Daniela Morales Soler
¡Oh, Democracia, bendita seas aunque así nos trates! Guillermo Valencia
El nombre de Álvaro Salom Becerra ya era un referente antiguo para mí. El Delfín había sido mi introducción a la sátira inteligente del autor y que me llamó la atención por estar escrito con muchas referencias a la historia de Colombia del siglo pasado. La oportunidad de leer a Salom Becerra no la podía dejar pasar.
Leer a Salom Becerra es inundarse de sensaciones y sentimientos encontrados: los personajes son capaces de caracterizar la ambigüedad y la incoherencia que por años (si no siglos) han sido parte de la política colombiana. Gracias a los personajes es posible sumergirse en la miseria de la vida del momento. El progreso es tan solo la utopía a la que recurre la casta gobernante para contentar al pueblo. El libro es una mezcla fascinante entre la historia de Colombia, la vida de las clases medias y bajas y el circo que es la política de este país.
La novela transcurre en Bogotá desde el año 1917 hasta 1977. Se narra el periodo de la “Hegemonía Conservadora”, la “República Liberal” y el Frente Nacional, en los que destacaron la violencia entre los partidos Liberal y Conservador y hechos históricos como la matanza de las bananeras, la masacre de los sastres y el bogotazo, entre otros muchos sucesos. Los personajes principales son dos amigos que son una antítesis el uno del otro, una buena representación del contexto colombiano.
Esta es la época que abarca el libro. Durante este tiempo, Colombia se dividía entre rojos y azules. La inequidad social y económica creaba un abismo insondable entre los “guaches” de clase baja y la clase alta, que no disminuía nunca. La educación y la cultura estaban limitadas por la capacidad adquisitiva, pues la educación gratuita (donde existía) se caracterizaba por la mediocridad. Así, el panorama: Colombia era un compendio de características que apenas daban para un intento de revolución trocado en matanza.
La historia es narrada a partir la vida de dos “enemigos inseparables o amigos acérrimos”: Baltasar Riveros, liberal “de raca a mandaca”, y Casiano Pardo, conservador, “godo de la cuna al cajón”, que al ser de distintas corrientes ideológicas siempre tenían tema de discusión. La historia personal, las desdichas y miserias de los personajes tratan de reflejar toda la realidad del pueblo durante ese periodo histórico, ellos son un resumen de la violencia que enfrentaron liberales y conservadores (o cachiporros y godos).
Estos dos personajes no representan una individualidad: no es acerca de Baltasar Riveros y Casiano Pardo; es acerca de todo el pueblo. Sus características exageradas son la representación caricaturesca de la masa liberal y conservadora, con su actitud alienada, su violencia injustificada y su fe ciega en los políticos.
Este libro, narrado en tercera persona, pero ubicándose desde la perspectiva de los personajes a su vez, está narrado a lo largo de 60 años. Las necesidades básicas tratan de ser llenadas con una trama política intrincada y lo suficientemente desagradable para quitarle al hambre a un pueblo que, además, no tiene con qué alimentarse.
Los personajes secundarios de la historia son numerosos y variados en características. La gran mayoría encarna un rasgo principal: el cinismo, la hipocresía, la ignorancia, la soberbia y la violencia desmedida. Se mezclan para crear el plural panorama de antivalores que era y sigue siendo Colombia.
Personajes como Juan Uricoechea, presidente del “Banco de la Patria”; el Marqués, usurpador y vividor; el padre Ciriaco, un hipócrita fornicador vestido de sotana; Susana, la esposa de Casiano; el “Chamizo”; el “Curubo”; Zoila, esposa de Baltasar y Nicanor Saldarriaga, son personajes que encarnan una característica desagradable, son un mosaico caricaturesco de los rasgos más negativos de la colombianidad.
El autor busca con los personajes secundarios y terciarios reforzar el sentimiento de pérdida del valor moral. Los intereses personales y económicos reemplazan cualquier búsqueda del bien común. Los personajes políticos son un “déjà vu”, la misma ya conocida mediocridad e ineficiencia, y al pueblo nunca le toca. Es un pueblo acostumbrado a tener por circo al Congreso, pero al que nunca le dan pan.
Cada vez que alguno de los personajes debe justificarse, la mejor alternativa es decir que el contrincante es culpable de todo lo malo, los males que azotan al país tienen un color y todo lo que haya de ese color es responsable. Esta justificación también les da la autoridad moral de atacarlos para defender a su malsana patria que aquellos traidores han apaleado. Lo irónico es que esta regla aplica para ambos partidos.
El pueblo, ciego y alienado, no alcanza a vislumbrar que los colores de sus partidos y líderes se mezclan para crear un morado. Para los políticos la ética es un impedimento para cumplir sus objetivos, las coaliciones bajo cuerda no implican para ellos una traición. Estos personajes se representan con una característica especial: la ausencia de una conciencia que les reclame.
Álvaro Salom Becerra encarna en este libro el espíritu de toda una época y de un lugar, en este caso la Bogotá de mediados del siglo XX. Mezcla expresiones del común con un lenguaje más selectivo y preciso que es muy evidente en sus descripciones de personajes, mayormente en el plano psicológico. Las expresiones “de raca y mandaca”, “chapol”, “vergajo”, “godo” y “cachiporro” se mezclan con otras como “amigos acérrimos” y “individuos pusilánimes y cobardes” en todo el texto de forma orgánica. Las expresiones más comunes representan al pueblo tal y como es y el lenguaje del autor busca alejarse más para no confundirse con sus personajes y sus situaciones.
Las páginas de Al pueblo nunca le toca son un retrato social y político de Colombia con matices históricos. Por medio de la sátira y de la caricaturización logra presentar un oscuro panorama con humor, se vale de los personajes para darle una nota cómica a la tragedia que es la política en este país. Su lectura es rápida, concreta, agradable y al mismo tiempo despierta sentimientos de desilusión.
La historia, la crítica y el humor se suman para dar como resultado este libro. Muestra a todos los personajes en su situación de miseria y pobreza sin levantar el sentimiento de compasión, esto lo hace empático sin que se vuelva incómoda la lectura. En el transcurso del libro, Salom Becerra hace mucho énfasis en todas las razones que tiene el pueblo, hambriento y cansado, para erigirse en contra de sus gobernantes. Con críticas fuertes y mordaces lleva al lector a un sentimiento de decepción y frustración. Hace también evidente que un voto no va a cambiar nada porque los dirigentes son un conglomerado de cínicos con el mismo objetivo. La única salida aparente es la insurrección popular, pero es cuando el autor hace su aporte: nunca el pueblo logrará alzarse ordenadamente y hacer de esta patria un lugar mejor.
La conclusión del libro es un mensaje de desesperanza: el pueblo unido no es más que una masa informe incapaz de cambiar nada. El tiempo avanza, pero la vida como la conocemos no cambia, las injusticias siguen y lo único que se hace es tratar de sobrevivir al día a día sin mayor preocupación por el futuro. ¿Es ese nuestro destino? ¿Podemos hacer algo al respecto? Quizá escribir sobre ello haya sido el primer paso.