María Alejandra Luna
El pasado 14 de febrero, la plataforma Netflix incluyó en su catálogo la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. A pesar de que tiene varios años, no me habían surgido anteriormente la curiosidad y la necesidad de verla. En ese momento, y sabiendo que había tenido buena recepción popular, decidí mirarla.
No me detendré en detalles argumentales: mi idea para este artículo es desarrollar algunas impresiones en torno a la voluntad y a la predestinación, nociones presentes en la película e igualmente tratadas en el cuento de Julio Cortázar: “Manuscrito hallado en un bolsillo”, perteneciente su libro Octaedro.
En primer término, cabe señalar que voluntad y predestinación son conceptos contradictorios, opuestos de algún modo. En los poemas épicos de la Antigua Grecia, primaba el reinado del destino, de la Moira ineludible, del sino inexorable. En las tragedias griegas, esa suerte de heteronomía va relegándose y, entonces, los seres humanos comienzan a hacer gala de su poder de decisión, de su autonomía. La interacción con los dioses continúa y la injerencia de una situación predestinada e inevitable para alguien sigue vigente, pero los deseos y las inclinaciones de los hombres empiezan a cobrar peso.
Donde la voluntad puede torcer las circunstancias, ¿hay predestinación? Es una pregunta complicada. Por un lado, sí, es posible que subsistan el destino preestablecido y la necesidad forzosa de su cumplimiento. Por otra parte, ¿qué tan preestablecida y qué tan forzosa es su conclusión si un par de determinaciones pueden sortearlo? Eso nos lleva directamente a otro interrogante: si no conocemos ese destino hacia el cual vamos, ¿lo estamos esquivando o lo estamos obedeciendo? Hay millones de libros, ensayos y artículos que pretenden zanjar la cuestión y es improbable que haya una solución única que conforme a todo mundo.
Por eso, voy a quedarme con las palabras que dije al principio: voluntad y predestinación son conceptos contradictorios. Obviamente, en esa premisa no se agota el problema porque, ¿cuánto de voluntad hay para que se llegue al objetivo tal y como se ha planteado previamente? No lo sabemos y, en lo que nos atañe, no queremos saberlo. ¿O sí? A medida que lo vaya escribiendo, lo descubriré.
Entiendo que, vagamente, en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos queda planteado este asunto. Por supuesto, le añade otros ingredientes: el hecho de que muchísimas personas, por una razón u otra, hayan experimentado el fortísimo anhelo de olvidar a quienes le hayan roto el corazón, a quienes le hayan causado felicidad y sufrimiento en proporcionales dimensiones.
Es decir, tenemos a dos personas que se han querido y que también se han hecho daño. Una de ellas opta por realizarse un tratamiento para olvidar a su pareja. Esta última, desconcertada por la nueva situación, investiga, averigua y se somete a la misma operación. Las complicaciones surgen cuando, a mitad del proceso, el sujeto se arrepiente. De cualquier modo, el tratamiento se completa exitosamente, pero hay en ese arrepentimiento un atisbo de voluntad. Voluntad de seguir amando a su pareja, a su ser querido.
Cuando suceden las complicaciones, la película nos muestra una serie de escenarios oníricos que se corresponden con los recuerdos del protagonista arrepentido. En esas memorias, aparece ella, su amada, y mantienen interacciones que deambulan todo el tiempo entre el pasado y el presente que se desenvuelve dentro de la cabeza de él. En esa secuencia se asoma la idea de que, si está marcado que estén juntos, así será, pero que deben añorarlo mucho para que ocurra. ¡Se entrecruzan voluntad y predestinación! Si lo queremos y si está previsto, va a pasar, podría resumirse. No obstante… ¿lo quieren o está predicho?, ¿quererlo lo hace posible?, ¿quererlo obedece a un plan anterior ya estipulado?, ¿el plan ya estipulado hace que lo quieran?
Como productora de una hipótesis, esta es la hora en que debo apostar por una de las dos opciones. ¿El destino tuerce la voluntad?, ¿la voluntad tuerce el destino? Pienso que, en el caso de Eterno resplandor…, como asimismo veremos que acontece en el cuento, es la voluntad la que tuerce el destino. Desde luego, es mucho más fácil arrojar esa propuesta sobre mundos ficcionales donde la presencia de los dioses y la superioridad de una Moira no existen. Eso no significa que no haya un velo de misticismo y de trascendencia tiñéndolo todo, recordándole tal vez a la voluntad que debe imponerse o perecer.
Porque, finalmente, después de olvidarse el uno al otro, transcurre el reencuentro. Y ese reencuentro no es espontáneo: hay un anhelo que sobrevive al vaciamiento de recuerdos, hay un anhelo que le exige al protagonista que actúe de manera atípica, de manera terriblemente inusual, y esa “inusualidad” es la que propicia una segunda oportunidad entre dos personas aparentemente desconocidas.
La atipicidad, la inusualidad enfrentándose a un posible sino preconcebido también aparecen en el cuento Manuscrito hallado en un bolsillo: hay un sujeto que juega a seleccionar un recorrido en el metro de París, cuya coincidencia con el tramo que haga una mujer que le guste lo habilita a hablarle; la regla es no seguirla ni acercarse si ella toma un camino distinto, por más atracción que sienta. En este caso, la noción de voluntad es muchísimo más concreta: en todo caso, el destino se lo está imponiendo el protagonista. Tras haber jugado y “perdido” en varias ocasiones, él se cuestiona a sí mismo, al juego, a las arañas que imagina en su interior reclamándole que se divierta con lo impredecible de la experiencia, y elige romper la regla.
Hay una mujer, pues, que a este varón le gusta y, fastidiado y animado por el hecho de que ha fracasado, él deshace su plan mental y sale con ella del metro. Traiciona su juego. Traiciona su regla. Traiciona a sus arañas y las calma. Empieza a encontrarse con ella. Las arañas permanecen en calma por un tiempo, pero una tarde vuelven a mostrarse sedientas de azar. Se alimentan de ese azar, de ese no poder adivinar si las probabilidades serán favorables para la intención o no. Y él ya no quiere azar porque prefiere estar con Marie-Claude, porque tomó la decisión de seguirla a pesar de que eso implicara contradecirlo.
De todos modos, aunque haya una mujer y esa mujer, Marie-Claude, haya suspendido su necesidad de azar, el sujeto debe saciar a las arañas. Por ello, bosqueja una solución: hacer cómplice a Marie-Claude de su juego. Le confiesa a ella en qué consiste su divertimento, cuáles son las normas que lo limitan y qué les deparará su finalización. Instauran un plazo de quince días que deben servirles para coincidir definitivamente. Si no coinciden desde su encuentro “casual” en un vagón hasta el fin, hasta la salida, haciendo las mismas combinaciones, tienen que dejarse ir. Juegan, entonces, y lo último que nos dice el cuento es que harán la misma primera combinación.
Como mencionaba antes, en ese texto la voluntad se presenta muchísimo más poderosa: la prohibición y la elusión de ella provienen del mismo lugar, de un hombre. El azar, la probabilidad y el destino se asocian en un ente que se le opone y que lo conduce a sumar otra voluntad que tenga iguales propósitos que los suyos. Las últimas oraciones de Manuscrito… no aclaran quién triunfa, le endilgan esa responsabilidad a los/as lectores/as activos/as. Sin embargo, esa ausencia de la resolución no le quita mérito a que, durante la narración, toda acción se erija como un desafío a la imposición.
Eterno resplandor de una mente sin recuerdos y Manuscrito hallado en un bolsillo, en conclusión, son obras que ofrecen un punto de vista similar acerca de un tópico bastante transitado por la literatura universal y nos devuelven una perspectiva esperanzada sobre los obstáculos que se levantan ante la autonomía humana.
Autora
María Alejandra Luna
Subdirectora General / Directora de Redes Sociales
Buenos Aires le dio el soplido de vida a mi existencia. De origen hebreo, mi primer nombre. La Antigua Grecia me dio el segundo. La Luna alumbró mi apellido. Escritora de afición, lectora de profesión, promotora de poesía y de los márgenes de la cultura. Dicen que soy quisquillosa con las palabras, que genero discursos precisos y que sobreanalizo los discursos ajenos. Y todo esto se corresponde conmigo. Pueden ser tan expresivos los textos que escribo como los gestos que emito al hablar. Y esos rasgos trato de plasmarlos en los ámbitos donde me desarrollo, como las Redes Sociales.
Ilustrador
Arturo Cervantes
Ilustrador
Una oscura noche de verano, el abismo abrió su boca infernal, dejando escapar un ser etéreo y terrible, que devoraría todo a su paso con su furia. Eternamente manchado de acuarelas y las almas de los incautos que obtienen lo que desean, se mueve por el mundo deslizándose por entre las cerraduras. También me gustan los gatitos y el té.