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Imagen: Sofía Olago

J. R. Spinoza

Salió del elevador, el presidente de CONACYT lo esperaba en su oficina. Al entrar notó que había un par de cámaras de seguridad atentas a cualquier movimiento, su anfitrión se puso de pie y lo saludó con un firme apretón de manos. Ambos tomaron asiento.

—¡Vaya!, José Peimbert en persona, te escuché muy entusiasmado por teléfono, seguro la investigación está yendo sobre ruedas.

—Es más que eso señor presidente. Con el algoritmo que desarrollamos se minimizan los costos a insumos ridículos —se puso de pie para hacer énfasis en sus palabras—, estamos en condiciones de clonar a gran escala, ¿sabe lo que significa?, ¡acabar con el hambre mundial!

Él le sonrió con los ojos. Por un momento creyó que se pondría de pie y lo abrazaría, pero no fue así, se limitó a aplaudir un par de veces reclinado en su silla ejecutiva.

—¡Excelente José! —le hizo un ademán para que volviera a su asiento, el científico obedeció.

—Podría dar el anuncio a la comunidad científica esta semana, ya hice pruebas y… —fue interrumpido.

—Seguro te podrían dar el nobel por esto muchacho —lo dijo sin realizar ninguna expresión en su rostro —sabes, hace años hubo otro gran José en el campo científico. Un español. José Manuel Rodríguez Delgado. ¿Te suena el nombre?

—En lo absoluto.

—El señor Delgado trabajaba con la mente. En los años sesenta inventó un aparato, le llamó Estimociver. Era un sistema a control remoto, tan pequeño como una moneda. Se implantaba en el cerebro, en un área específica del sistema límbico y podía alterar las emociones del sujeto de prueba.

—¿Y funcionaba? —preguntó el doctor Peimbert, más por cortesía que por interés.

—¡Claro que funcionaba! Se probó en un toro. El doctor se colocó varios metros delante del animal, con su control remoto en mano. Entonces estímulo la agresividad del toro para que lo embistiera, y cuando el bovino se halló a escasos centímetros del doctor, éste presionó un segundo botón y el animal se calmó, dejando su ira a un lado. Llegando incluso a acercarse al científico para lamerle la mano.

—Es muy interesante —dijo Peimbert asintiendo con la cabeza —volviendo al tema de…

—Hubo un segundo experimento. Fue con unos monos. Siéntate, te va a encantar. Resulta que había un chimpancé muy violento, que agredía a sus compañeros con frecuencia, especialmente a la hembra. El doctor le implantó el aparato, pero en vez de tomar el control él mismo, puso una palanca en la jaula, que activaba el Estimociver y le enseñó a la hembra, que cada vez que se molestara el mono, ella debía jalar la palanca. La mona estuvo activando la palanca por dos semanas, hasta que el chimpancé dejó de ser agresivo por cuenta propia.

—Es curioso que no se tenga mucho conocimiento de un experimento así.

—Bueno, el experimento fue cancelado después de que se probara en humanos. Resulta que los seres humanos son más complejos. Y los resultados al tratar de estimular sus emociones eran diversos. Dependían de muchos factores, por lo que eran poco fiables. Pero hay algo que si se logró. Se podía estresar el sistema límbico al grado de provocar la muerte en el sujeto. Y como era a control remoto parecía un deceso natural.

José Peimbert miraba al presidente con extrañeza. No estaba tan viejo como para estar divagando. ¿Era acaso que su proyecto no era bastante alentador como para merecer celebrarlo? ¿A qué venía toda esa mierda del Estimociver?

—Hábleme claro señor presidente, si CONACYT no me va a dar los recursos para financiar el proyecto, buscaré el apoyo en otro lado. No creo que sea consciente del gran impacto que…

—Eso fue hace sesenta años. Hace más de medio siglo las computadoras eran el tamaño de una habitación. Hoy podemos llevar todo lo que necesitamos en un Smartphone. Si el Estimociver era del tamaño de una moneda por aquel entonces, ¿de qué tamaño crees que sería ahora? Podría meterse en cualquier lado, un parche, una pastilla, una vacuna. Podrían tenerlo todos ahora.

—¿Disculpe?

—Veo que no vas a desistir en tu proyecto. Eres un hombre con visión y con valores. Eso es admirable. Por desgracia la alimentación al igual que la salud son industrias muy rentables. ¿O acaso crees que podemos poner un jeep en el espacio pero no curar algo tan sencillo como el cáncer?

El doctor Peimbert lo entendió todo. Retrocedió unos pasos. El presidente le sonrió. Miró a las cámaras de seguridad.

«Y como era a control remoto parecía un deceso natural».

Autor

J. R. Spinoza

J. R. Spinoza

Nacido en H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesormexicano. Becario del PECDA (emisión 23), en la categoría de Jóvenes Creadorespor novela. Asiste al Taller de Apreciación y Creación Literaria del Instituto Regionalde BellasArtes de Matamoros. Libros Publicados: El regreso de los dioses, la batallade Folkvangr (Caligrama, 2019). Pacto Maldito (Pathbooks, 2019).

Ilustradora

Sofía Olago

Sofía Olago

Ilustradora

Mi nombre es Diana Sofía Olago Vera, para abreviar prefiero ser llamada Sofía Olago. Tengo 19 años y nací en Lebrija, un pequeño municipio del autoproclamado país del Sagrado Corazón de Jesús: Colombia. Sin embargo, desde pequeña he vivido dentro del área metropolitana de Bucaramanga, capital del departamento de las hormigas culonas.

Soy una aficionada del diseño que nutre su estilo y conocimientos a base de tutoriales y cacharrear softwares de edición. Actualmente, soy estudiante de Comunicación Organizacional, carrera que me dio la mano para mejorar mi autoconfianza y mis habilidades comunicativas.

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