Ilustración: Itzel Suárez
Odilón
No tengas miedo, porque estoy contigo. Escóndete y yo te cuidaré a las afueras de este tronco hueco que nos servirá de guarida. Al menos hasta que el ogro se vaya.
Destrozó mi vieja espada; la rompió a la mitad en la última batalla que tuvimos ¿te acuerdas? Entonces lo enfrenté cuerpo a cuerpo y, de un manotazo, con inmensa fuerza me hizo rodar por el suelo. Fue cuando tomó mi arma y la partió en dos. Pero a ti no te pasó nada princesa mía, porque sabes que por ti daría mi vida las veces que fueran necesarias… en la ausencia de la reina, tú eres lo que queda de mi razón de ser.
La reina era la dama más amable de todo el pueblo, y atendía nuestras peticiones de forma amorosa; nos sonreía y nos hacía compartir el pan con una agradable melodía en la voz. Sin importar que tú, pequeña princesa, el vivo retrato de su majestad, y yo —un simple plebeyo— fuéramos de una casta distinta como para sentarnos juntos a la mesa. Ah, pero cometió el error más grande de su vida: una vez, siendo una inocente doncella, se desposó con alguien; quien con una transformación en una noche de luna llena y pesadillas se volvería un ogro y entonces…
Entonces nacimos tú y yo, pero esto no lo sabes, no te lo he podido decir con honestidad, pero sé cómo fue. Mi madre, (mi reina adorada) no lograba conseguir que papá (el ogro) dejara de beber, ni que saliera por las noches a verse con sus amigos y, en la calle cantando a todo pulmón, gritara, se riera, se llenaran de una alegría amarga por ser parte de una pandilla de viciosos. Y la reina lo iba a buscar cada vez más tarde, expuesta a la violencia de sus actos. Él la humillaba, le decía que dejara de molestarlo, incluso llegó a empujarla con tanta fuerza que la pobre que cayó al suelo y se lastimó la mano con el filo de las piedras, lo vi… fui por ella cuando escuché el grito de dolor.
Sin embargo, la reina me prohibió hablar de eso con alguien, ni siquiera podía decírtelo a ti, segunda al trono, porque eras muy chica para entenderlo y por lo mismo, juré protegerte con uñas y dientes, a diferencia de esa vez que que no pude hacerlo por nuestra majestad.
Engañé al ogro de nuevo para mantenerte a salvo, le dije que aún estabas en tus lecciones reales para convertirte en una dama y por ello no te encontrabas dentro del palacio. La bestia refunfuñó y dijo alguna maldición, pero después se marchó a la calle en busca de otros ogros de los pueblos lejanos. A sus espaldas, y cada vez que sé que él no estará cerca, sigo en mi proyecto: me hago de una nueva espada, la primera, de madera, la obtuve tallando un trozo de árbol. Pero ésta es de metal y me busqué la manera de afilarla. De este modo podré llevarla siempre, atada a mi cintura para cuando deba protegerte, y esta vez ten por seguro que yo ganaré.
Quisiera contártelo todo, que nuestra madre dejó de trabajar por un tiempo debido a la herida en su mano derecha. Que lavaba menos ropa de los vecinos, que hacía menos comida, zurcía menos ajeno y finalmente, el ogro la encontró menos bella que antes.
Tenía ansias de devorarla, ya no le gustaba tenerla cautiva y no había bondad en su alma para dejarla escapar. La torturó de forma lenta y devastadora, no la veía más como lo que fue, sino que se empeñó en convertirla en sobrantes de humano; como lo era él.
La siguió golpeando, ahora en las noches por la razón que fuera; por la falta de dinero, porque estaba más bebido que nunca, o porque simple y sencillamente tenía ganas. Ella le pedía que no tocara a sus hijos: a la nena que era igual a ella en belleza, y a mí, quien emulaba el rostro de mi padre, pero en pequeño… Por eso siempre me supe inferior a ti hermanita, porque en mi piel llevo desde el nacimiento la marca de la maldad.
El ogro vino una noche al palacio, fue a un ritual para incrementar sus poderes y tenía un conjuro nuevo de maldad: invocó a la oscuridad y puso su negra mano en la cabeza de su majestad. Ella me había suplicado que ocultara a su damita en un lugar seguro, por eso te tomé de la mano y te llevé a nuestra guarida secreta por vez primera. Te dije que por esa magia negra que el ogro usaba, había mandado a la reina a otro reino lejano al nuestro. Lloraste en mi pecho con tanto dolor, pero no era ni la mitad de la agonía que yo, como súbdito tuyo, sentí.
Mamá le pidió que no nos tocara, que se fuera de la casa o que ella regresaría a su tierra natal y nos llevaría consigo, pero él no lo quiso… Hermanita, pronto tendré que contarte todo como fue, cuando crezcas un poco más, pero él no la dejó, no le dio permiso, no le dio oportunidad… Dijo que sus hijos le pertenecían, aunque no tenía forma de escapar con ambos.
El maldito puso sus manos en el cuello blanquecino de mamá y lo apretó con fuerza, la tomó del cabello y la arrojó contra la pared. Usó sus piernas como murallas para atraparla, para apalearla mientras yo te cantaba con voz muy alta, encerrados en una bodega para que no te dieras cuenta de nada, diciéndote que era el himno de tu reino mágico y que si lo entonábamos estaríamos a salvo de todo.
Ella peleó como una fiera, pero le faltaba resistencia. Los gritos y golpes se perdían en el espacio abierto del pueblo, nadie intercedía y nadie más que nosotros se daba cuenta.
Perdió la lucha, se notaba en sus lamentos al llamarnos por nuestros nombres, no quise que saliéramos porque era una trampa, ella nos hablaba por encontrarse al borde de la muerte, no salimos de la bodega, no podía dejar que la vieras así.
Y no hice más porque no podía soltarte, entonces él nos gritó y yo te conté que el ogro estaba tendiéndonos una emboscada, que quería comernos como lo hizo con tu madre, la reina. Esperamos a que fuera de noche y esa bestia se cansara de llamarnos. Funcionó, salió de cacería con los otros ogros y mientras yo buscaba a la reina para despedirme, supe que su cuerpo sagrado había desaparecido, las hadas se lo habían llevado al mundo del descanso.
Entonces me proclamé como tu escudero y sirviente, protector y cocinero. Todo lo que necesitaras, dueña mía, lo haría sin chistar y aunque muchas veces hube de enfrentarme al ogro, unas veces perdiendo y otras ganando, no he permitido que te vea mucho… y afortunadamente ya no te recuerda tanto, porque los hongos alucinógenos que come, a veces, le hacen huecos en la memoria.
Cuando nuestro padre nos ve, en ocasiones desea golpearnos, pero querida hermana, es en ese instante cuando te llevo de la mano con la vecina y te digo que juegues con su hija que tiene casi tu edad. Vuelvo a casa solo y recibo gritos y alguna bofetada… No te lo he dicho, pero tengo moretones bajo la ropa, y tampoco te he contado que en más de una ocasión también lo he llegado a golpear. Estoy planeando nuestro escape y confío en tener mejor suerte que mamá para lograrlo, te llevaré a su tierra natal y te diré cómo tendrás que presentarte para que todos sepan que eres su hija… te dejaré ahí y yo volveré a contener a esa bestia, porque no podría soportar que te buscara para vengar que una vez su mujer se atrevió a encararlo.
Mi espada está lista, princesa, y sé usarla muy bien, pero hoy puede que no sea necesario, mejor quedémonos callados, porque el ogro nos está buscando. Tiene hambre de nuevo y se atreve a decir tu nombre en la oscuridad. Tengo un poco de miedo, pero si ha llegado el día en que le encaje mi arma en el pecho para acabar con su maldad lo haré. Princesa, escúcheme muy bien… si no llego a volver de esta pelea sigue mis instrucciones: toma un carruaje en la esquina del cruce, sube, extiende este boleto mágico que voy a guardar en tu vestido, di que vas a la tierra de la caña de azúcar, se llama Omealca, pide bajar ahí y cuando veas a un plebeyo, dile que necesitas ver a la familia de la antigua reina de Cardún, nuestra tierra mágica. Pide, querida emperatriz de mi corazón, que te lleven con los… princesita, ésta es la parte más importante, no lo olvides por favor, te diré el apellido de tu ilustre familia, recuérdalo y suplica, te lleven con ellos. Da el nombre de tu madre y diles que eres su única hija…
Porque desde la primera vez que el ogro se metió a mi cama, juré que sería hoy nuestra última batalla.
Autora
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Odilon
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Itzel Suárez
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