Ilustrado por: Deivy
Eli Escobedo
Godzilla llegó a las oficinas centrales del Call center of Transnational Company Happy World ubicada en Calzada Ermita Iztapalapa. Era su primer día de trabajo en el nuevo puesto que, después de diez años de tedioso trabajo, había conseguido gracias a la venta de seis tarjetas de crédito en sola una jornada laboral, sin olvidar su brillante historial de puntualidad. En palabras del supervisor que monitoreaba todas las llamadas de ventas, esa había sido una hazaña digna de contarse en los otros departamentos de la empresa. La noticia había llegado hasta al Departamento de Recursos Humanos en donde decidieron coronarlo como el empleado del mes y promoverlo de puesto. Ahora era Operador Telefónico del Departamento de Control y Calidad y sería el encargado de enseñar y reprender a los que alguna vez fueron sus compañeros de departamento. Claro que el nombre del nuevo puesto no era muy inspirador, pero era el puesto soñado para cualquier empleado del Departamento de Ventas. Podía olvidarse de las insoportables llamadas telefónicas que realizaba para intentar vender dos o tres tarjetas de crédito al día. Ahora se ocuparía de los molestos clientes que siempre llaman para quejarse del mal servicio que ofrece la empresa o para alguna otra tontería similar. Su trabajo ahora, sería escuchar la indignación de dichos clientes mientras él jugaba Pac-man o solitario. Su salario subiría un seis por ciento y su gafete diría «Operador de Control y Calidad». El trabajo soñado, sin duda. Tampoco tendría que soportar más al insufrible supervisor de ventas que siempre amargaba sus mañanas con típicas frases motivacionales como: «El éxito no se encuentra en otro lugar más que en ti» o «Confía en ti mismo, cree en ti mismo y abraza al mundo». Que insoportable le resultaba escuchar eso todos los días. Habría deseado tragarse al supervisor todas las mañanas, pero recordaba que su estómago no estaba hecho para lo ordinario, sino para lo atómico y lo extraordinario, más ahora que era operador de Control y Calidad. Le gustaba pensar qué diría aquella compañera de la mampara de al lado, de la que se había enamorado desde el primer día, cuando se enterara de su ascenso; y el compañero que la pretendía, ese idiota que vestía con pantalones entallados, zapatillas Gucci y que no usaba calcetas, qué diría cuando se enterara. Le gustaba fantasear la escena. Alguien llegaría con la noticia, tal vez el supervisor, tal vez la malhumorada inspectora de Recursos Humanos que vestía con ridículos accesorios de unicornios. Aunque probablemente nadie comentaría nada, en realidad sabía que no era importante para nadie. Claro que Godzilla evitaba esa idea. Desde su niñez había crecido con la idea de que el mundo estaba a la expectativa de sus movimientos. Disfrutaba ver los noticieros cuando hablaban de él. Le complacía más la notoriedad que la destrucción. En realidad nunca disfrutó destruir ciudades. Lo hacía porque el mundo lo veía. Lo hacía por aburrimiento. Millones de visitas tenían los videos donde aparecía devastando una metrópoli entera. Era entonces una celebridad. Sin embargo, todo cambió cuando los irritantes ambientalistas lo demandaron por daños a los escasos árboles que figuraban en la ciudad. No quiso ir a la cárcel, desde luego, ahí no hubiera sobrevivido ni aun siendo el reptil más grande del planeta. La cárcel, después de los parlamentos legislativos, era lo peor del mundo. Incluso se negó cuando, después de renunciar a su empleo como agente del apocalipsis, un partido político le propuso una candidatura debido a su innegable fama, pues estaba de moda la absurda moda de candidatear a cualquier personalidad popular por estólida que fuera. Era un monstruo, pero tenía decencia. Y aunque su posición como celebridad pudo haberlo aventajado en una carrera política, nunca le gustó la basura. Pero ahora no tenía que preocuparse más. Era operador de Control y Calidad, y si se esforzaba, podría aspirar a ser supervisor de ventas o inspector de recursos humanos. Se aprendería de memoria un par de frases que gustan y engañan a las personas y las repetiría a sus subordinados: «Si tú quieres, el triunfo es tuyo». Tal vez compraría pantalones entallados y algo de la marca Gucci. A ella, su compañera de la mampara de al lado, le compraría ridículos accesorios de unicornios. Era lo que la gente exitosa hacía. Quizá algún día sería coordinador de marketing o gerente, entonces podría comprar carros caros que lo distrajeran de la angustia que conlleva el ser y su esencia. Compraría una casa con vigilancia las 24 horas y se casaría con ella para después divorciarse y volverse a casar con una mujer más joven y así distraerse de las preguntas que conlleva ser entes temporales en un mundo ilimitado. Eso es lo que hace la gente exitosa, ¿no? Y si en un futuro llegase a ser el director general de la empresa, entonces él sería el que compraría las tarjetas de crédito. Hablaría inglés. Viajaría a Ibiza para meter alguna sustancia ilícita en su colosal nariz y subir fotografías donde se le vería haciendo ejercicio con una sonrisa de marioneta. Porque eso es lo que somos, marionetas sin alma, pero con teléfonos inteligentes. Eso es lo que la gente quiere, ¿no? Entonces ganaría el tesoro más valioso que la humanidad posmoderna ofrece: ser envidiado por los demás. Lo había comprendido desde siempre. Por eso encajaba muy bien entre los humanos, por eso ya no era monstruo, por eso había vendido seis tarjetas de crédito en sólo una jornada laboral, por eso ahora sí era el rey de los monstruos, ¿no? ¿O el rey era alguien más? ¿Algo más? Pero era muy pronto para soñar tantas divagaciones. Su gafete decía: «Godzilla: Operador de Control y Calidad». Era su primer día de trabajo en el nuevo puesto y estaba nervioso.

Eli Escobedo González
Autor
Eli Escobedo González es escritor, profesor de lengua y literatura además de director y editor de la revista literaria El Gorrión Ahorcado. También es creador de contenido con vocación a la divulgación cultural y literaria. Nació en México el 25 de enero de 1991 y actualmente radica en la Ciudad de México. Es egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana en la licenciatura de Letras Hispánicas y también del posgrado de Especialización de la Literatura Mexicana del Siglo XX.
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Deivy
Ilustrador
Me llamo Deivy Castellano. Pintor aficionado, intento que mi trabajo hable por mí mismo. Trabajo para ser un polímata, en mi tiempo libre soy un misántropo auto exiliado en Marte.