Alejandro Zaga
Tres cigarros duró la caminata de una librería a otra. Siempre hablando de lo mismo, X1 y yo sacamos los libros gratis de la prisión que nuestros sobacos les han creado antes de que se mojen de sudor o se apesten por el mismo y las guardamos en las mochilas. Ambas son negras y tienen un amable[1] compartimento confeccionado por nosotros mismos, consiste en una tela gruesa entre la espalda y el apoyo dorsal, cuenta con una abertura, para X1 del lado izquierdo y del derecho para mí, X2, que facilita la extracción al mayoreo de libros. El día de hoy no fue utilizado.
El pucho del tercer cigarrillo cae a la entrada de un golpe no planeado. El plan original iba del objetivo 1 al 2, como ordena la lógica, pero a X1 se le ocurrió “inspeccionar” en un punto intermedio. Tal vez ese fue el inicio del declive, pues siempre debemos obedecer el plan al pie de la letra, si falla, seguimos el de emergencia. Lo dice el “Punto tercero” del “Decálogo del Bolañista”[2] en su segundo apartado. De no haber cambiado el plan original, X1 no hubiera sido llamado así -al menos el día de hoy-. El primer objetivo no fue una empresa transnacional sino una de viejo, por eso costó tan grande parte de nuestra moral para lograr salir cada uno con tres libros, los míos fueron: Dubliners de Joyce, Lecciones para leer caminando de Fabrizzio della Colpi y Poemas para combatir la calvicie de Nicanor Parra. Sólo recuerdo uno de los de X1, por el extraño nombre tanto del libro como del autor: Futbolito desde antier de Joel Juan Chen. Se debe hacer más caso al instinto forjado por la experiencia en este tipo de timos que a la técnica que se cree dominar, lo dice el Punto segundo del Decálogo (ibíd.): «No hay técnica posible para el extractor que la organicidad de los actos procesales, traducido en la convicción consciente de que en cualquier momento se puede fallar, como se falla en cualquier otra actividad humana».
Al entrar, X1 toma en la entrada un libro de Huskin Mastrero, En el ocaso y vacíos. Yo sé que se nos vigila, como a todos los clientes, como a ratas blancas y cafés en tubos de plástico transparente, guiados por nuestras narices. Sería más cómodo si el piso estuviera recubierto de viruta y se nos regalara agua en las esquinas. Sé que se nos vigila y creía que X1 lo sabía también. Cuando estamos en el interior de la afamada (o infame) tienda, X1 no tiene el libro en sus manos y un tipo lo mira con éxtasis, pero rechazo pronto la posibilidad de que sea una mirada morbosa de un homosexual para con mi amigo. Cuando volteo y quiero hablar con él, ya no se encuentra a mi lado y al voltear la cabeza tampoco el improbable homosexual. X1 no leería En el ocaso y vacíos pero sí mi mejor amiga y novia suya. Adiós Punto Décimo: «Nunca te arriesgues por alguien más, lo sustraído es para ti y solamente para ti; no robes por encargo, no vale la pena». Mastrero es agradable pero es, como García, un repetidor del éxito, rehace su libro que fue bueno en cada título.
Veo a un chaparro que se acerca, mirándome, por el otro lado del librero, y cometo una falla en el Punto segundo, en la parte de «…procura que estés en un punto ciego para las cámaras», pues me doy cuenta de que por mera costumbre ya tengo un libro en el sobaco, ni siquiera recordaba cuál era. La maldita costumbre generada, una especie de cleptomanía autoinfundada. Mientras se acerca ese tipo siento el sudor llegar al libro y lo saco justo al momento en que me arrepiento porque veo la cámara que me guiña, confiada, su lente. Intento devolver La roca de Hollywood a su estante pero estoy temblando y el moreno que me miraba se encuentra casi junto a mí. Entonces pienso si ese libro será mejor que el otro que leí de Figueraldo, Dientes, uñas y rifles de mentira.
Cuando me escolta el chaparro moreno dice que ha capturado a X2.
Me parece de nuevo que somos ratas de laboratorio en tubos y la que está frente a mí (X1) mira confundida a los científicos. Cuando me voltea a ver sonreímos con una exquisita confidencialidad y camaradería que pocas veces se ha experimentado entre las ratas de laboratorio. Este policía/científico nos tiene condescendencia, seguro nota que no esperamos ganar dinero con esos libros, tal vez nos mire con esperanza. Unos ojos semi-inundados adornan tanto mi rostro como el de X1.
“No tenemos dinero” declaramos a ese jefe de cara bonachona. “No les estoy pidiendo dinero” contestó con algo de gracia. “No es que nos lo pida, sino que en verdad por eso nosotros no podemos pagar estos libros, caballero” me justifico de mi trunca acción. Para él eso era una pérdida y le metían la reata a él, cumple con su trabajo, debimos pensarlo antes. Siempre “debimos pensarlo antes” todos los detenidos debieron pensarlo, claro que muchos lo pensamos, si no fuera por ello habríamos metido la pata hace mucho tiempo y caído de hocico en la trampa, comidos por los nervios ante una figura de autoridad. Nos piden credenciales, obviamente no damos las que nos sirven para “elegir nuestro gobierno” y decimos que somos menores de edad, el sudor me estaba abrumando, había vapor en esa pequeña casetita detrás de la librería. También damos direcciones falsas y ahora resulta que el superior, el policía/científico trabajó en mi colonia falsa, incluso me explica cómo era por allá. Sí conozco, no podría mentir sobre algo que no conozco. “Hay quien dice que el mundo es muy pequeño —le digo y él asiente, X1 contiene una risotada con mucho esfuerzo, sabe que no es el momento para decir esa frase que me caracteriza, pero sabe también que nada me detendrá— yo prefiero decir que más bien yo soy demasiado grande”. El hombre al mando sonríe y sé que piensa casi en voz alta: “pinches muchachos, son la mamada”. También creo que piensa en su hijo o algún sobrino, tal vez se lo recuerdan estos X1 y X2. En todo caso sería más bien X2. Entre que eran peras o manzanas nos iba a dejar libres, se notaba, si no fuera por un impedimento: sus subordinados. Una especie de masa constituida por aprendices a científico nos rodean, haciendo apuntes mentales de cada movimiento, reacción y contestación del superior hacia nosotros. No puede verse débil y para ello llega el yang, el policía malo, un guardia que nada tiene de científico y alguna cosa de gorila o chimpancé. Tal vez sea otro de los experimentos. Uno que salió muy muy muy mal. El experimento fallido aconseja que paguemos con todo lo que traigamos (el jefe, para entonces, ya nos ha explicado el procedimiento, hay que pagar el doble del costo de los libros sin llevárnoslos). Por una única casualidad del destino soy quien tiene más dinero, pongo sobre la mesa $150.00 (Ciento cincuenta pesos M/N) y X1 otros $50.00 (Cincuenta pesos M/N). Para el mono no es suficiente. Ojalá hubiera salido peor ese experimento. “Eso no alcanza” dice como ladrando y me veo obligado a ofrecer otros $50.00 que tengo en la mochila. Me mandan por ellos custodiado por uno de los aprendices que no paran de reírse, el mismo que me interceptó, el chaparro con aires de importancia Hollywoodense. Cuando regreso con el dinero (y con el chaparro) el policía malo ha tenido una nueva idea tras una reflexión, creo que después de todo el experimento dio resultado. “Con que traen mochilas, tráiganlas, no vayan a traer otros libros”. De nuevo me mandan solo a mí custodiado por el chaparro y se sale hacia otro lado el maldito mono que tuvo una buena idea. Cual mono organillero, le darán una moneda más por su gracia.
Regreso con las mochilas y una bolsa de comida, primero me preguntan por la bolsa “es mi comida” respondo. “A ver, ábrela” me dicen con la más imbécil forma de dar una orden y obedezco, ¿qué opción tengo? Son empanadas y mi compinche y yo sonreímos. Ambos pensamos que se iban a quedar con ellas, pero no. Tal vez ya comieron.
Abren la mochila de X1 y X2 se pone a pensar en la propia, entonces recuerda que no solo tenía en el bolsillo más dinero que su cómplice, sino que trae otros dos mil seiscientos pesos guardados. Ahorros para un viaje. Si los notan entrará en pánico. A nadie conviene que entre en pánico, tal vez solo al experimento fallido. Cuando terminan de ver que sus libros no son hurtados (sí son, de la librería de viejo, pero traía otros que no eran) abren la de X2 y preguntan de dónde son sus libros. “Son de la biblioteca Vasconcelos” escuchan como respuesta, suena factible para el superior y nos dejan guardar los libros.
Están a punto de darnos salida con los $250.00 que juntamos y el superior se ve muy apenado ante la mirada de sus subordinados que no dejan de verlo con miradas de hiena. Tenemos que completar el procedimiento, dice y el gorila/chimpancé/experimento fallido lanza una carcajada corta, toma nuestras credenciales de la mesa y va a sacarles copias. Mientras vuelven, nos toman una fotografía a ambos por separado, él con los dos libros que llevaba y yo con el de Figueraldo. Cuando lo pasan a él leo el segundo libro que trae: De ver, deber y beber, lo escribió un tal Eleazar Barrientos, ha estado hablando una semana entera de él. “Deja la obsesión, morro”, le digo y eso lo hace sonreír justo en el momento en que el pequeño flash lo ilumina. El superior se molesta y lo llama cínico. Lo manda a no reír. Entonces se ríe más y me ofrezco como primero para la foto.
Regresa el mono cilindrero con dos hojas de papel que trae como trofeos, y está tan orgulloso que camina muy rápido, haciendo que sus trofeos se tambaleen con el viento. Nos toman las huellas y me pongo a pensar en mi credencial que me permite votar ¿En dónde estará? La perdí hace dos meses. No podré votar éste año. Meñique, anular, corazón, índice y pulgar desde mi mano izquierda y en orden contrario (obviamente) desde la derecha. Hicimos mal… más bien, lo hicimos mal. Nos salió mal el mal que hacemos comúnmente en nuestro tiempo de provecho.
X1 y X2 están a punto de salir, pagaron $250.00 y X1 tendrá que pedir prestado a X2 parte de su pasaje de regreso a casa. Están recogiendo sus cosas y el mono ha tenido otra idea: “Pues que te dejen sus libros ¿no?”. El policía/superior/científico está hastiado del experimento fallido. “Está bien, sáquenlos” dice, pero en realidad lo que quiere decir es “démosle gusto hoy a éste cabrón, al fin lo despido a fin de mes”. X2 responde con cierto temor “mis libros son de biblioteca” y el mono pregunta si están registrados todos, le dice que sí pero en realidad le quiere decir que no sea pendejo, que es obvio, si son de biblioteca están registrados. Pero no, no son todos de la biblioteca. Todas las miradas voltean a la otra ratita café que se encuentra imaginando alguna virgen para que le hable. “¿Los tuyos están registrados en una biblioteca?” pregunta el superior, en natural y muy obvia burla a su imbécil ayudante. “¿Eh?” es la respuesta de X1, cuando le repiten la pregunta tiene que contestar que no. Ése fue el precio, dejar sus libros, fue el precio desde un principio aunque nadie lo sabía. Los entrega muy triste porque uno no es de él y los otros los acababa de robar. Entrega once libros. El superior piensa que si ya metió la pata para complacer a su servidumbre experimental debe mostrar el respeto y la valía ante los otros, los aprendices que nos miran todavía desde la cuarta pared. “Te falta Rayuela” le dice y no importan todas las protestas y los manotazos, tiene que imponer su respeto. Es el libro que más le dolió, porque le estaba haciendo anotaciones por fin a un ejemplar robado de la edición del 50 aniversario. Entre las condiciones que se les han indicado para dejarlos ir es no volver a entrar a una librería del Desván, pues para la empresa ellos no son clientes. El chaparro lleva cerca de su boca el walkie talkie y dice “les vamos a dar salida por acá”. En el momento que abren el zaguán (que fue el fondo de las fotos), X1 les dice a todos, al superior, al mono y a los aprendices “nos vemos luego” lo que hace que X2 estalle en llanto alegre y le dé un golpe “no seas cabrón” alcanza a decir entre sus risas y las de todos los del lugar, excepto el mono, ese era un maldito amargado.
Cuando cruzamos la puertita, tenemos una sonrisa y lágrimas en la cara, volteo a ver a X1 y le digo “No festejes, no pinches festejes”, nos echamos a correr y gritamos que fue una de las cosas más increíbles que nos podrían haber pasado ése día. Tras un abrazo seguimos caminando, las risas parece que serán eternas.
X1 le pregunta a X2 “Objetivo 2 ¿o qué?”.
Autor
Alejandro Zaga
Director Jurídico
Nacido en 1995 en Distrito Federal (hoy CDMX). Estudió teatro y la licenciatura de Estudios Latinoamericanos, en la UNAM. Ambas truncas. Permanente estudiante/escrutiñador de la comedia, pues la risa es la prioridad. La ironía lo llevó a inscribirse en Derecho, también en la UNAM.
Ilustradora
Berenice Tapia
Ilustradora
Demasiado perezosa para pensar en algo decente. Me gusta dormir y mi sueño más grande es poder vivir de hacer monitos. Las dos cosas más importantes que me ha enseñado la vida, son:
1) Estudiar arquitectura no vuelve rica a la gente.
2) El mundo no se detiene nunca, ni aunque estés llorando hecha bolita porque borraste accidentalmente un capítulo de tu tesis.