Daniela Morales Soler
La poesía no necesita adeptos, necesita amantes.
Me he sentido intrusa en la intimidad de otros que han roto la barrera que pone el lenguaje y me permiten sumergirme en sus sentimientos. Que sí, si se publica es para que pueda leerlo. Sí (eyes roll). Pasando de eso, el caso es que esa confianza que me brinda leer lo que alguna vez fue para alguien sentimiento me genera empatía. A veces, me cuesta mucho leer los sentimientos de otros, así sea a través del velo del lenguaje.
Así que cuando me enfrento a libros autobiográficos o a poesía me preparo para la avalancha de ideas y sentimientos que me inundan. La potencia de lo personal, de lo real, del tiempo pasado, de lo confesional tiene un efecto de respeto en mí difícil de describir. Cuento esto con la intención de introducir a un libro que me inspiró, me cautivó y me intrigó.
–
Dime una cosa: ¿tengo alma?
Dilo, no lo sé, yo no siento, no tengo nada. Entonces, ¿qué tengo?
No sé, soy nadie.
–
Este libro tiene una historia que corre paralela y que le da sentido. Su autora, de 31 años, cada noche, durante años, se sentó en su cuarto a escribir poemas inspirados en su cotidianidad y sus sentimientos. Es tan personal que la intromisión me hizo pensar en dejar de leer. La curiosidad ganó la partida y en esas ocasiones me asomé como una niña curiosa a escarbar en la intimidad de otra persona.
Durante seis capítulos me debatí. Tampoco puedo negar que las imágenes me llenaban de ternura y sorpresa. Estas estaban llenas de honestidad, sencillez y un encanto que transgrede por su naturalidad. Leí a tramos, a escondidas, y terminé con ganas de echar otra ojeada a la casa ajena, de volver por esos pasillos, como de hecho lo hice.
El libro, Anochecer. La autora, Diana Molano.
Siento que hemos dado mucho por sentado y nos aburrimos hablando de amor y poesía. Así que encontrarme con algunos clichés me gustó, porque ella no intentó elevar el amor a un nivel imposible, sino que lo dejó donde ha estado. No quiero decir que se haya quedado en los que otros ya han dicho, digo que sintió lo mismo que otros y que a veces, el cliché es el
mejor acercamiento, es la manera de evitar la mentira y abordar con total honestidad sus sentimientos. Y ella no huyó.
–
Mi amor es un tsunami, es un tornado, eso es lo que en verdad estoy sintiendo: mi amor es un temblor y lo entiendo, es un terremoto y me hace feliz.
–
A Diana tuve el gusto de conocerla personalmente e incluso darle clases. Así que no puedo negar que eso ha tenido influencia. Sin duda, reforzó mi sentimiento de invasión, porque esa voz que confiesa en verso ahora tenía para mí un rostro. Eso me permitió entender que estamos atados a nuestras palabras, que estas no son vanas, que algo nuestro habita nuestras palabras. Todo ese respeto se convirtió en una persona a la que vi y leí y conocí. Era espeluznante, bello. Como lo es la invasión a otros (recomiendo el artículo Entrando en casa ajena de Paulo Cañón).
El poemario se convirtió en una lectura a la que terminaba volviendo en momentos aleatorios. Esos capítulos devastadores “Ya es polvo, pura ceniza”, “Eres tú o mi sombra” y “Mi lengua tumba” me llamaban una y otra vez. Terminé sintiendo que crecía con sus sentimientos, que la podía ver evolucionar. Y es que esta antología reúne 5 años de diarios en verso.
– (…)
no siento los segundos, menos las horas,
no lo entiendo, todo es tarde…
No sé por qué te amo, ¡Es tan tarde!
–
Alguna vez, estuvimos en un evento de literatura organizado por un colegio. Los niños declamaron poesía, por su puesto Rubén Darío, Pablo Neruda y Octavio Paz oligopolizaron el encuentro. Cuando habló Diana y presentó su libro, me sentí sumamente feliz. Porque la poesía se enseña en los colegios como algo lejano, imposible, de epifanías más que de vida. Así que ver a una poeta, que es una persona normal, hablando de cómo para ella los versos son parte de su manera cotidiana de abordar el mundo fue para los niños algo novedoso. Para mí, tuvimos la oportunidad de demostrar que la poesía es cercana, es real, no se necesita una situación extraordinaria. Y ella, con la mayor tranquilidad, exponía su ser ante las miradas atónitas e incrédulas. Porque de eso se trata también la poesía. De transgredir y sin duda de inspirar. Siento que si algún niño ahí quisiera ser poeta, podría ver que se puede, que es alcanzable.
Diana me inspiró, de muchas maneras. Porque incluso yo era esa niña, dentro del público, de vuelta al colegio, esa niña que quería escribir, ser poeta. Incluso yo, que en apariencia no estaba dentro del público, me sentí aludida.
Cuento todo esto esperando que usted, querido lector, pueda leer este libro. Para que lea con empatía, y se embriagué de la vida vista por los ojos de otra persona, que tiene una forma muy propia de hacerlo. Para que se inspire, para que sea poeta o no.
Por cierto, Diana tiene síndrome de Down y al contrario de lo que se suele pensar, no es una niña eterna, es una mujer que por un pequeño lapso nos abre su corazón a través de su obra.
Daniela Morales Soler
Directora de Redacción
Nací en Bogotá, Colombia, en día que muy posiblemente fue caluroso, pues desde el inicio de mis días he añorado el calor. Me crié entre montañas y el trinar de los pájaros hasta que la ciudad me reclamó de vuelta. Periodista apasionada por la música, la literatura y el arte. El primer libro que leí lo he odiado desde entonces.