos en los ámbitos donde me desarrollo, como las Redes Sociales.
Ilustradora
Caro Poe
Directora de Diseño
Diseñadora gráfica.
Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.