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Ilustración: Arturo Cervantes

René Medina

El concepto de persona ha sido objeto del estudio filosófico a lo largo de la historia del pensamiento racional. Su estudio, así como su aplicación, permean por completo el pensamiento del filósofo y del mismo se desprenden implicaciones acerca del yo, del otro y de las relaciones entre ellos.

En el pensamiento de la sociedad actual, el concepto de persona aparece borroso ante el ser humano, que se encuentra inmerso y desvaído en el devenir digital. El flujo de información y desinformación al que se ve expuesta nuestra sociedad afecta directamente las relaciones sociales, interpersonales y con el yo mismo. Dentro de las múltiples implicaciones que de esta premisa se pueden seguir, se encuentra el desvanecimiento del individuo dentro de la masa, derivada, entre otras cosas, de una digitalización del ente. La existencia digital se convierte, hasta cierto punto, en una existencia “real”.

Por esto es adecuado dar una mirada al concepto de persona y revisar qué implicaciones del mismo se deben suscitar.

Etimológicamente hablando, la palabra persona viene del griego ∏ρóσοπον, que hace referencia a la voz “prósopon”, es decir, la máscara que utilizaban los actores griegos en el teatro para representar un papel Posteriormente, la palabra, como muchas otras, fue evolucionando hasta que, en las traducciones del griego hacia el latín, Boecio (480 d.c. – 524/25 d.c.), filósofo y poeta romano, la hizo suya definiéndola como “Rationalis naturae individua substantia”, es decir, “Substancia racional de naturaleza individual” De dicho concepto observamos tres elementos para nuestra línea de investigación conceptual.

Primero, la substancia: la cual, adhiriéndonos a la filosofía clásica, se puede definir como aquello que subsiste, aquello que de sí es inmutable en el ente. Ya desde esta visión podemos ir bordeando los alcances del concepto. Posteriormente, encontramos la racionalidad de la persona. Es decir, una persona en cuanto tal no solamente debe contener en sí cualquier clase de sustancia, sino que, de hecho, la sustancia debe ser de naturaleza racional para poder calificar como persona. Y, por último, se desprende la individualidad de la persona, fundamental para designar la extensión del concepto.

Este primer concepto de persona, sin duda, tuvo un impacto fuerte posterior en la cristianización de la filosofía helenista y su posterior desarrollo durante el renacimiento, el modernismo y el idealismo, hasta llegar al socialismo de Marx y Engels, donde el hombre solo puede realizarse mediante la transformación de la naturaleza, pero el sistema capitalista hace imposible que esto pueda lograrse.

El concepto de persona, poco a poco se fue diluyendo dentro del materialismo, en el que el hombre deja de ser un fin en sí mismo y se convierte en un medio.

Dentro de este devenir filosófico que, de alguna manera ha llegado a nuestras vidas, vale la pena mencionar a Emmanuel Mounier.

En su visión del hombre, el personalismo de Mounier es naturalmente opuesto al materialismo y a la reducción del ser humano a un mero objeto material más complicado. Pero se opone también a cualquier forma de idealismo que reduzca la materia, incluido el cuerpo humano, a una mera reflexión del espíritu o a una apariencia, como el paralelismo físico/físico. El hombre no es simplemente un objeto material, pero de aquí no se sigue tampoco que sea espíritu puro ni que se lo pueda dividir con nitidez en dos sustancias o en dos series de experiencias. El hombre es enteramente cuerpo y enteramente espíritu y la existencia subjetiva y corporal pertenecen a la misma experiencia. La existencia del hombre es existencia corporecida, el hombre pertenece a la naturaleza. Pero también debe trascender a la naturaleza, en el sentido de que puede irla dominando o sometiendo progresivamente. Este dominio de la naturaleza cabe desde luego entenderlo solo en términos de explotación. En cambio, para el personalista, la naturaleza le brinda al hombre la oportunidad de realizar plenamente su propia vocación moral y espiritual y de humanizar o personalizar el mundo. La relación de la persona con la naturaleza no es puramente extrínseca, sino que es una dialéctica de intercambio y de ascensión.

El personalismo es, así, interpretable como una reafirmación que el hombre hace de sí mismo contra la tiranía de la naturaleza, representada ésta en el plano intelectual por el materialismo y se la puede también entender como la reafirmación que la persona hace de su propia libertad creativa contra cualquier totalitarismo que quiera reducir al ser humano a una mera célula en el organismo social o pretende identificarlo exclusivamente con su función económica.[1]

Sin embargo, de este personalismo no se sigue un desentendimiento del otro. Si bien es una reafirmación del individuo frente a la totalidad masificadora, no sólo de los medios de producción material, sino, como lo hemos constatado en nuestra actualidad, la cosificación del individuo digital; la persona debe estar en apertura al otro, dejando de lado el individualismo egocéntrico. Así lo manifiesta el mismo Mounier: “La primera condición del personalismo, es la descentralización de hombre”[2]; que él pueda darse a los demás y estar a disposición de ellos, en comunicación o comunión con ellos. La persona existe solo en una relación social, como un miembro del nosotros, solamente como miembro de una comunidad de personas tiene el hombre vocación moral. De manera que “la importancia de toda persona es tal que es irremplazable en la posición que ocupa en en mundo de las personas”. [3] En otras palabras, todo ser humano tiene su vocación en la vida, en la respuesta a unos valores reconocidos.

Precisamente, esa libertad personal se manifiesta en la elección de un esquema de valores que permitan al individuo mantener su valor como persona, al tiempo que es insertado por y para la sociedad.

Así, de esta manera, actualizando el pensamiento de Mounier, podemos afirmar que la persona tiene un valor intrínseco en sí misma, cada una es única, e irrepetible, porque suyo es el valor que de su mismo ser emana. Un valor que no viene medido por cuánto produce, cuánto se tiene, cuanto se conoce, tanto en lo real como en lo digital; y no son estas cosas, sino accidentes de los accidentes que no modifican, por ende, el valor de cada persona.

  1. CFR. COPLESTON F. Historia de la filosofía Volumen 4, ed. Ariel, España 2011, cap. 9 p. 254-255 
  2. MOUNIER E. Personalism trad inglesa, de P.Mairtet. Inglaterra, p. 19 
  3. Ibíd., p. 41 
René Medina

René Medina

Redactor

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