contacto@katabasisrevista.com

Ilustración: Maricielo

Paulo Augusto Cañón Clavijo y Daniela Morales Soler

«Pueden confiar en que la prosa de los asesinos sea siempre elegante».

Vladimir Nabokov

Lolita

Guinevere, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Gui-ne-ve-re: la punta de la lengua emprende un viaje de cuatro pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el cuarto, en el borde de los dientes. Gui. Ne. Ve. Re

Probablemente, si mezclaramos a Joe Goldberg —protagonista de la aclamada serie de Netflix, You— con Vladimir Nabokov en una licuadora, este sería el resultado. Y aunque esta mezcla parezca, de entrada, absurda, tiene una razón de ser. Nos enfrentamos a personajes enamorados, pero no cualquier tipo de enamorados, más bien del tipo obsesivo.

Love, este es nuestro cuadro. Yo te estoy pintando en él, conmigo. Mis pasos, mis acciones son los trazos de nuestra realidad. Siéntate a mi lado y mira cómo nuestro destino va tomando color. ¿Lo ves, Love? ¿Ves lo mismo que yo? Puede que no lo veas, pero confía en mí. Tú elige los colores y yo daré los trazos.

En estos personajes hay una idea superior. Sus acciones no se corresponden simplemente a sus deseos sino a contribuir al bien de la otra persona, la persona amada. Ellos son el mero instrumento de la felicidad de ese ser ideal. Quizá haya un mundo paralelo en donde esto sea verdad, uno del que solo ellos son parte en los laberintos de sus mentes.

Se piensan fichas determinantes en la conformación de la realidad de las personas a las que dicen amar. Se creen tan protagonistas de la vida de sus amadas que ni ellas son quienes están al mando de sus decisiones, pues ellos saben y sienten por ellas.

Humbert Humbert, enamorado de Lolita, en su obnubilada percepción no nota que le está haciendo daño, y eso mismo le pasa a Joe. Por medio de un desprendimiento moral, intercedido por sus ambiciones, ambos se configuran una percepción propia generosísima. Poco les importan los medios si pueden llegar a consumar sus fines: el objeto del deseo, la nínfula o la escritora en ciernes, los clavos de una cruz de mártir en la que ellos, poco a poco, mediante el dolor se transforman en adalides del amor y abanderados del romanticismo. Son, a sus propios ojos, héroes sin capa.

Tú no eres así, Love. Estoy seguro de que no haces esto porque quieres. Me enoja tu actitud. Pero no importa; deja todo en mis manos, yo sé qué necesitas. Me necesitas a mí. Sólo yo puedo cuidarte con mi amor, Love.

No son casos aislados, solo ilustrativos, el dilema ha estado ahí para varios. En la película, El lado oscuro del corazón se dicen los siguientes versos de Oliverio Girdondo: «Amar es un pretexto para adueñarse del otro, // para volverlo tu esclavo, para transformar su vida en tu vida». Y antes esa misma voz pregunta «¿cómo amar sin poseer?». No es que tengamos la respuesta, claro está. De hecho, tenemos más dudas que agregar y alguna conclusión.

Lo primero es que quizá no haya manera de separar amor y obsesión, no hay límites claros, y esas zonas grises son las que habitan nuestros protagonistas. Entre calcular fríamente cada paso, cada decisión y cada movimiento, argumentan que es el amor lo que motiva su conducta. Y nos preguntamos, ¿el amor excluye la decisión libre de la persona? Probablemente eso nos lleve de vuelta a la zona gris.

También hay que tomar en consideración el hecho de que ellas son el instrumento para acallar una necesidad. En el caso de Humbert Humbert, Lolita es una excusa para quitarse la obsesión por la nínfulas. Y en el caso de Joe, Beck y Love son maneras de ocultar que es un cazador obsesivo que busca el amor maternal. No son ellas, son la imagen que se les proyecta.

Rómpeme la vida

El juicio moral entra aquí como juez y como parte, o bien por su escasa o nula participación, o por ser tan flexible que se adapta al molde que sea. ¿Quién podría juzgar a un hombre enamorado? Lo guía, en últimas, un objetivo mayor. Ambos sujetos pasan de la poética a lo descarnado, rompiendo los tejidos que cimientan la realidad de sus víctimas. Joe mata, aún lleno de arrepentimiento, a todas las personas que se vuelven obstáculos para entrelazarse con Beck o Love. Humbert Humbert, en cambio, traza la vida de Lolita a partir de su lascivia, convirtiéndola en un recipiente a la medida de todos sus caprichos. La educa, según cree, en un constante divagar por el país, deformando cada vez más la vida de la muchacha por el triste pecado de ser su nínfula.

Ambos son conscientes de lo destructivo que resulta todo lo que hacen. Es un pensamiento progresivo, pero que va tomando forma en medio de sus decisiones. Humbert lo sabe, tanto que al final, cuando se reencuentra con Lolita y esta ya está casada, uno de sus pensamientos se vuelve la frase espejo, la que le da el reflejo de todo el daño que ha causado.

«No encontró las palabras. Se las proporcioné mentalmente («Él [Quilty] me destrozó el corazón. Tú apenas me destruiste la vida»)».

Sin embargo, a pesar de todo esto, continúan blindados, no por su afán de redención, sino por una mirada atrás que los convence, en todo momento, de que la culpa es un precio pequeño a cambio de haber decidido “lo correcto”:

«El pasado es un prólogo. Cometí errores, sí; y aprendí de ellos»

Y como antítesis de estos personajes aparece Rodion Raskolnikov, Rodia, el protagonista de la clásica novela de Fiodor Dostoievsky, Crimen y castigo. Él a diferencia de Joe y de Humbert Humbert, es redimido de sus culpas gracias al amor y no es este el que justifica sus acciones. Cuando creíamos que Joe iba a ser “mejor” por haberse enamorado, nos demuestra lo contrario, y cuando Humbert Humbert ve todo el daño que le ha hecho a Lolita, lo único que decide es ir a tomar venganza de Quilty, subsanar el ego roto y el honor perdido.

Es una cuestión de perspectiva. O los justifica para hacer daño o los redime. Cuánta ironía y divergencia dentro de un sentimiento. «Esta noche al oído me has dicho dos palabras // Comunes. Dos palabras cansadas // De ser dichas. Palabras //Que de viejas son nuevas.», dijo Alfonsina Storni en su poema Dos palabras. Y es que esta cansada palabra, “amor” o “amar”, metamorfosea cada vez que se pronuncia, se adapta, se crea cada vez que es dicha, al punto que admite a personajes “enamorados” del tipo de Joe, de Humbert Humbert y de Rodia. O acaso, ¿también sería necesario admitir que, a su vez, la palabra obsesión podría mutar de la misma forma?

¿Y quién podría ser capaz de juzgar qué es o no el amor? ¿Acaso es suficiente con pararnos al filo de la palabra e ir desarmándola para fingir que la entendemos? De Joe y de Humbert Humbert nos queda apenas la certeza de que el amor es una ancha zona gris en la que pueden caber, fácilmente, otras tantas palabras tan dulces como agrias. Y que tal vez, en su vastedad, incluímos en mayor o menor medida, los ecos de nuestras obsesiones.

Paulo Augusto Cañón Clavijo

Paulo Augusto Cañón Clavijo

Redactor

Colombiano, periodista y lector de tiempo completo. Escribo para encontrarme. Apasionado del fútbol, la música, los elefantes, las mandarinas y los asados.

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

Daniela Morales Soler

Daniela Morales Soler

Directora de Redacción

Nací en Bogotá, Colombia, en día que muy posiblemente fue caluroso, pues desde el inicio de mis días he añorado el calor. Me crié entre montañas y el trinar de los pájaros hasta que la ciudad me reclamó de vuelta. Periodista apasionada por la música, la literatura y el arte. El primer libro que leí lo he odiado desde entonces.

Total Page Visits: 1382 - Today Page Visits: 1
Share This