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Ilustrado por: Deivy

Maximilian Jecklin

Creer que un sueño en un infierno cabe,

dar la vida y el alma a un desengaño;

esto es amor, quien lo probó lo sabe

Lope de Vega

El calor de aquella tarde atravesaba las paredes de la habitación, algunos rayos de sol lograron abrirse paso a través de las persianas e iluminaron, millones de partículas de polvo que se agitaban sincrónicas con el movimiento de sus cuerpos.

Un haz de luz hizo brillar la delgada capa de sudor que cubría a Raquel, y así la transformó por segundos, en una dorada valkiria que cabalgaba frenética, sin pausa, como si en ello se jugara la vida. Álvaro la contemplaba absorto, cada sacudida venía acompañada de suaves gemidos, cada vez más apremiantes. Se sentía como el virtuoso intérprete de un asombroso instrumento del que brotaban maravillosos sonidos. 

Cerró los ojos, era indispensable para él almacenar toda aquella memoria auditiva: las respiraciones de ambos, los jadeos, el rumor de la humedad de sus cuerpos, el lejano canto de La Habanera de Carmen, todo, absolutamente todo quedaba grabado en su memoria.

Raquel cayó rendida sobre su pecho. Así permanecieron algunos instantes arrullados únicamente por la suave música.  Álvaro le susurró al oído «Esto es amor», y ella completó el verso «Quien lo probó lo sabe».

***

Han pasado veinte años desde aquella tarde. El lejano recuerdo llegó a su mente de la mano de la Callas, quien de nuevo interpretaba La Habanera que venía del comedor. Sobre la mesa aguardaban los platos del desayuno, pero él aun no entraba. Se había detenido en el pasillo y escuchaba a Raquel sirviéndose café. Percibió el siseo que hizo el sobre de edulcorante cuando ella lo abrió, sintió el tintineo de la cuchara al girar seis veces a la derecha y seis veces a la izquierda, justo antes de que ella la colocara perfectamente perpendicular al plato, como siempre, como cada mañana.  —Aún después de tantos años él no podía dejar de odiar sus rígidas manías.

El resto del desayuno transcurrió sin variaciones, los indispensables buenos días, los ¿Cómo dormiste? seguidos de: «No olvides tomar tus vitaminas», el repaso de todos los compromisos de la semana… —Todo terminó con un desabrido beso en la mejilla seguido de un: «Quetevayabien».

Álvaro siempre sintió fascinación por los sonidos. Dicen sobre las personas auditivas que son más sensibles, pero quién sabe. Lo cierto es, que, desde aquella lejana tarde, hace veinte años, esa condición quedó confirmada con absoluta certeza.

Fue en los últimos tiempos cuando aparte de los sonidos cotidianos, él sintió una adictiva necesidad por coleccionar sonidos sexuales. Al principio se conformó con escuchar películas pornográficas, era simple, mientras otros oían música en sus audífonos, él escuchaba gemidos y ruidos de personas teniendo sexo.

Pero demasiado pronto, su enfermiza exigencia de agudas realidades lo impulsó a salir de cacería sónica. Así fue cómo comenzaron sus expediciones por los privados de los clubes de strippers y por los apartados miradores frecuentados por jóvenes parejas. Con asombrosa rapidez desarrolló una sigilosa habilidad, que le permitió mimetizarse mientras grababa a sus presas, robándoles así el registro de todos los sonidos que producían en sus encuentros sexuales.

En los últimos tiempos, sus vicios auditivos avanzaban de manera acelerada. Ya casi no había forma de que abandonara los audífonos donde día y noche escuchaba interminables orgías. Su mirada se volvió ausente, como si por instantes abandonara su cuerpo para unirse a sus delirantes experiencias acústicas. 

Una noche Raquel intentó hacerlo reaccionar, de nada valieron las palabras e incluso las caricias. En su desesperación no pudo evitar traer —gritos, ofensas, gestos furiosos, e intentos de agresiones físicas; Álvaro solo la observaba como quien miraba a un personaje de alguna película muda. Veía cómo ella movía sus labios, sentía su saliva caerle en el rostro, observaba su cuerpo contorsionarse con furia mientras intentaba golpearlo, pero él jamás, jamás alcanzó a escuchar nada; para él, Raquel se había transformado en un instrumento silencioso que ya nada podía transmitirle.

Así que solo se dio media vuelta, se encerró en una habitación y desde ahí preparó su más ambicioso proyecto acústico. Con esa idea en mente navegó en los más sigilosos rincones de la red. Por fin, luego de horas de investigación del monitor surgió el nombre Venus Sensual Spa. La descripción explicaba con lujo de detalles los servicios y fantasías sexuales que ofrecía el lugar. El slogan: «Vive una experiencia fuera de este mundo» lo invitó a recrear aquel viaje intergaláctico y supo de inmediato que eso era lo que buscaba.

Al día siguiente, apenas sintió el portazo de Raquel al salir del departamento, llamó a Venus. Por un brevísimo instante sintió que era una llamada de tan larga distancia que no pudo evitar sentirse sideral. 

Luego de un par de tonos de espera contestó una voz grave, que, aun siendo tan potente, dejaba a ratos asomar cierto hedonismo, una ambigua sonoridad que invitaba al placer.

—Buen día, soy Eros, tu servidor. ¿Qué deseas de Venus? Dime, ¿cuál es tu fantasía? 

Álvaro demoró inquieto, antes en contestar, mientras se inventaba algún nombre falso; por fin, cuando el silencio se hizo incómodo, las palabras salieron con torpeza de su boca:

—Soy Ja…Javier, y mi fa…fantasía es escuchar con discreción el má… más poderoso sexo que puedas ofrecerme. 

Al otro lado de la línea se escuchó una suave risa:

—¿Aaaah, solo escuchar? Qué caprichoso Ja…Javier ¿Estás seguro que no quieres participar? Bueno, tú te lo pierdes, tengo justo lo que buscas.  Martes a las 15:30, ¿okey? 

El día acordado llega a la hora exacta. Toca con ansiedad el intercomunicador de una modesta puerta.  Da su nombre y sin más preámbulos el eléctrico sonido de la cerradura le permite el acceso.  Adentro el lugar contrasta mucho de la timidez exterior, luz tenue, paredes forradas de terciopelo rojo, apliques dorados en las cornisas. La decoración es tan abrumadora que lo avasalla. Al fondo, un musculoso joven vestido de negro, con manos y cuello densamente tatuados y platinado cabello lo saluda y se presenta como Eros.  Luego de intercambiar algunos comentarios banales Álvaro hace el pago acordado y sin más preámbulos Eros lo conduce a través de un laberinto de interminables pasillos.

Por fin se detienen frente a la habitación número 101. Álvaro no puede evitar un Orwelliano mal presagio. El rubio joven le entrega la llave y justo antes de cerrar la puerta voltea y le dice en voz baja: —«Disfruta tu escándalo…»

Apenas se cierra la puerta, Álvaro apoya firmemente su oído sobre el muro. Se escuchan las voces de dos hombres que intercambian obscenos comentarios, la conversación entre ambos indica la presencia de una mujer, pero hasta aquel momento ella no ha emitido ningún sonido. 

Su excitación es ya estrepitosa, tanto que está a punto de gritarles a sus invisibles vecinos que comiencen su función; justo antes de hacerlo, estalla un alarido acompañado del sonido de enérgicas embestidas. La voz de la mujer vuela ahora indetenible en incontrolables gemidos que se intercalan en asombrosa armonía con los aullidos de ambos hombres.

Álvaro escucha eufórico, pero a medida que pasan los segundos un inexplicable escalofrío recorre todo su cuerpo. Se siente enfermo. Le urge salir de aquella habitación, pero ya es tarde.  La sobredosis de sonidos es tan contundente que lo ha despojado por completo de su voluntad. 

Lo único que consigue es estrujar su oreja contra la pared con más fuerza, tanta que le provoca dolor, necesita atravesar el cemento. Ya para ese momento la voz de aquella mujer es absoluta certeza, y con ella, en su mente, mira a Raquel, nuevamente vestida de sudor como en aquella lejana tarde, pero en esta ocasión despojada de toda divinidad, sumisa, demasiado terrenal, sometida por manos y cuerpos que no son los de él, justo, en el preciso instante en que ella estalla en un poderoso grito de placer.

Vacilante, con torpes pasos y los ojos llenos de lágrimas, Álvaro logra separarse del muro, su mirada sin embargo permanece incrustada en el punto donde ha escuchado todo. 

La habitación 101 cae en un oscuro silencio que sólo se interrumpe cuando ella dice: «Esto es amor» y él, al otro lado del muro, completa los versos.

Maximilian Jecklin

Maximilian Jecklin

Autor

Nacido en Caracas el 1 de noviembre de 1967.Gran aficionado a la música clásica, rock progresivo y a cualquier música extraña que se encuentre en el camino. Ávido lector de novelas, especialmente el género histórico. Solo a partir de la obligada pausa pandémica comenzó la inquietud de escribir. Radicado desde el 2011 y hasta la fecha en la ciudad de Querétaro México.

Deivy

Deivy

Ilustrador

Me llamo Deivy Castellano. Pintor aficionado, intento que mi trabajo hable por mí mismo. Trabajo para ser un polímata, en mi tiempo libre soy un misántropo auto exiliado en Marte.

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