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Ilustración: Caro Poe

Tonatiuh Teutli

No sé si era el viejo camino a la Ciudad de Oaxaca o el regreso, hacia Morelia, de los pueblos de la orilla del Lago de Pátzcuaro donde lo escuché por primera vez. Hartos de las estaciones de radio locales, decidimos buscar uno de esos discos rayados de mi padre en la guantera de la camioneta y colocamos el menos dañado, por no decir el único que funcionaba. La historia de un hombre que ignora conscientemente el matrimonio de su ligue o la de los recuerdos de secundaria durante la época oscura del Franquismo me atrapó para que, casi diez años después, pueda escribir este testimonio de lo que fue Luis Eduardo Aute para un millennial como yo.

Para un adolescente que se formó siempre como el outsider, misfit, apestado de su generación, la figura de Aute no podía ocupar otro papel que el de mensajero, tal vez traductor, de sentimientos pubertos hacia oídos que jamás se acercaron a escuchar. Cuando las caderas en desarrollo se dieron a notar por su lejanía física y no quedó más que el insomnio provocado por las tristezas de pecho, ahí estaba Luis Eduardo con «Mojándolo todo» para demostrar lo letrado que puede ser el deseo carnal. Frente a la desventaja que dolía en las pocas monedas en los bolsillos preparatorianos, había que argumentar que uno pretende lo inmortal para ocultar la envidia a ese amante más letal. Y así recordar a la abuela viendo a una Bárbara Mori jovensísima asegurar amores, querer con alevosía.

Uno de mis mejores amigos no podía escucharlo porque, irremediablemente, le ponía melancólico al pensar en su ex pareja, que no soportaba al español y que, sin embargo, había colocado «Las cuatro y diez» como la canción oficial de esa relación que nunca decidió si quería helado de fresa o pedían ya el café y, en esa indecisión, se condenó al olvido. Y así, cada canción que está en mi gusto puede conectar inmediatamente con una anécdota o con sueños, que pocas veces se cumplieron. Después de leer el mensaje que me avisaba de su fallecimiento, leí una columna periodística que me quebró por ser un deja-vú: todos queremos ser como Aute. Y sí, a pesar de los años, declaro que sigo queriendo ser como él, o mejor dicho, como sus canciones.

Polifacético en el ámbito artístico, el madrileño es famoso por esas canciones convertidas en escaleras aspiracionistas, en senderos donde no importa el gasto sino el gusto, amar la trama más que el desenlace, diría uno de sus herederos de este lado del océano. Ser como las canciones de Luis Eduardo es vivir la experiencia misma, sin dejarse rebasar por los límites de la ética. Si escogiera un par de canciones para ser enterrado hoy mismo y que delataran mi intento de vida serían «Prefiero amar» y «La belleza». Lo que sucede entre una y otra es el color del éxito de lo sufrido, y vivido, sin dejarse llevar por la mano invisible del mercado. Esta es la enseñanza que dejó desde aquel adolescente viajero a este joven adulto en crisis, es decir, homogéneo a su generación que nació pérdida y, sin embargo, intacta por aún reivindicar en el credo de que la belleza, no debe ni puede, rendirse ante el poder. Y nada más, nada más…

 

Autor

Tonatiuh Teutli

Tonatiuh Teutli

Ilustradora

Caro Poe

Caro Poe

Directora de Diseño

Diseñadora gráfica.

Soy encargada del departamento de Diseño e Ilustración de este hermoso proyecto. Estudiante de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Como no soy escritora, encuentro de gran complejidad describirme en un simple párrafo, pero si me dieras una hoja, un bolígrafo y 5 minutos, podría garabatearlo.

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