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Ilustración: Itzel Suárez

René Medina

Me encontré con éste distinguido caballero un día de otoño triste, oscuro y silencioso, cuando las nubes colgaban bajas y pesadas en el cielo. Por alguna extraña razón nuestro encuentro, se realizó en una vieja y melancólica casona.

Al tanto del gótico, estrafalario y melancólico carácter del entrevistado, no me pareció propiamente fuera de lugar, una atmosfera como la que nos proporcionaba para nuestro encuentro, la «Casa Usher» (que es como se llamaba aquella mansión). La misma, hacía perfecto juego con la expectativa, con sus ventanas como ojos vacíos, unas jungueras fétidas y los pocos troncos de árboles agostados como troncos espectrales, invitándome a pasar, una agradable tarde de otoño.

Una vez dentro de la casa, me encontré en una biblioteca grande y amplia. Débiles rayos de luz teñida de carmesí atravesaban los cristales enrejados y servían para distinguir suficientemente los principales objetos a mi alrededor; oscuros tapices cubrían las paredes, el mobiliario era profuso, incomodo, anticuado y destartalado. Grandes estantes repletos de libros completaban la decoración, y frente a ellos, en un sillón individual a tono con el lúgubre resto de la decoración, mirando hacia un pequeño fuego encendido en una pequeña chimenea al final de la pieza; se encontraba nuestro personaje con un gato negro sobre su regazo, y algo, que, a decir verdad, llamó aún más mi atención por lo inusual y omnioso de su presencia, un cuervo. Un cuervo que no paraba de repetir una y otra vez «nunca más».

─Buenas noches señor Poe ─atiné a decir quedamente, impresionado no sólo por la lúgubre atmosfera que nos rodeaba, sino, y principalmente, por estar, Dios sabe cómo, frente a la persona de Edgar Allan Poe, uno de los genios de la narrativa de terror de todos los tiempos, y a título personal, uno de mis autores favoritos.

─Buenas noches… mi joven amigo, buenas noches, tome usted asiento por favor. Me deberá usted disculpar lo que pudiera a simple vista parecer una falta de educación; al no ofrecerle algo para beber que pueda darle quietud o algo de sosiego, pero ¡ah!, crueles ironías de la vida; la última vez que estuve por estos lares, en compañía de mi buen amigo de juventud Roderick Usher, no fui lo suficientemente precavido para prestar atención a dónde guardaban cada cosa la servidumbre, de tal manera que, aunado a lo abrupto de mi presencia de la cual ya no era consciente en mi forma física desde hace ya largo tiempo, me imposibilitan para cumplir con las normas de urbanidad básicas; por lo cual, le ruego me sea regalado con su generosa dispensa.

─No se preocupe usted, señor Poe, es todo un honor para mí estar frente a usted y, el simple hecho de poder cruzar palabra, es ya en sí mismo, más de lo que se pudiera esperar; le puedo asegurar que ahora mismo, soy la envidia del señor Cortázar.

─Habrá de dispensarme mi amigo, y el señor Cortázar también, pero, desafortunadamente, no tengo conocimiento o bien, se escapa de mi memoria la evocación de su recuerdo como, ¡ah!, se escapó de mi hace tanto tiempo ya, mi bien amada Leonora. Por cierto, no tendrá con usted alguna bebida… digamos… que nos permita saborear algo de calor interno, ¿brandy por ejemplo?

─Le ruego ahora yo a usted mil perdones señor Poe –Exclamé─, de haber sabido de nuestro encuentro, le juro le hubiese traído el mejor escocés que me fuera posible, aunque, pensándolo bien, no sé qué tan buena hubiese sido dicha idea, considerando que, pues bueno, es esa la principal causa de esa «alta de presencia física» que usted me comenta. Por otro lado, referente al señor Julio Cortázar, es natural que no tenga usted conocimiento y no debe de angustiarse, ya que él , nació 65 años después de su… partida.

─¡Vaya! Cómo pasa el tiempo cuando uno está digamos… ausente… como en un pozo, o perdido en un naufragio. En fin, puedo por lo visto, observar que usted y el señor Cortázar conocen algo de mi obra, muy seguramente, se referirá al poema que aquí mi grotesco, elucubrante y desquiciante compañero me inspiró a escribir, o quizá tal vez algo de mi editorial. En fin, es bueno saber que, alguna huella se ha dejado en este paso sombrío sin final, que nos conduce invariablemente a la desazón de la inexpugnable inexistencia.

─Bueno, señor Poe, la verdad es que, es usted algo más que, «un poco conocido». Es en realidad uno de los autores más conocidos dentro de la literatura que, tal vez usted sin proponérselo claro, ayudo a formar. Aquella que le llaman la literatura del terror, ya sin mencionar su colaboración al cuento corto o que, por ejemplo, es usted el fundador de la novela policiaca, con su cuento «los crímenes de la calle Morgue», o «el misterio de Marie Roget». Y pues bueno, es incluso usted un icono de la cultura pop, puede usted preguntarle a la gente con gusto por lo oculto, lo lúgubre y misterioso; sin duda se remitirán a su obra, bueno vamos, incluso, «los cuervos de Baltimore», equipo de la NFL deben su nombre y la elección de su mascota a usted y su oscuro amigo.

─Y aquí, inexorable, fatídico, sombrío y melancólico, se aparece una vez más el designio irónico de la vida. Ya me hubiese gustado esa fama en vida. Así tal vez mi intento de ser el primero en vivir de mi escritura, hubiese sido más fructífero. Pero en fin. Me alegra que, al menos, mi lugar de última morada en esta vida pasajera, haya servido para dar nombre mascota e identidad a la misma, a través del equipo deportivo que antes mencionas.

─Oiga, señor Poe y, ¿es verdad que usted nació en Boston?

─Ciertamente lo es ─contestó─. Pero hace ya algunos años. Era el año de 1809 un 19 de enero para ser más concreto. Y la máscara de la muerte roja ya bailaba alrededor de mi destino. Mi padre, murió un año después de mi nacimiento, y por si fuera poco, Elizabeth, mi madre… oh, mi madre, cedería al beso fatal que la arrancaría de este mundo, beso que venía suministrado de los labios de la tuberculosis. Fue entonces cuando, mi hermana, la bella Rosalie y yo, fuimos a buscar el cobijo en nuevas familias. Yo, por mi parte, me quedé con los Allan, y la pequeña Rosalie, fue a vivir con los Mackencie.

─De modo que, el Señor John Allan no fue su padre sanguíneo entonces.

─No, fue mi padrastro. Y que padrastro. Por un lado, me dio los mejores estudios que estuvieron al alcance, inclusive, cuando vivimos en Londres, pude aprender a escribir el latín y el francés. Posteriormente regresamos a América. Y de vuelta a casa, en mi adolescencia, conocí a Sarah Elmira Royster, mi primer, y, una vez más ironías de la vida, mi último amor.

─Quiere decir que se casó con ella.

─¡Ah, sí! La última de las ironías no hubiese truncado mis planes, así hubiese sido, pero no; llegó al final de mis días, a ser mi prometida nada más. Por aquellos años de mi adolescencia, mi padrastro me envió a la universidad de Virginia, y claro, la relación terminó. Ella se casó, yo me casé. Ella enviudó, y yo enviudé, y al final nos volvimos a encontrar, pero, ya te contaré esa parte más adelante─.

Una nube pareció cubrir sus ojos, una melancolía un poco más fuerte a la habitual se distinguía en sus mirada, tal vez, por el recuerdo de Sarah, o de Virginia, la que si fue, además de su prima, su esposa y compañera de vida, o de Annabel Lee, o de Leonora… por un momento dudé en interrumpir sus cavilaciones, pero, bueno, no siempre tienes la oportunidad de platicar con Edgar Allan Poe, así que, casualmente, como por cambiar de tema, le pregunté por su escritura.

─Y entonces, señor Poe, ¿cuál considera usted que es su obra maestra?, ¿es el poema «El cuervo»? ─Regresando de su ensoñación afirmó.

─Bueno, es cierto que fue el que me dio más fama en sus días, aunque, por cierto, me pagaron por su publicación la cantidad de 9 dólares únicamente. Si bien es de mis obras favoritas, considero, que estamos sentados platicando ahora justo en mi obra mejor lograda. «La caída de la casa Usher», guarda sin duda, un lugar especial entre mis creaciones. Narrativa y con algo, incluso de poesía:

Y ahora los viajeros en ese valle,

A través de las ventanas rojizas, ven

Amplias formas moviéndose fantásticamente

Amplias formas moviéndose fantasticamete

En una desacorde melodía;

Mientras, cual un rápido y horrible río,

A través de la pálida puerta

Una horrenda turba se precipita eternamente,

Riendo, más sin sonreír nunca más. [1]

─Bonita, aunque lúgubre poesía Señor Poe.

─Gracias, en verdad gracias. Ese fue siempre mi estilo, jugar con la melancolía, lo fantasmal, lo de gélido que habita en el corazón de los hombres, y en las almas de los que ya no están. Por ejemplo, en «El gato negro», uno, quizá, de los más siniestros de mis relatos, un matrimonio joven, que lleva una vida tranquila junto a sus mascotas se ven enfrentados a una… digamos situación… cuando el esposo cae presa del alcohol. Me gustaba integrar elementos de horror que, combinados con aspectos psicológicos, conducen por derrocheros muy interesantes. Por ejemplo, la obsesión se hace presente en «El corazón delator», donde, una persona normal, puede convertirse en un asesino y un carnicero, aunque, el latir del corazón arrancado puede hacerle alguna jugarreta.

Y así, puedo platicarte de un retrato misterioso, una noche de peste, un manuscrito en una botella, un pozo y un péndulo entre muchas, muchas historias más. Si bien, mi obra más prolífica fue el relato y el cuento corto, también cuento con una novela, «La narración de Artur Gordon Pym» una variedad de poemas, así como escritos en el periódico en el cual fui redactor. Mi vida, aunque corta y marcada por la tragedia, fue una lucha constante entre mi genio y mi gusto por el alcohol. Ah, como sufrió mi pobre Virginia. Nos casamos cuando ella apenas tenía 13 años, y yo 26; ya en Baltimore donde yo por entonces trabajaba en el Southern Literary Messenger en el puesto de redactor, claro, ya había tenido algunas desavenencias derivadas del alcohol, pero logré regresar y permanecer hasta 1837.

Mi Virginia estuvo conmigo hasta el último de sus días, que fueron en el año de 1847, (dos años después de publicado «El cuervo»), cuando, la máscara de la muerte roja, vestida de tuberculosis una vez más, se apersonó en mi puerta para llevarse a mi mujer. La tristeza me ayudó a crear el último de mis poemas, «Annabel Lee».

Dos años después, en 1849, comprometido ya con Sarah, encontré, por última vez en mi historia, a la muerte roja. La boda se había fijado para el 17 de Octubre; sin embargo, el 3 de Octubre, me encontraron en la calle, delirando y al borde de la locura. Honestamente, a partir de ahí, ya no puedo recordar más, y no sé dónde separar la ficción de la realidad─.

El señor Poe, parecía perderse en sus pensamientos una vez más. Guardó silencio. La nube de lúgubre melancolía se apoderó una nuevamente de su mirada; mientras su mano continuaba prodigando ligeras y distraídas caricias al gato en su regazo; esta vez no me atreví a romper el sacro silencio, y solo escuché aquel grotesco cacaraqueo del cuervo que voló hacia el dintel de la puerta, y posándose en ella escupió su ya clásico: «Nunca más».

Fuentes:

https://historia-biografia.com/edgar-allan-poe/

https://soyliterauta.com/curiosidades-sobre-edgar-allan-poe/

https://okdiario.com/curiosidades/5-datos-interesantes-edgar-allan-poe-670811

https://www.vix.com/es/btg/curiosidades/7072/9-datos-muy-interesantes-sobre-edgar-allan-poe-y-sus-oscuras-historias

  1. ALLAN POE EDGAR “La caída de la casa Usher”, p. 9. Consultado en www.biblioteca.org.ar 

Autor

René Medina

René Medina

Redactor

Ilustradora

Itzel Suárez

Itzel Suárez

Ilustradora

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